Imagen de Niyaz Karim
Trabajar como periodista, especialmente científico, implica un gran estrés para la psiquis, sobre todo la femenina. Cuando conversas con un académico sobre el Big Bang o la ingeniería genética, sea cual sea el color de tu pelo, él siempre te considerará una rubia tonta y siempre te hará saber que estás fuera del tema. Tal es la ley de género.
Sólamente en América el periodista es un intermediario entre la sociedad y la ciencia. La subvención del científico depende de lo que aquél escriba. Sin embargo, en el caso ruso el periodista apenas cuenta para algo. Yo no soy más que un agente de seguros: ofrezco un pasaje a la eternidad a quien quiere vivir sólo en el presente. Pero es precisamente esto lo que me permite observar desde la distancia y sacar mis conclusiones. Investigar a los investigadores. Estudiar a los científicos. Por ejemplo, a lo largo de los últimos dos años realicé una particular investigación sociológica acerca de la creencia en Dios en la comunidad científica contemporánea. La metodología de la encuesta no pretendía ser original. Planteaba la misma pregunta, “¿cree usted en Dios?”, a todos los ciéntificos con los que me comunicaba. Las respuestas fueron distribuidas según una escala de edades. Los respetables científicos de sesenta años respondieron con convicción: no. La franja de edad que va hasta los cuarenta, respondió con la misma convicción: sí. El intervalo que va desde los cuarenta hasta los cincuenta años se distribuyó al 50%. En la encuesta no se rastrearon las vinculaciones con la esfera del trabajo científico. Las mismas tendencias se registraron entre los especialistas en ciencias naturales, ciencias humanísticas, o los estrictamente técnicos.
En todos los ámbitos de la ciencia los más mayores rechazan categóricamente tomar en consideración una razón superior, en cambio los jóvenes científicos creen fervorosamente en Dios. La naturaleza de Dios eso es otra cuestión. Pude hablar con genetistas ortodoxos convencidos, con técnicos católicos y con físicos budistas. Muchos reconocían su propia construcción religiosa pero tampoco dudaban de la existencia de una fuente superior de razón y amor.
El académico Vitali Guinsburg era considerado como el líder del ateísmo científico de la vieja generación en Rusia. “La creencia en Dios es incompatible con el pensamiento científico”, ha sido el postulado de la vieja generación, en el cual insistía con fiereza el respetado Vitalii Lazariévich. Mientras tanto, para la juventud la contradicción entre la forma racional de conocimiento y la fe era motivo de asombro. “¿Cómo una puede contradecir a la otra?”, me preguntaban.
Un médico-bioquímico de veintiséis años me explicó que el mundo está construido de manera tan perfecta y bellaque no era posible concebirlo sin Dios. ¿De qué otra manera puede explicarse la causa de esta belleza y perfección? Incluso si esto ha sido una casual selección de coincidencias y correspondencias, se trata de una casualidad divina.
“¡Dios no juega a los dados!”, declaró Albert Einstein con total responsabilidad. Por entonces los cálculos demostraban que a nivel cuántico prevalece la casualidad. Einstein empleó muchos años para demostrar lo contrario. Por su parte Niels Bohr, sonriéndo detrás de sus bigotes, recomendaba sabiamente no resolver por Dios lo que él tenía que hacer.
La ciencia, tras liberarse del positivismo decimonónico de Julio Verne y del romanticismo revolucionario del siglo XX, se ha detenido en el umbral nebuloso secreto existencial. Actualmente, cada nuevo descubrimiento científico no cambia tanto nuestra representación del mundo, sino que descubre, más bien, la imperfección de nuestra interrogación. Un joven físico me explicó la principal intriga en el diálogo entre científicos y la razón divina.
La cuestión es que el Universo ha tenido numerosas posibilidades de excluir la vida como hecho de su propia historia desde el Big Bang hasta nosotros. El mundo se ha encontrado ante permanentes disyuntivas a lo largo de todo su proceso de desarrollo. Ante una serie de elecciones con un resultado completamente impredecible.
Pero entre la miríada de variantes, cada vez era elegida precisamente la que hacía posible hacía la vida y la razón. ¿Por qué? Las áreas de responsabilidad de Dios y de la ciencia se han dividido precisamente por la forma de plantear las preguntas. A los científicos les interesa CÓMO está construido el mundo, pero sólo Dios sabe PORQUÉ está construido de este modo. No recuerdo quién pronunció esta hermosa frase: Dios es un tonto que siempre está callado. Los jóvenes científicos sienten muy cerca la presencia de esta figura eternamente callada. Saben que la respuesta existe. Lo único que tienen que hacer es encontrarla.
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