El cómic de la nueva vida

El concepto de subcultura está superado.Tan sólo queda la apariencia exterior, sumamente cambiante, ya sea una coronilla afeitada o una cazadora de piel. Los sociólogos de Ulyánovsk consideran que ya es hora de estudiar otra dimensión de la juventud:los distintos tipos de solidaridad, es decir, el conjunto de valores que unen a los jóvenes. No varían si su portador se pasa del grupo de los “emo” al de los “góticos”. Dentro de unos años, muchos de estos valores definirán las tendencias principales de las que dependerá el desarrollo de nuestra sociedad.

Fotos de Yulia Lisniak para RR

Llego a una conferencia organizada en el nuevo edificio de la Universidad de Ulyánovsk, a la orilla del río Sviyaga. En la sala de congresos se han reunido varias decenas de sociólogos. En vez de comenzar el baile cifras, tan típico de la sociología, “en la encuesta han participado mil personas”, “diez mil…”, etc., los participantes pronuncian frases muy modestas: “hicimos cuatro entrevistas”, “entrevistamos a doce familias”. ¿Me estarán el pelo?

Sociología cualitativa: entender en vez de calcular

“Una encuesta, aunque abarque a 20 mil personas, nunca nos va a explicar nada, no nos dará información respecto a los contextos, a los significados o al contenido. Sabremos cuántos punks hay en el país, pero no entenderemos por qué se han adherido a este movimiento, por qué causas militan y en qué se diferencian, por ejemplo, de los skinheads”, explica Elena Omélchenko. Lleva el pelo muy corto, un vaquero holgado y una sudadera, por su apariencia nadie diría que es catedrática, y jefa del departamento en una prestigiosa universidad y directora del centro de investigación Reguión.

Estos sociólogos se suelen llamar “cualitativos”, a diferencia de los “cuantitativos”, que prefieren las encuestas en masa. Los “cualitativos” basan sus investigaciones en casos, es decir, en historias concretas de personas concretas. Hay veces en las que para hacer una investigación basta con una sola entrevista, y nadie acusa a los sociólogos de emitir declaraciones pseudocientíficas.

“La base de nuestras investigaciones son las entrevistas en profundidad, parecidas a las que hacen los periodistas, pero más detalladas. La transcripción de una de estas conversaciones ocupa entre 50 y 70 páginas”, comenta Omélchenko. “Pero normalmente, además de la entrevista, aplicamos también el método de observación integrada. Es así como se genera un caso”.

Solidaridad en vez de subcultura

Elena Omélchenko explica que ”el concepto “subcultura” divide a los jóvenes en distintos grupos, crea barreras, estableciendo relaciones rígidas con el territorio, el grupo social o con el origen étnico”. “Mientras que el concepto de “solidaridad” muestra lo común, los valores que forman el núcleo de las tendencias actuales. En este sentido es un concepto más general”.

Los investigadores del centro Reguión han dedicado un atrevido y provocativo proyecto denominado “Las nuevas solidaridades juveniles”que pretende sustituir el concepto de “subcultura”, considerado anticuado, por el de “solidaridad”.

“Entre otros ejemplos, existe solidaridad para “mantener el orden patriarcal”en tanto que idea. Abarca distintos movimientos juveniles de carácter religioso y, por raro que parezca, también incluye el de los skinheads. Fue bastante significativo ver a todos estos grupos tan variopintos manifestarse contra el desfile gay en Moscú. También se unieron a ellos los jubilados. Todos ellos tenían una idea en común”, explica Omélchenko.

Es decir, las diferencias subculturales no son tan relevantes para establecer lazos de la solidaridad. Es más importante definir quién es el enemigo. Por ejemplo, si hablamos de fascistas y antifascistas, basta con llamarlos solidaridades en vez de movimientos, y la oposición que existe entre ellos se reduce a unas cuantas parejas de antónimos: anarquismo — orden, occidentalismo — nacionalismo. Posteriormente, las solidaridades pueden dividirse en componentes subculturales.

Hoy en día las fronteras entre muchas subculturas son difusas, y los jóvenes fluctúan entre un grupo y otro porque, a pesar de tener apariencias distintas, están unidos por una misma idea. Imaginémonos a dos jóvenes: ambos tienen el pelo cortado al cero, ambos llevan botas pesadas, una cazadora de piel y tienen los puños fuertes. Es como si fueran dos gemelos , pero si hablamos con ellos, uno se quejará de que todo está plagado de “negros” y de que la raza aria está en peligro, el otro pregonará el internacionalismo y la lucha de clases.

Un mundo hecho por uno mismo

”Basándonos en las solidaridades, podemos llegar a distinguir las principales tendencias que van a definir la vida de la sociedad en el futuro más inmediato”, cuenta Elena Omélchenko. “No se trata de ideologías que el estado intenta imponer, sino de las que crecen desde dentro, es decir, las que reflejan lo que realmente preocupa a los jóvenes”.

La socióloga no tiene duda de que la cantidad de admiradores de los mundos fantásticos crecerá significativamente:

“Es evidente que algunas ideas son cada vez más actuales: la autopresentación, la creación, la fantasía, el mundo imaginario, la reproducción de productos propios.Todo ello representa una cultura radicalmente nueva.“Hazlo todo por tu cuenta: tu propia música, tus propias películas, tus propios periódicos, etc.” Hoy en día, si en un movimiento juvenil carece de presentación, performance y juego no tiene futuro. Es posible que ésta fuera la causa del rechazo juvenil por el movimiento gubernamental “Nashi” (“Los nuestros”).

Estos valores juveniles podrían ser divididos en dos grandes grupos: el experimento y la creatividad. Los jóvenes experimentan de la misma manera con su apariencia y su vestimenta; tiñéndose el pelo de rojo, llevando ropa rosa y negra; que con las acciones, ya se trate andar por los tejados, saltar por las escaleras en skateboard o de protestar contra las autoridades.

La creatividad se entiende como algo que va más allá de estudiar pintura en un colegio especializado o del hecho de cantar en el coro de la escuela. Es una especie de autocreación: hacerse fotos a sí mismo en distintas posturas, crear sus propias películas, aunque estén hechas con una cámara de videoaficionado y tengan a los amigos como protagonistas, y escribir su propia música, aunque sea con la ayuda de programas de ordenador.

A pesar de su estatus de catedrática y directora, Elena Omélchenko no se corta a la hora de confesar que personalmente ella prefiere a los admiradores del anime. Ella misma no tiene nada en contra de crear un mundo más pintoresco que el de nuestra monótona realidad.

En un principio, los anime son dibujos animados japoneses basados en las tramas de los cómics manga o en los libros para niños y adolescentes. Sin embargo, hoy en día los japoneses ya no tienen la exclusividad, porque los jóvenes de toda Europa están creando personajes de anime.

Leer cómics manga, por cierto, es una actividad bastante creativa: imagínese un cómic en el que muchas acciones y frases están omitidas y sólo se da un fondo general, mientras que los nexos entre las acciones y las imágenes omitidas se las tiene que inventar uno mismo. Es lo que más atrae a los jóvenes en la cultura anime: no hay reglas fijas, uno puede crear un mundo propio, con sus protagonistas y vivir una vida llena de aventuras y viajes a través de planetas maravillosos. Aparece una especie de cultura onírica, y estos sueños son compartidos con mucho entusiasmo en Internet.

AnubisCeaSer: “Si fueras un personaje de anime, ¿cómo serías y cómo vivirías? Yo personalmente tendría el pelo negro largo, muy largo, hasta la rodilla, los ojos rojos, muy grandes y bondadosos, y viviría entre guerras y batallas de magia”.

Lanchelot: “Sería un mercenario francotirador, que no conoce la vida pacífica (la costumbre de reconocer al enemigo me impediría llevar una vida normal), con una falta total de sentido del humor ya que no entendería su utilidad”.


Los jóvenes no sólo dibujan anime, sino que también se transforman en sus personajes preferidos y se autodenominan “cosplayers” (del inglés costume play, que significa “disfraz jugar”). Todo lo nnecesario lo pueden comprar o encargar por Internet: pelucas azules, vestidos con volantes, alas, orejas, colmillos y espadas...

“Resulta que nuestros jóvenes adoptan ideas extranjeras. ¿Dónde queda nuestra propia cultura?”.

“Es una discusión que mantienen no sólo los periodistas, sino también el mundo académico ruso”, comenta Omélchenko. “Muchas veces se dice que todas las subculturas son un calco de sus análogos occidentales. Pero lo que se copia es la forma, lo externo, mientras que el contenido siempre es local. Nunca nadie se dedica a reproducir simplemente una cultura ajena sin darle un sentido propio. Nosotros intentamos precisamente entender el sentido, que siempre es local: la gente introduce contenido relacionado con la vida económica, política y cultural del sitio en el que vive”.

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Piernas rotas como valor fundamental

Mientras hablo con Elena Omélchenko la conferencia sigue su rumbo. Los sociólogos de la juventud hablan del estudio de los espacios reales, simbólicos y virtuales en los que habitan todas estas culturas.

“El centro es la parte más atractiva del espacio urbano”, así empieza una de las ponencias. La ponente, la socióloga Albina Garifziánova cuenta qué subculturas habitan en qué zonas de Ulyánovsk.

Después de la conferencia, convenzo a Albina para que me enseñe estos espacios de los jóvenes. Vamos a un parque. Hay columpios y espacios de juego con arena. Hay tormenta y mucha humedad en el aire, el tiempo es horrible. Si no tuviera un motivo importante, no habría salido de casa. Pero más allá, se oye cada vez más claramente un ruido metálico: allí, en un rincón, hay jóvenes que saltan con sus skates y bicicletas por las barandillas y los bordes medio destruidos de una fuente que existió hace tiempo. Justo delante de ellos hay un edificio gris de dos pisos, perteneciente al Comité de la Juventud.

“Los bikers y los skaters se reúnen aquí desde hace mucho tiempo, y hace sólo un año que les han puesto eso”, señala Albina una solitaria barandilla metálica en medio de la pequeña plazoleta de hormigón. Un chico de unos dieciséis años, con jersey y vaqueros con las rodillas rotas, salta a la carrera. El hierro desconchado no se rinde: el chico cae a un lado, y la bici, al otro.

“Quítate rápido, anda”, le grita por detrás otro chico con una bici parecida, en vez de preguntar si necesita ayuda.

“Siempre pregunto a los skaters y a los bikers si no tienen miedo a caerse, pero ellos sólo ssonríen maliciosamente y cuentan que se han roto las piernas cinco veces, y la cabeza, miles ”, cuenta Albina. “Yo también quiero aprender a hacer algunos saltos con patines de ruedas, pero no lo haré sin un profesional a mi lado: a mí la cabeza me importa mucho. Pero para estos jóvenes lo más importante son las prácticas corporales y la sensación de riesgo”.

Los sociólogos, partiendo de su método, me explican que eso también es una forma de solidaridad. El papel clave lo juega aquí el núcleo de valores llamado “riesgo”. Es este valor el que une a los rollers, a los skaters y los demás chicos desprovistos del instinto de conservación.

Los skaters son observados por otros chicos vestidos con cazadoras de piel y vaqueros desgastados. “Punks”, pienso para mí misma. Se les acerca un chico con un skate, se pone una cazadora de piel igual que la que llevan ellos por encima de su jersey, y de skater pasa a punk.

“La plaza es un sitio en el que se pueden ver representantes de todas las subculturas”, Albina sigue con su visita guiada. “Y todos ellos se comunican entre sí. Es una de las conclusiones principales. Ahora no existen representantes de subculturas puras, sin mezcla. Si un día hace buen tiempo, van todos a montar en sus skates, y si mañana a la ciudad llega un grupo de rock, van todos al concierto”.

Pero independientemente de cómo se llamen, todas las subculturas juegan a disfrazarse, ya se trate del mundo de los vampiros creado por los “góticos”, del mundo militarista de los skinheads, o bien del mundo depresivo y sensual de los emo.

Cambiar la apariencia siguiendo el estado de ánimo es otra tendencia de los jóvenes. Si les apetece algo místico, enseguida se pondrán una capa negra, unos colmillos falsos y se irán con los góticos. Y si no se sienten atraídos por los vampiros, se juntarán con los emo. Muchas veces los propios representantes de las subculturas desconocen las causas que provocan el cambio de su imagen. Una chica se rapó el pelo, se puso 42 pendientes sólo en la cara y más de cien en el cuerpo, y cuando le preguntaron para qué lo había hecho, respondió: “Me parecía que mi cuerpo tenía una apariencia demasiado humana…”.

Decimos adiós a los sociólogos. Paso junto al monumento a Lenin y me dirijo al hotel. Desde la escalera que lleva al Sancta Sanctorum, el ala del edificio donde nació Vladímir Ulyánov, las niñas emo con cigarrillos entre los dientes observan a los hip hoperos. Éstos terminan su entrenamiento vespertino y se unen a las chicas formando una multitud.

“¿Es que los hip hoperos se llevan bien con los emo? pregunto a uno de los chicos.” Me doy cuenta que acabo de soltar una tontería.

“¿Y qué pasa? Estamos en el mismo movimiento y nos lo pasamos bien”, escupe el hip hopero hacia el abedul que plantó hace cuarenta años el ministro soviético Kosýguin. Y todos juntos se dirigen al malecón.

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