El ruso globalizado

Foto de PhotoXpress

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Su globalidad en el sentido estricto de la palabra era más bien formal, derivada del estatus que puede tener una de las principales lenguas oficiales del Consejo de Seguridad de la ONU. En realidad, su enseñanza no estaba tan difundida en el mundo como la del francés o la del español. Era regionalmente global para los antiguos países socialistas y los países de Asia, África y América Latina donde la URSS ayudaba a formar profesionales para construir el socialismo. Incluso ahora, en los sitios más inesperados del planeta puede uno encontrarse con gente que había estudiado ruso siguiendo la frase del poeta Vladímir Mayakovski, "sólo por el hecho de que lo hablara Lenin".

Un taxista iraní residente en Berlín que estudió ruso en Bakú en los años 70 o un médico afgano residente en Bremen, que aprendió el mismo idioma en la escuela de medicina de Krivoy Rog en los años 80, no sólo son vestigios de un imperio roto en pedazos, sino también una parte de la red global de amigos de la lengua rusa.

La URSS se ha desmoronado, el territorio de Rusia se ha reducido, pero el idioma, por el contrario, tiende a globalizarse. Claro que hay muchos tontos que intentan impedir este proceso a ambos lados de la frontera. Unos convierten el ruso en un arma política, chantajeando a los estados vecinos con la insatisfacción de la "quinta columna" y declarando que todos los ciudadanos rusoparlantes de otros países son sus "compatriotas". Otros, no menos tontos, privan a una parte de su población de los derechos civiles y políticos más elementales, tachándoles de inmigrantes y ocupantes.

Ni los unos ni los otros son capaces de anular una de las funciones globales del ruso, la de facilitar la huida desde los "paraísos nacionales" postsoviéticos a otros mundos, que no siempre son muy amigables, pero que al menos dejan respirar. Y no siempre se trata de irse precisamente a Rusia. Hay rusos y rusoparlantes que respiran con más libertad en Kíev o Tbilisi, Nueva York o París, Helsinki o Berlín que en Moscú o en Vorónezh. En cualquier parte donde hoy en día se pueda vivir la vida en ruso, con una infraestructura rusoparlante, desde la maternidad hasta la unidad de cuidados intensivos. Porque la libertad no depende del idioma que se hable, sino del sistema político.

A los que lo saben, el ruso les sigue ayudando a moverse por el mundo. La red mundial rusoparlante no solamente es mantenida por una diáspora de muchos millones de personas. Se suele decir que la mayor parte de los usuarios competentes rusoparlantes de Internet viven fuera de Rusia. Sin Internet, los enclaves rusoparlantes posiblemente se hubieran disuelto en el medio lingüístico que les rodea. Y algunos fragmentos de la tradición escolar rusa, heredados de la época soviética, siguen sirviendo de modelo para los padres y abuelos con esa experiencia escolar.

Pero el futuro del idioma no sólo depende de la comunidad virtual. La comunidad lingüística real también está cambiando. ¿Te pones contento cuando en un restaurante portugués un camarero moldavo te habla en ruso? Entonces no te irrites al ver en Moscú a un taxista recién llegado de Dushanbé y que está aprendiendo ruso en ese mismo momento.

Un idioma adquiere funciones globales sólo en una situación en la que otros pueblos quieran estudiarlo o, mejor dicho, no puedan dejar de estudiarlo. Ahora la competencia del ruso en el mercado internacional de idiomas son el alemán, el francés y el italiano, necesarios para vivir y trabajar en estos países. ¿Y qué pasa con el ruso? ¿Quiénes son la mayoría de las personas que quieren quedarse en Rusia: los ingenieros contratados para el proyecto de Skólkovo o bien, por ejemplo, los habitantes de Asia Central que huyen de las guerras y de la arbitrariedad de la administración política? ¿O los refugiados de Afganistán? Los resultados del censo poblacional de 2010 tardarán aún en ser publicados, pero la respuesta es obvia. Es verdad que cualquier país prefiere recibir a personas acomodadas que conozcan el idioma propio. ¿Pero serán así los inmigrantes que van de Somalia a Finlandia, de Pakistán a Noruega o de Asia Central a Rusia? Los forasteros cambian la imagen lingüística de una ciudad o de un país. Y el nuevo ruso globalizado no se parece en nada a aquel idioma que antes enseñaban a los extranjeros los profesores licenciados en filología.

En comparación con las actuales estrellas de la televisión, el líder soviético Brézhnev, de cuya pronunciación se reía todo el país incluso después de su muerte, tenía facilidad de palabra y era una persona muy competente. Pero incluso la lengua de las nuevas autoridades necesita ser estudiada.

¿Qué segmento de la lengua rusa resulta importante hoy en día desde el punto de vista global y masivo? No es tanto el idioma técnico de los cohetes espaciales o de la poesía del Siglo de Plata, sino las jergas de políticos y camioneros, chulos y narcotraficantes, de los representantes de las fuerzas del orden público y de los terroristas.

Estas jergas las tienen que estudiar todos los que simpaticen con la Rusia de hoy en día y quieran comprenderla mejor, desde los empresarios hasta los funcionarios de la Interpol. Claro que también existen otras motivaciones, más modestas o, por el contrario, más ambiciosas.

El verano pasado un soldado estadounidense que hablaba ruso perfectamente me confesó que en Afganistán, sobre todo en algunas regiones de este enorme país, en ciertas ocasiones era preferible hablar con los habitantes locales en ruso que en inglés. "Viene mejor para sobrevivir", explicó mi interlocutor de una forma algo tosca pero convincente. "Bueno, incluso la gente para la cual el ruso es su lengua materna, también lo necesita para sobrevivir", pensé. Pero no dije nada. Porque había recibido la respuesta a la pregunta de si el ruso sigue siendo una lengua global hoy en día.

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