Medvédev va a Lisboa

Foto de Nikolai Korolev

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El presidente ruso Dimitri Medvédev ha aceptado la invitación de reunirse con los líderes de la OTAN en la cumbre de noviembre en Lisboa. Que esta cumbre cambie radicalmente las relaciones OTAN/Rusia, sin embargo, dependerá de ambas partes.

Finalmente, el presidente Medvédev irá a Lisboa. Esto es bueno. Sin embargo, lo más importante será lo que surja de la cumbre del Consejo OTAN-Rusia, programada para el 20 de noviembre. Si es otra declaración acerca del final definitivo de la Guerra Fría, el impulso que fue tomando durante estos últimos 18 meses el desarrollo de una nueva relación entre Rusia y Occidente comenzará a disiparse y eventualmente se extinguirá en medio de las campañas políticas de 2012. Lo que Rusia y la OTAN necesitan en esta coyuntura es la decisión política de seguir adelante con varios proyectos prácticos muy importantes que trasformarían la relación bilateral y, al hacerlo, generarían un dejo de confianza.

La primera decisión significativa que deberían tomar Medvédev y sus pares de la OTAN es acordar los parámetros de colaboración rusa con la Alianza en relación con el plan de defensa antimisiles europeo. Aquí hay varias salvedades a tener en cuenta. Rusia no se unirá fácilmente al futuro sistema de la OTAN, por una sencilla razón: Moscú desea tener independencia estratégica, y eso debe respetarse. De igual modo, Washington o Bruselas jamás aceptarían un sistema conjunto en el que Moscú comparta el control y tenga derecho de veto sobre las decisiones de los Estados Unidos o la OTAN, y el Kremlin no debería ir tras esto.

En cambio, EE. UU./OTAN y Rusia, que ya han debatido bastante acerca de sus respectivas evaluaciones de amenazas y han descubierto varios puntos en común en este campo, podrían comenzar a trabajar para darle vida al Centro Conjunto de Intercambio de Datos y monitorizar el lanzamiento de misiles. El acuerdo de creación de dicho centro se remonta al año 2000, pero más tarde el gobierno de Bush perdería su interés. La misión del centro podría ampliarse e incluir todos los lanzamientos de misiles, en cualquier lugar del mundo. Además, el emprendimiento, que inicialmente fue un proyecto conjunto entre EE. UU. y Rusia, podría expandirse para incluir otros países de la OTAN. En una etapa posterior, los activos de defensa antimisiles de EE. UU./OTAN y Rusia podrían vincularse en un sistema coordinado en el cual cada socio controlase su propio armamento y fuese responsable de zonas operativas específicas. Una cooperación a semejante escala y de tal grado y profundidad crearía la masa crítica suficiente que permita comenzar a transformar la competencia estratégica residual en una colaboración estratégica de este siglo.

Una segunda decisión, que en el siglo XXI debería ir de la mano de la defensa antimisiles, sería el lanzamiento de un programa de ciberseguridad que reúna los recursos de la OTAN y de Rusia a fines de detectar ataques cibernéticos y brindar protección y una defensiva contra éstos. La OTAN y Rusia son igualmente responsables de garantizar que el funcionamiento de sus sociedades no sea desbaratado sorpresivamente por medios no convencionales o atacantes atípicos. Actualmente, en los albores de la Era Cibernética, organizar e institucionalizar una cooperación de este tipo, ya casi sin la carga del legado de la Guerra Fría, es un ejercicio sumamente prometedor y progresista.

Una tercera decisión fundamental sería abrir las puertas a la cooperación técnico-militar entre la OTAN y Rusia. Muchos países de la OTAN están recortando el presupuesto de defensa. Rusia, en cambio, acaba de embarcarse en un programa de rearme y modernización de su defensa. Moscú incluso ha comenzado a adquirir armas en el extranjero, para el asombro y la decepción del complejo militar-industrial ruso. Algo mejor que comprar productos terminados, sin embargo, sería realizar tareas conjuntas de investigación, desarrollo y coproducción de sistemas de armas. Esto sería razonable desde varios puntos de vista: estratégico, político y comercial. Asimismo, dicha cooperación sería aplicable a muchas áreas, desde la construcción naval hasta las comunicaciones y la aeronáutica.

Una cuarta decisión, también vital, sería crear un “escuela” de OTAN-Rusia para entrenar a civiles y oficiales militares en tareas de cooperación dentro del amplio espectro de cuestiones de seguridad, desde la lucha contra la piratería y las drogas hasta la defensa antimisiles y la cooperación industrial. La misión principal de esta escuela sería engendrar y fomentar un espíritu de equipo entre los alumnos, que luego utilizarían esa experiencia para impulsar la cooperación en nombre de la Federación Rusa y la Alianza. Sin ese cuerpo de personas capacitadas, dedicadas y desprejuiciadas en ambos frentes, ningún proyecto de integración acordado en los niveles más altos podrá implementarse con éxito.

Todas estas proposiciones son controvertidas. Cada una de ellas tiene escépticos y opositores en ambos lados. En cualquier decisión de este tipo se precisará liderazgo, perseverancia y coraje. Al comienzo de cada década desde el fin de la Guerra Fría, ha habido posibilidades de acercamiento entre Rusia y la OTAN. Boris Yeltsin deseaba la integración completa con las instituciones de Occidente, pero dicha esperanza desapareció luego de los bombardeos de la OTAN a Serbia. Vladimir Putin comenzó promoviendo una alianza con los Estados Unidos y la OTAN, y terminó en guerra en el Cáucaso. Ahora es el turno de Medvédev. Que esta vez ambas partes puedan finalmente cambiar las reglas del juego no depende exclusivamente de Medvédev y Putin.

Dmitri Trenin es director del Centro Carnegie de Moscú.

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