¿Existen alimentos ecológicos en Rusia?

Foto de Nikolái Koroliov

Foto de Nikolái Koroliov

Todos los fines de semana voy al mercado que queda más cerca de mi casa. Mi itinerario de costumbre es éste: primero voy al puesto de un agricultor de Lípetsk a comprar lácteos, luego al de uno de Tambov a comprar carne y pollo. La miel la compro a unos conocidos de Volgogrado. De la fruta y verdura de temporada elijo la que más me guste. Está claro que todo esto se puede comprar en el supermercado y mucho más barato, pero la carne de un pollo que haya correteado por el corral sabe muy diferente de la carne de esa gallina miserable que ha pasado toda su vida encerrada en una jaula de una granja. Y las manzanas naturales huelen de una forma muy diferente a las que no se estropean en medio año.

En los últimos años, dos tercios o más de mi cesta de alimentos se componen de productos rusos. Y resulta que una gran parte de mis compatriotas comparte estos mismos gustos. Según un reciente sondeo llevado a cabo por la compañía ROMIR, el 39% de los rusos están convencidos de que los alimentos de calidad y los alimentos producidos en Rusia son lo mismo. Este arrebato de patriotismo culinario es fácil de explicar. A principio de los años 90, cuando el enorme mercado ruso fue inundado de alimentos importados, el mero hecho de que procedieran del extranjero ya se consideraba una garantía de calidad. Poco a poco, los consumidores se han ido enterando de que la cosa no era tan simple.

En cuanto se empezó a hablar de alimentos modificados genéticamente, la gente acabó perdiendo todo el entusiasmo. Y es que el retraso de la economía rusa nos aporta una gran ventaja en este sentido. Gracias al hecho de que por la falta de dinero en la agricultura rusa no se apliquen los avances de la biotecnología occidental, los alimentos siguen conservando su sabor natural.

El 37% de los rusos están dispuestos a pagar más por productos que no contengan organismos genéticamente modificados y el 41%, por alimentos ecológicos. Cuando, a principios del año 2000, empezaron a abrir las primeras tiendas ecológicas, sus dueños basaban sus esperanzas precisamente en esta disposición de los rusos a pagar más por la calidad. Sin embargo, la mayoría de estos proyectos duraron muy poco. El error principal de sus impulsores consistió en no haberlos enfocado adecuadamente. Y es que el 90% de los alimentos que se ofrecían en estas tiendas eran de importación, aunque con certificados de la mejor calidad ecológica. Además, los precios eran mucho más altos que en los supermercados más caros, por no hablar de los mercados de la calle. Los propietarios de las tiendas ecológicas explicaban su fracaso basándose en que el público ruso no estaba preparado. Pero a mí me parece que ha sido una demostración de su tradicional astucia campesina. Y es que en Rusia incluso los habitantes de las ciudades más grandes no se han alejado mucho de sus antepasados del campo. Todos y cada uno de ellos tiene, o bien unadacha en el campo, o bien familia en alguna aldea. Así que las amas de casa que viven en las ciudades no han olvidado aún el sabor de los productos naturales. Por eso no entendían por qué había que pagar tanto si los mismos alimentos se podían conseguir en un mercado.

Con todo, en Rusia no existen alimentos declarados ecológicos oficialmente, por la sencilla razón de que la normativa relativa a la ecología está aún sin elaborar. Pero eso no significa que estos alimentos no existan, sobre todo si tenemos en cuenta que los estándares alimenticios en Rusia ya son de por sí bastante estrictos. Esto lo confirma el reciente conflicto con Estados Unidos cuando los servicios rusos de control sanitario prohibieron la entrada en un mercado local de muslos de pollo estadounidenses por haber sido tratados con cloro. Además, según el Ministerio de Agricultura ruso, la cantidad de abonos minerales y orgánicos que se utilizan en Rusia es 11 veces menor que, por ejemplo, en EE UU, y 23 veces menor que en China. También se aplican menos insecticidas. Todo ello por culpa de nuestra pobreza que, inesperadamente, podría convertirse en una ventaja.

Hoy en día la venta de alimentos ecológicos está recuperándose, pero esta vez sus principales proveedores son los agricultores rusos. Hace un año, el empresario Alexandr Konoválov era propietario de una importante empresa de network marketing. Hoy tiene una granja propia en la que cría vacas, ovejas, cerdos y cultiva verduras. Próximamente también tendrá conejos. Su hija Nastia, licenciada en la Universidad Estatal de Moscú, afirma que al principio le daba un poco de vergüenza decirle a sus amigos que trabajaba en una granja, pero después de que la fueran a visitar, probasen sus alimentos y empezasen a comprárselos habitualmente, dejó de estar acomplejada. Aunque sus productos son dos veces más caros que los del supermercado, la granja ecológica ya tiene su red de clientes fieles. No hay posibilidad de comprobar oficialmente que estos alimentos sean de producción ecológica debido a la ausencia de estándares establecidos. Pero a los clientes de Alexandr les es suficiente la confianza que tienen en él, porque la calidad de sus productos habla por sí misma. A decir verdad, yo también me fío de los agricultores que conozco en el mercadillo de al lado de mi casa, aunque no utilicen ningún sello “ecológico”. Basta con probarlos.

Hace tiempo, en la URSS había un chiste muy popular. Se encuentran un ruso y un inglés. El inglés pregunta: ¿Cuándo empiezan a vender fresas en Rusia? El ruso dice que en junio. Y el inglés responde que en Inglaterra, a las 6 de la mañana. Hoy en día, las fresas en Rusia también se venden durante todo el año, y está bien que sea así. Pero hay que admitir que el sabor de la fresa en enero no es el mismo que en junio. En el primer caso sabe un poco a plástico. Así que, para mi gusto, es mejor esperar hasta junio. Y para el invierno ya tengo almacenados tres kilos de arándanos rojos. Con ellos se puede hacer una bebida deliciosa que se llama mors.

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