Reproducción de la pintura
Quizá parte de mi veneración por Aleksandr Blok se deba a la existencia de un amor miserable, ya que tanto su vida adulta como su poesía, reflejaban una relación difícil y compleja con su prometida, Lyubov Dmítriyevna, y una complicada relación con la institución del matrimonio en sí. Mientras la cortejaba, Blok tomó a Lyubov como musa para un ciclo de poemas de ocho mil versos sobre la visión abstracta de la “eterna femineidad”, o como Blok la definía, “la más bella dama”: “Espero a la bella dama, / bajo el resplandor de un ícono de luz / ¡Me es tan familiar el flotar del atuendo / de su eterna majestad!”
Su idilio era platónico, pero en cuanto Lyubov encontró una capilla desierta, en el interior de la catedral de Kazán, donde poder esconderse para consumar largas sesiones de besos apasionados, Blok empezó a desarrollar una esquizofrenia severa. Quizá la materialización de su siniestro doble, “...mi otro lado salvaje y diabólico...”, era el modo en que daba descanso a su mente de la culpabilidad que sentía por los deseos y fantasías que experimentaba por aquella mujer, encumbrada a tan alto pedestal. Nos hallábamos en los albores del siglo XX, y la psiquiatría freudiana era aún desconocida, por lo que Blok sufría el tormento de creer que le asaltaban a él solo esos viles pensamientos.
El matrimonio de Blok, quien pidió expresamente no consumarlo durante un año, acabó viéndose amenazado por un pretendiente de Lyubov, en la persona de Andréi Bely. La reacción de Blok fue permitir que Lyubov le correspondiera, en un ménage a trois mental, por no decir físico. Pero Bely no se llevó a Lyubov con él, como había prometido, y en su lugar, Lyubov volvió junto a Blok, que la aceptó sin más.
Blok fue la figura clave indiscutible del Simbolismo durante la Ilustración rusa, un genio a lo Mozart que componía poemas simbolistas completos en su cabeza, plasmándolos luego sobre el papel con absoluta precisión, y cuyos recitales llevaban a todo el público de los teatros a experimentar un trance colectivo, que los transportaba, según se decía, a un mundo más allá de lo físico. El simbolismo de Blok era impactante, ya que provenía de visiones místicas. Cuando llegó la revolución, Blok se entregó a ella y produjo su mejor poema, Los doce, al tiempo que se aislaba de la alta burguesía, su propia clase, habiendo predicho durante años que ésta desaparecería. Consumada su última creación, Blok comenzó un declive que duró tres años. Al final, Lyubov, que había vuelto a él, permaneció junto a su lecho de muerte. Llevaba años enfermo y necesitaba el aire puro del campo finlandés para evadirse d el verano infectado de tifus de San Petersburgo, pero se le denegó y retrasó su permiso para viajar, hasta que fue demasiado tarde; el permiso llegó justo después de su muerte.
Fotos de RIA_NOVOSTI
Venero la vida de Blok, su arte y coraje tardío, que lo redimió y elevó al estatus de héroe. Un día profético, 7 años antes de la revolución, Blok, sentado en una pradera, le vinieron estas palabras, que creo hablan de nuestro egoísmo e indiferencia ante la injusticia: “¡Cuánto hemos llorado, tú y yo / por nuestra lastimosa vida! / Ay, hijos, si tan sólo supierais / el frío y la oscuridad de aquello que se avecina”.
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