Concebida en la era de distensión de Nixon y Brezhnev, la misión fue un esfuerzo simbólico por probar que, al menos en el espacio, los adversarios en la Guerra Fría podían trabajar juntos y confiar uno en el otro. Aunque tampoco se daría aún una confianza absoluta entre ambos lados. El ex director de la NASA Arnold Aldrich me contó que solían reunirse con sus compañeros rusos en hoteles del centro moscovita y no en los edificios de la ciudad cerrada de Kaliningrado, sede de la industria espacial. Y los colegas rusos han relatado cómo los vigilaban de cerca cuando viajaban a Estados Unidos. Aún así, el hecho constituyó un gran acto de fe que sobrepasó lo tecnológico. Para los directores espaciales soviéticos, viajar a EE UU era una experiencia culturalmente reveladora. El astronauta Vance Brand recuerda la pregunta de Leonov, en tono confundido, acerca de por qué los coches de las carreteras de Houston tenían tantos colores y no eran sólo negros y grises. La cantidad de productos para elegir en las tiendas locales era igual de sorprendente para los cosmonautas, que creían que los centros comerciales de Houston estaban reservados exclusivamente para las élites espaciales, dada la ausencia de grandes colas.
Del lado estadounidense, se dio a conocer a los astronautas la fascinación rusa por el espacio y el orgullo por su exploración. Deke Slayton me dijo una vez que Moscú fue el primer lugar en el mundo que visitó, y que allí los niños de colegio lo reconocían, ya que los libros escolares tenían fotos de él. “Nadie me conoce en Houston”, Slayton me confesó con pesar. “Tengo que venir a Moscú para que me recuerden”.
Photos by Robert McCall, NASA
"Fue el momento más interesante, el que habíamos estado esperando. Fue como un cuadro, el abrir la escotilla y ver el rostro sonriente de Tom Stafford"- Alexei Leonov | “Nuestro vuelo fue un gran símbolo de la paz. Establecimos buenas relaciones en el espacio y demostramos que podíamos vivir del mismo modo en la Tierra” - Thomas Stafford |
Lo extraño acerca de este aniversario es que, a fin de cuentas, Apolo-Soyuz dejó su huella, aunque no desde un principio. A pesar de las nobles promesas, la cooperación entre ambos países no se repetiría hasta el colapso de la Unión Soviética y el nacimiento de la Federación Rusa. Cuando se lanzó el programa Shuttle-Mir, a comienzos de 1990, los principales directores de ambos países eran veteranos del tiempo del Apolo-Soyuz. Vince Brand trabajaba en ese momento para un importante contratista del espacio, y Arnold Aldrich todavía pertenecía a la NASA. Del lado ruso estaban algunos de los directores que habían negociado los acuerdos anteriores. Había una historia personal que sobrepasaba las dificultades técnicas y políticas.
Eso es lo llamativo de la política y los políticos. La mayoría de las veces, las fotos preparadas, los comunicados de prensa y los proyectos sobredimensionados se esfuman y dejan atrás muy pocos cambios en nuestras vidas. Pero otras veces tienen un efecto mucho mayor del que se pueda imaginar. Ese fue el caso de la misión Apolo-Soyuz, que hizo que resultara mucho más fácil la sociedad que hoy en día disfrutamos entre los rusos y los estadounidenses. La Estación Espacial Internacional, así como nuestra cooperación en el espacio, han madurado y se han convertido en una amistad fuerte que tan solo representa un trampolín para la gran cooperación que está por venir en las próximas décadas.
Y todo comenzó con un apretón de manos en el espacio.
Jeffrey Manber es autor de Selling Peace (“Vendiendo la paz”), un relato de la historia de su representación de la misión espacial rusa en los años noventa.
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