Aquello sobre lo que tanto tiempo se habló y en lo que hasta el final no se creyó, ocurrió pese a todo. El matemático Grigorii Pérelman finalmente renunció al Premio del Milenio por un millón de dólares, que le adjudicara el Instituto Matemático Clay –el nobel de las Matemáticas-, por haber demostrado el teorema de Poincaré.
La explicación de esta actitud fue tan inesperada como el propio rechazo. Según palabras del científico, no está de acuerdo con la decisión de la comunidad matemática: “No me gustan sus decisiones, las considero injustas. Considero que la aportación del matemático norteamericano Hamilton en la resolución de este problema no es para nada menor a la mía”. Por ahora no se conoce la opinión de Hamilton al respecto.
La decisión de adjudicar el premio a Pérelman se conoció en marzo pasado. Todo este tiempo la exaltada opinión pública se consumió en adivinar si aceptaría o no el dinero (el científico ya había rechazado un premio de diez mil dólares) y si lo hacía, en qué lo gastaría.
Se encontraron no pocos deseosos de ayudar al hombre en esta nada fácil cuestión. Los comunistas de San Petersburgo, la ciudad natal de Pérelman, resultaron ser los más concretos. Le escribieron al matemático una carta con un detallado plan de acción. En primer lugar, aconsejan los comunistas, hay que aceptar urgentemente el dinero y de ser posible con intereses. En segundo lugar, destinarlo a la construcción de un centro científico donde estudiarán los hijos de las familias de pocos recursos. Y, por último, donar 100.000 dólares al Fondo del Mausoleo de Lenin. Las autoridades oficiales tampoco se quedaron fuera del “problema de Pérelman”. Vladímir Putin, en una alocución ante académicos que, como siempre, le reclamaron más dinero para la ciencia, medio en broma, medio en serio, les citó el ejemplo de Grigorii Pérelman. “Intentamos ayudarle de alguna forma pero ni siquiera acepta este dinero”, afirmó el primer ministro con un deje de orgullo.
Este científico, hasta ahora desconocido para todos, se ha vuelto muy popular. La opinión pública quiere designarlo ciudadano ilustre de San Petersburgo. Víktor Vekselberg, quien encabeza el proyecto Skólkovo, lo invita a formar parte de su consejo científico. Alguno incluso se ofrece para ser su amigo. Como por ejemplo su paisano Serguéi Mirónov, titular del Consejo de la Federación (Senado). Siguiendo el ejemplo de los comunistas, le escribió una carta a Pérelman donde le agradece su hazaña científica, se deshace en elogios y le pide una reunión para discutir los problemas de la ciencia. Seguramente tendrían de qué hablar. Mirónov, en cierto sentido, también ha rechazado el dinero. A juzgar por su declaración de ingresos, es el más “pobre” de entre los senadores. Es decir, literalmente vive de su sueldo. Pero esta petición también quedó sin respuesta.
La popularidad de Pérelman entre las masas se explica con facilidad. Se sobreentiende que la demostración del teorema de Poincaré no tiene nada que ver: ese enunciado no dice absolutamente nada a la mayoría de los ciudadanos. Se trata de su inflexible tenacidad para rechazar el dinero en nuestro tiempo, tan materialista. Por la lógica imperante es exitoso sólo aquel que tiene dinero, los demás son perdedores. Pero de repente aparece un Grisha Pérelman que dice: gracias, no lo necesito. “No necesito nada, tengo de todo”, así le respondió a los periodistas detrás de la puerta de su piso. Según sus vecinos, vive más que modestamente: en la pobreza.
Es posible, claro, atribuir todo a la extravagancia del genial científico. Pero hay una frase de un ex colega de Pérelman en el instituto matemático, donde trabajó hasta 2005, que aclara algo: “Él es escrupuloso en exceso. A veces veía alguna violación de las normas de la moral allí donde en realidad no las había”. Toda la comunidad matemática considera que la tarea fue resuelta por Pérelman pero él declara que es Hamilton quien merece el premio. Todos nosotros, sus contemporáneos, estamos convencidos que el millón de dólares es el equivalente a la felicidad en la vida y que tales regalos no se rechazan. Pero Pérelman piensa de otra manera. ¿Captan el sentido? Él tiene simplemente otros criterios acerca de lo que es moral o amoral, lo que es correcto o no. Parece que no sólo ve “violación de normas morales allí donde tal cosa no existe”, sino que en general ve más que todos nosotros juntos. Es posible, a propósito, que precisamente sea esto lo que le ayudó a resolver una tarea “irresoluble”.
La Rusia actual tiene complejas relaciones con el dinero. Es malo cuando no hay. Pero, por otra parte, cuando lo hay en abundancia, tampoco aporta nada bueno. Ahí está, por ejemplo, el montón de dinero que el estado invirtió en el fútbol y en el hockey, algo tan amado por el pueblo y por el poder. La selección de fútbol, sin embargo, ni siquiera se clasificó para la Copa del Mundo, y el equipo de hockey perdió en las Olimpíadas y en el campeonato mundial. A parte de unos elevados honorarios, los jugadores tienen que tener algo más en el corazón o en la cabeza. No sé qué será eso, pero una cosa está clara: no se compra con dinero.
Por lo visto Pérelman tiene ese “algo” y es mucho mayor que el millón de dólares. Sabe para qué está aquí y qué es lo que le hace falta. ¿Y en tal caso qué significan para él todas las tentaciones del mundo, todas juntas?
WilliamTerston, matemático y colega de Pérelman, comentó de este modo el rechazo que el científico hizo del premio: “Tengo una profunda simpatía y admiración por su fuerza interior y su pureza, por su capacidad de ser fiel a sí mismo. Hemos aprendido Matemáticas de Pérelman. Es posible que también tengamos que pensar sobre nosotros mismos y aprender de su relación con la vida”.
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