“Es octubre de 1990 y estoy parado a 137 metros del “sarcófago”, la estructura de concreto y acero rápidamente edificada para enterrar los restos del reactor que explotó”. El dosímetro está pitando furiosamente, pero la amenaza parece irreal—tan irreal como le debe haber parecido al grupo de personas que pescaba en un canal cercano cuando ocurrió la explosión: los otros reactores les impidieron ver el accidente, y por ello siguieron mirando sus tanzas de pescar. Sólo luego pagarían el precio por aquella noche.
Ya han pasado cuatro años desde que el reactor N. ° 4 de la Central Nuclear de Chernóbil expulsara una mezcla de uranio, acero y concreto en una nube que por poco no afectó a Prípiat, una ciudad satélite construida especialmente para proveer servicios a la Central. Desde entonces, la doble fila de álamos que dividen la avenida principal de Prípiat ha girado en dirección al cielo (altos y elegantes), mientras que a sus pies el pasto espera silenciosamente por un cortacésped que nunca vendrá. Si se observan de lejos los edificios de precaria construcción, la ciudad aparenta ser un campus de una universidad estadounidense. La ropa limpia finalmente fue retirada de los balcones (dos años después de la evacuación), y sólo quedan unas pocas ventanas rotas que miran hacia los departamentos saqueados por la misma policía enviada para custodiarlos. Los colores brillosos de las ruedas de los ferries han sufrido poco deterioro y sólo se necesita pulsar el interruptor para enviarlo, tambaleándose, una vez más a la vorágine fantasmal y chirriante. El estadio, cuya construcción finalizó poco antes del accidente, espera al público de fútbol que nunca llegará.
Todo espera. 13.000 apartamentos esperan a 13.000 familias; las escuelas y guarderías esperan por el tumulto de niños (Prípiat era una “ciudad joven”, con muchos niños) y, dentro de su tumba de concreto, el Reactor N. ° 4 espera a que transcurran 100.000 años, o quizá 500.000. En comparación, las pirámides de los faraones serán creaciones en verdad efímeras. Pero ya la estructura íntegra se está derrumbando, y el reactor entero tendrá que ser encerrado en una construcción exterior, o removido y enterrado en algún lugar hasta el momento indeterminado.
La sala de control del Reactor N. ° 4, que físicamente no se vio afectada por la explosión, es un caos de paneles desmontados, indicadores que no funcionan, diales apagados, polvo y una oscuridad silenciosamente perforada por miles de millones de partículas subatómicas. En el pasillo, los Reactores N. ° 1, N. ° 2 y N. ° 3, funcionan con normalidad. A sólo unos metros de distancia del lugar del desastre, todavía se genera electricidad para calefaccionar las casas y proveer energía a las fábricas. Ubicada en un edificio contiguo a los restos del Reactor N. ° 4, el Reactor N. ° 3 todavía no había comenzado a funcionar cuando ocurrió el desastre. Se le daban carretillas a los hombres, quienes eran enviados a los techos… ¡para que juntaran el combustible vivo con las palas! En la actualidad, los curas con sus cuellos blancos asisten a iconostasios de diales e interruptores en los tres reactores en funcionamiento; camiones rocían la zona de aislamiento de 30 kilómetros con un compuesto especial para evitar que el polvo se esparza, y una mujer joven pasea por la ciudad fantasmal como si fuera de otro planeta. Se duplicaron los salarios para quienes accedieron a quedarse, pero aún así el 95% decidió irse.
El subdirector de la central nos brinda un informe optimista de la situación actual mientras un funcionario del gobierno, en una lección acerca de cómo no se deben manejar las relaciones comunitarias, se ve obligado a esperarnos por tres horas sin siquiera obtener autorización para entrar a la central. Estos son días de autonomía ucraniana, quizás incluso de secesión de la Unión. Muchos ven a Chernóbil como una caja de Pandora que los hermanos rusos le han endosado. A lo largo de la frontera ucraniana se encuentra Bielorrusia, que sufrió lo peor de la radiación, a pesar de no poseer ningún reactor. Por ello, no es sorprendente que los gobiernos no tengan muchos deseos de compartir información médica.
Funcionarios del gobierno y del Partido Comunista tienen temores en todos los niveles, y no sólo debido a los problemas nucleares. El Tesoro está haciendo funcionar sus imprentas a toda hora, mientras que los precios en los comercios se mantienen a niveles relativamente estables. El resultado es un mercado negro en el que se consumen todos los bienes y servicios del gobierno; en consecuencia, los precios estables en los comercios vacíos pocas veces reflejan la realidad. En Moscú, una tienda de comestibles ofrece sólo tres artículos para la venta: salchichas, mermelada de ciruela y agua mineral. En una tienda de Kiev, las opciones son refrescos, salchichas, azúcar (racionada) y jugo. En los periódicos del gobierno y los programas de televisión, se alternan amenazas de hambre si la gente no colabora con la cosecha y negaciones de los rumores de hambruna. Cuando incluso el pan desaparece de las tiendas de Moscú por un tiempo, un periódico del gobierno desestima el problema tildándolo de "exagerado".
La sociedad es como un trozo de masa apretado por un puño fuertemente cerrado. Entre los dedos aparecen la delincuencia, la superstición y la astrología, los curanderos, las sectas religiosas marginales, los movimientos separatistas, el miedo, la ira y una sensación de desesperanza y frustración. En el restaurante del hotel, mientras la tercera camarera de esa mañana me dice que quiere irse, una canción popular retumba por enésima vez en el altavoz: “Chico norteamericano, llévame… Adiós, Moscú”.
En la conferencia de prensa, nos preguntan si se seguiría generando energía nuclear en los Estados Unidos si en Washington D.C. ocurriese una catástrofe similar a la que ocurrió en Chernóbil. El representante de la Comisión Reguladora Nuclear se niega a especular.
Las consecuencias médicas de la situación no son claras, pero la mayoría piensa que les están mintiendo. La revisora del tren nos dice que tiene un tumor en el pecho del tamaño de un huevo de gallina y sostiene que el 90% de las mujeres tiene cáncer. Estos rumores son comunes. En un acto político, me entregan como recuerdo una tarjeta de inscripción del Diputado 112 del Partido Verde de Ucrania, que en el reverso contiene una imagen del reactor y la frase "¡Por una Ucrania sin Chernóbiles!”. Luego del acto, un hombre me ruega que ayude a su hijo de 7 años, quien ya ha recibido 50 transfusiones de sangre. 600.000 personas participaron en la limpieza de Chernóbil, y cantidades incalculables recibieron dosis masivas de radiación. Existen tratamientos disponibles para los “héroes de Chernóbil”. Uno de ellos describió cómo trató de ayudar trabajando en medio de una corriente de refrigerante radioactivo en el circuito primario. Otro describió la espeluznante vista de la central en las horas tempranas de la mañana posterior al accidente: en lugar de un edificio macizo, había una masa de escombros irradiando su propio amanecer incandescente. Para estos pocos héroes existen tratamientos e incluso algunos privilegios, por llamarlos de algún modo, como comida y vivienda. Otros, como los bomberos que pensaron que se trataba simplemente de apagar un incendio, están enterrados en una fosa común en un cementerio moscovita.
El núcleo de un reactor nuclear está en un estado de fluctuación constante. ¿Qué causó el accidente de Chernóbil? ¿Cómo pudo una simple prueba salirse de control y causar semejante desastre?
Al igual que Chernóbil, la Central Atómica Khmelnitsky está ubicada en Ucrania. Uno de los sistemas de seguridad se probará en nuestra presencia. En los Estados Unidos, una prueba similar sólo podría realizarse durante un “corte”, pero este es un reactor en funcionamiento activo. La Sala de Control, prácticamente idéntica a la sala del reactor N. ° 4 de Chernóbil antes del accidente, está revestida con indicadores, interruptores y monitores de ordenador a color. Todo el personal (incluso los observadores estadounidenses) tienen batas blancas, gorras y calzado especial. Los operadores de la Sala de Control ocupan sus puestos, y una serie de comandos rebotan por toda la sala. Todos los ojos miran atentamente lo que aparece en los indicadores y monitores. Finalmente, se acciona el interruptor, que intencionalmente interrumpe el normal funcionamiento del reactor. ¿Se activará el sistema de emergencia? Se supone que es una prueba de rutina… Una sirena fuerte ahoga todas las voces, y los indicadores y monitores indican que el sistema de seguridad se ha activado, tal como había sido planeado. El alivio en la sala es tan palpable como lo era la tensión que se sentía momentos antes. La presencia de observadores obviamente no ha sido positiva para el personal. Ahora que la obligación se ha cumplido, el operador senior nos invita a retirarnos. Mientras salimos, todos pensamos en las etapas iniciales de la prueba de Chernóbil que llevaron al accidente.
John Glad es ex Director del Instituto Kennan de Estudios Avanzados sobre Rusia, en el Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson, en Washington
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