Las islas Solovkí, de cuna del ‘gulag’ a lugar de culto

Una periodista relata su experiencia de viaje al archipiélago Solovkí, lleno de misterio, historia y actividades para pasar un fin de semana.

Hace tiempo que quería ir a las Solovkí. Pero siempre, a pocas horas de salir, una intoxicación me dejaba por los suelos. Pensaba en un refrán que pone en guardia al viajero: “Las Solovkí no acogen de buen grado a todo el mundo”. Mis complicaciones empezaban incluso antes de partir. ¿Es posible que las Solovkí se opongan a mi viaje de manera tan categórica?

En cuanto me restablecí, me puse en marcha y cogí el tren al pueblo de Kem. La leyenda también precisa: “Aquel que lo desea de verdad llegará a las Solovkí, pero deberá armarse de paciencia”.

Un sabio consejo para el que quiera llegar a estas regiones del norte, donde el hombre debe someterse a los caprichos de la naturaleza.

Me impulsó a emprender viaje el deseo de comprobar si es cierto que volvería diferente , como afirman todos los que han ido. Parecería que una extraña atmósfera reina allí y se apodera de las almas de los viajeros. Será porque se identifican con el destino, frecuentemente trágico, de los hombres que han vivido aquí en los último siglos, muchas veces contra su voluntad.

En el mapa, el archipiélago parece un puñado de piedras esparcidas por el Mar Blanco, cerca del Círculo Polar Ártico. Es sorprendente el papel que siempre han desempeñado esta sislas en la cultura y la historia, tanto de Rusia como de la URSS, desde el siglo XV, cuando fueron habitadas por primera vez por anacoretas. El archipiélago se convirtió en un centro espiritual, cultural y económico del norte de Rusia, y así fue durante 500 años.

Nunca perdió su notoriedad: de sustento espiritual de las almas, se convirtió en lugar de exterminación de los oponentes del régimen. El sistema de campos de concentración del gulag se difundió por toda Rusia bajo el modelo del campo Slon, en las Solovki.

Numerosas huellas de pescadores y cazadores, y más de 30 misteriosas construcciones en forma de laberinto, recuerdan el paso del hombre primitivo. Puede ser que aquí se llevaran a cabo ritos paganos, como piensa la mayoría de los arqueólogos. O puede ser cierta la reciente teoría planteada por el científico italiano Marco Bulloni. El investigador considera que la Gran Solovkí, la isla más grande del archipiélago es, ni más ni menos, la Atlántida. Y que los laberintos son… ¡la maqueta tridimensional de las construcciones de la isla legendaria!


Fotos & texto de William Brumfield. Comentario de Daria Boldyreva



El viaje

Vagón de tercera, litera superior. No era el mejor sitio, pero de todas formas el viaje no es tan largo: 1.500 kilómetros desde Moscú hasta Kem. En Rusia no son una gran distancia.

Mis amigos, que me habían precedido desde Moscú en coche, me recibieron en Kem, orgullosos de la bolsa de setas recién cogidas en el bosque.

En uno de los barrios de este pueblo portuario que une el continente con el archipiélago, se filmó La isla, de Pável Lunguín. Ahora es la meca de los fanáticos del cine de culto. Con ellos pasamos la noche ante la hoguera, en la antiguo plató, discutiendo sobre cómo capturar, en estas latitudes, el paso de la noche al día polar, dado que el crepúsculo y el amanecer duran seis meses cada uno.

Por la mañana, en el barco rumbo al norte, el contacto con el continente se disipó, como la niebla. Caí en un sueño reparador. Desperté en la isla.

¡Siete días en las Solovkí era lo que me hacía falta! No escatimamos esfuerzos: caminatas, excursiones y kilómetros de caminos de grava en bicicleta. Mis amigos y yo, acostumbrados tanto a las tiendas de campaña como a los hoteles, logramos descansar.

Las Solovkí son un lugar turístico con mucha gente, especialmente los fines de semana. En agosto, durante el festival de los cantautores, llegan bardos barbudos para cantar sus historias.

Es increíble constatar hasta qué punto el microcosmos de las islas está impregnado de un sentimiento de calma casi sobrenatural, típicamente nórdico, capaz de tranquilizar los temperamento más ardientes de mi querido sur.



La historia de un país

Las islas no tuvieron habitantes hasta el siglo XV, cuando llegaron los primeros ermitaños. El monasterio Solovetsky no fue más que una modesta casa con una iglesia, ambos de madera, hasta mediados del siglo XVI.

Sin embargo, el fuerte carácter de los habitantes tardó poco en manifestarse. En 1548 el abad Philippe -conocido en el mundo boyardo como Fyodor Kolychev- hizo construir magníficos templos de piedra y una granja con grandes edificios.
Se desarrolló el comercio y una flota propia. Nuevas carreteras y canales conectaron los numerosos lagos, mejoraron el abastecimiento de agua y la movilidad de los buques ligeros y los barcos. Estos canales todavía funcionan.
En el siglo XVIII, el monasterio de Solovki participó en las operaciones de defensa de la parte occidental del Mar Blanco y cumplió la función de puesto de avanzada militar durante casi 200 años.

Los bolcheviques cerraron el monasterio y lo adecuaron a sus necesidades. El antiguo centro espiritual se convirtió en 1922 en el primer ‘gulag’ de la época soviética.


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