John Cleese, el comediante del grupo humorístico Monty Python, en su papel de líder revolucionario en la película La vida de Brian, se asombraba al recibir una catarata de respuestas positivas a su pregunta retórica—“¿Qué es lo que han hecho los Romanos por nosotros?”.
Los estudiosos rusos han sido menos halagüeños respecto de la historia de los Romanov.
Tras la reciente muerte de la Gran Duquesa Leonida Georgievna, la última Romanov nacida antes de la revolución de 1917, los historiadores rusos se encuentran una vez más en la tarea de indagar el pasado y tratar de responder a la siguiente pregunta: "¿Qué ha hecho la familia Romanov por nosotros?"
La dinastía alcanzó la cresta del poder europeo tras la derrota de Napoleón en 1815. Sin embargo, casi un siglo después—después de varios intentos fallidos de aplicar reformas económicas, políticas y militares—el último zar, Nicolás II, dejó tras de sí un país feudal muy atrasado con respecto a sus pares europeos.
Si el final fue de todo menos glorioso, el comienzo de la dinastía había sido más que prometedor.
Los Romanov descendían de la primera esposa de Iván el Terrible, Anastasia Románovna, cuya muerte, en 1560, se cree que empujó al zar al borde de la locura.
La familia tuvo la oportunidad de llegar al poder medio siglo después, cuando los boyardos votaron a Mikhail Romanov, de 16 años, tras una época anárquica conocida como el Período Tumultuoso.
“Necesitaban elegir a alguien joven, tranquilo y confiable", afirma el novelista histórico Vladimir Sharov. Los boyardos sentían que podían manipular fácilmente a Mikhail, pero éste terminó gobernando con su padre, más poderoso que él mismo.
Pedro el Grande fue el Romanov que más aportó al país. Además de construir San Petersburgo, expulsó a los turcos de Azov, construyó una flota y promovió una severa forma de capitalismo de Estado y libre comercio.
Pero, si bien los Romanov hicieron mucho por su país, también le infligieron mucho daño.
Durante tres siglos, intentaron imponer un sistema de modernización de arriba hacia abajo que fue, como mínimo, impopular, y hasta violento en muchas ocasiones.
Un claro ejemplo puede verse en el intercambio entre el ultraconservador Zar Nicolás I y el jefe de la policía secreta, el Conde Alexander Benkendorf, en la época posterior a la Revolución Francesa de 1830.
“Rusia se encuentra protegida de las calamidades de la revolución porque, desde Pedro el Grande, los monarcas siempre fueron superiores a las naciones”, le dijo Benkendorf a Nicolás.
Benkendorf sostenía que el secreto para retener el poder era, en primer lugar, no ilustrar al pueblo, “así el pueblo no adquiere el mismo nivel de entendimiento que los monarcas”.
Nicolás I, o Nikolai Palkin ("El Duro”, como lo llamaban popularmente), dirigió una brutal militarización de la sociedad, por la que campesinos desafortunados eran reclutados en el ejército de por vida y, con mucha frecuencia, molidos a golpes por delitos menores.
Pero Nicolás también era el “único europeo” de Rusia, según Alexander Pushkin, cuyo afecto por el monarca aparentemente no se veía perturbado por la aventura amorosa que su esposa, Natalya Goncharova, se cree que tenía con Nicolás.
Los Romanov tenían sangre europea, debido a las numerosas bodas que celebraron con miembros de la realeza de este continente. Tras Catalina la Grande, los Romanov mantuvieron sólo unas gotas de sangre rusa.
Aparentemente, la escisión con el pueblo comenzó con Pedro el Grande, quien escandalizó a los boyardos con sus formas modernizadoras—y su sorprendente orden de prohibir las barbas. "Se entendía a la sociedad como un objeto pasivo que debía manejarse; de ninguna manera era un socio con quien negociar", ha escrito el historiador ruso Semyon Ekshkut. “El gobierno veía el diálogo como un peligro, no sólo para sus propias prerrogativas, sino para toda la sociedad”.
Los zares, sin embargo, permitían ser contactados directamente en una variedad de temas. En la actualidad, dicha práctica continúa vigente mediante los espectáculos televisivos en los que se reciben llamadas telefónicas, presentados por Vladímir Putin, primero como presidente y ahora como primer ministro.
“No podemos afirmar que existiese una completa alienación entre el monarca y la sociedad”, afirma Sharov, el novelista. “Había un culto alrededor del monarca, y casi siempre se culpaba de muchas cosas a las personas que lo rodeaban”.
“La idea de que sólo el jefe de estado puede solucionar nuestros problemas personales se encuentra genéticamente arraigada”, sostuvo Dmitry Babich, analista político de RIA Novosti.
Dicha accesibilidad resultó fatal para el zar reformista Alejandro II, quien abolió la servidumbre en 1861. En 1866, Alejandro sobrevivió al primer intento de asesinato en el Jardín de Verano de San Petersburgo. Sin embargo, años más tarde el zar aún mantenía esa accesibilidad ante los ciudadanos descontentos, cuando uno de ellos finalmente logró matarlo en una calle de la ciudad, en 1881.
Epígrafe: 1893: El zar Nicolás Romanov con su prometida Alejandra (a la izquierda, arriba), futura zarina de Rusia.
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