Lucha por los terroristas potenciales

No nos acercaremos a la victoria sobre el terrorismo si no llegamos a saber y a entender de dónde salen los “shahid,” por qué la gente en el Cáucaso se va “al monte” y quiénes son y cómo piensan estas personas.
El papel decisivo en este proceso de comprensión lo tiene el islam moderado. Al fin y al cabo, la tarea principal de toda religión, si no la única, es la victoria en la lucha por las almas humanas, la capacidad de reconciliar a las personas con la muerte y con el carácter trágico de la existencia, sin pretender que ello se pague con vidas humanas.

Las medidas económicas y militares por si solas no bastan para que no haya terroristas suicidas. Existe también una lucha por salvar a las personas de la resignada idea de “ir al cielo” llevándose consigo cuantas más personas inocentes mejor, que no tienen intención alguna de abandonar este mundo.

En ninguno de los atentados relativamente importantes que han tenido lugar en Rusia han quedado terroristas vivos. Cuando, movidos por un gran dolor y un sentimiento de impotencia, nos ponemos a maldecir a los que explotaron en el metro de Moscú o capturaron rehenes en el colegio de Beslán, se produce un diálogo con el vacío, con los cadáveres de los suicidas, con los terroristas ejecutados durante el asalto o con los organizadores de estos atentados, desconocidos para la sociedad.

Introducir la pena de muerte por el terrorismo no tiene ningún sentido: cada “sha¬hid” está dispuesto a morir y muere con garantía, y a los que preparan para ello, las fuerzas del orden público no saben o no quieren capturarlos vivos.

De todas las reacciones a los atentados de Moscú y Kizliar, la más trascendente me ha parecido la del presidente de Ingushetia, Yunus-bek Yevkúrov: “Investigamos a los familiares de los participantes en los grupos armados ilegales que estén detenidos o muertos, vemos dónde están sus mujeres, controlamos directamente a cada familia”. Hay que saber quién podría, potencialmente, convertirse en “shahid,” conocer sus nombres y direcciones.

Después de cada atentado se pronuncian los mismos tópicos: “los terroristas y delincuentes no tienen nacionalidad,” “el islam es una religión de paz.”

Es verdad que el origen étnico de los terroristas y los delincuentes no importa. Podemos decir que no son musulmanes “verdaderos,” que son apóstatas. Pero el islam ruso debería, al menos, intentar ayudar al poder laico a comprender por qué estas personas se convirtieron en “sha¬hids”.

La lucha por las almas de los que se convierten en “sha¬hid” es una lucha por la pureza (no canónica, sino moral) del propio islam, por su verdadera grandeza.

La situación única de Rusia consiste en ser un país multinacional y multirreligioso. Es por eso por lo que la situación actual en el Cáucaso Norte es tan peligrosa. Una situación en la que el poder laico y la inmensa mayoría de la población parecen completamente leales al Krem l in, pero en la que no existe una unión verdadera y natural con el resto del país.

Por ello, la lucha por la juventud caucasiana que nació y creció en una guerra permanente no tiene una dimensión solamente humana o religiosa, sino también estatal: la de preservar la unidad del país en sí.

Desgraciadamente, nuestra capacidad de oír, escuchar y entender a los demás es bastante limitada. Y ya es tarde para hablar con los “shahid” cuando éstos están a punto de perpetrar un atentado. Pero si existe aunque sea una minúscula oportunidad de convencer al menos a un hombre o a una mujer de que no se hagan suicidas, no podemos desaprovecharla.

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