Claves de una nueva relación

Dmitri Medvédev y Cristina Kirchner durante su encuentroen la Casa Rosada

Dmitri Medvédev y Cristina Kirchner durante su encuentroen la Casa Rosada

El encuentro bilateral mostró interés por relanzar una agenda considerada estratégica para ambos países y que aún necesita superar obstáculos

Hace más de 125 años Alexandr Iónin, enviado por el flamante zar de Rusia Nikolái II a Sudamérica, insistía en el establecimiento de relaciones con la Argentina. “Rusia y la Argentina –afirmaba el diplomático- son exportadores al mercado internacional con una nomenclatura similar de productos y podrían ser socios en la competencia con otros países”.

Poco después, en octubre de 1895, Buenos Aires y Moscú establecían relaciones diplomáticas. Las palabras de Iónin, luego de 125 años de ciclotímica historia plagada de terribles experiencias por ambas partes, todavía esperan convertirse en realidad.

El reciente viaje del presidente ruso Dmitri Medvédev ha sido una confirmación de esta inacción y, al mismo tiempo, un muy serio llamado a revertir la situación y darse cuenta, realmente, que el primer enviado diplomático ruso había sido un visionario y que ambas partes tienen todas las condiciones para convertirse en un poderoso factor conjunto en los mercados internacionales de productos, bienes y servicios.

Por primera vez un presidente ruso visitó la Argentina. Aunque, preciso es decirlo, su presencia puede considerarse como una escala hacia Brasilia, donde al día siguiente se reuniría para fijar un consenso unificado de cara a la reunión del “G-20” y avanzar en la estructuración de una política financiera única, con sus colegas brasileño, chino e hindú en la segunda cumbre de los países BRIC. Sin embargo, Moscú se ha encargado de dejar expresamente sentado que las relaciones con la Argentina son consideradas como estratégicas para el Kremlin. Y siempre insistió en basarlas en intercambio de nuevas tecnologías y exportaciones con valor agregado, dejando de lado el simple transporte de materias primas: agroalimenticias del lado argentino, petroquímicas del lado ruso. Con el agravante de una balanza desbalanceada, donde el platillo argentino es diez veces más pesado que el ruso.

En esta oportunidad, Medvédev asistió a la firma de una porción de protocolos de intención. Una vez más argentinos y rusos hemos afirmado la conveniencia de desarrollar relaciones entre los dos países. ¿Pero finalmente cuáles son las pautas principales de este desarrollo? ¿Cuáles son los caminos? ¿Qué instrumentos hay que aplicar para que esas pautas se cumplan?

Aquí podríamos dedicarnos a redactar, una vez más, la crónica de un encuentro de alto nivel. En realidad, lo que hace falta es lo que solicitó el presidente ruso en su breve reunión con los empresarios argentinos, en la aristocrática sede del Jockey Club, en plena zona residencial de la capital argentina. Medvédev pidió breves y concretas intervenciones con demandas y ofertas. Sobre todo a los argentinos. Y se dispuso a anotarlas para lo que sacó papel y lapicera.

No tuvo demasiado trabajo. Apenas algo más de lo general, lo que ya había quedado fijado por enésima vez en documentos protocolares, fue lo que debe haber anotado. No hubo propuestas concretas de la parte argentina. El silencio dominó a los empresarios rusos.

Y sin embargo, los negocios existen y son muy jugosos. La base de los mismos es la cooperación, la integración, el intercambio tecnológico y la audacia inversora. El veterinario principal de Rusia, Serguéi Dankvert, recordó la triste experiencia con el aceite comestible. La Argentina llegó a ser, en la década del 90, la primera vendedora mundial de aceite de girasol a Rusia. Una sola firma argentina concentró en su momento el 16% del mercado ruso. Sin embargo los exportadores hicieron caso omiso de las advertencias de sus compradores rusos: Rusia siempre ha sido gran productora de girasol. Se trataba de instalar en Rusia plantas productoras que, con la tecnología argentina, elaboraran el aceite a partir de la materia prima local. Esto no ocurrió y la participación argentina en ese mercado se desmoronó.

¿Y qué es lo que se puede hacer hoy en materia agropecuaria? Argentina ya no está presente en el mercado ruso de cereales. Es más, Rusia vende trigo a Brasil y comenzará en breve a venderle a Colombia. Rusia no es compradora de soja. En cuanto a la carne aviar, de la que Rusia importaba anualmente unos 400 millones de dólares, sobre todo de los Estados Unidos, ahora ha lanzado su propia producción tras cerrarles el paso a los exportadores norteamericanos, dado el uso abusivo que hacen del cloro y de hormonas, y en la práctica ha dejado de importar para incrementar notablemente su propia producción. Por cierto, los productores brasileños han trabajado intensamente con sus colegas rusos en la organización de estas nuevas fábricas de pollos…

Existen planteos rusos a los productores argentinos en esta materia, sobre todo para la organización de producción de carne aviar “Premium” y la producción de huevo en polvo, un producto en el que la Argentina es uno de los líderes mundiales y los rusos principales compradores.

Argentina está “condenada”, parafraseando a algún referente político, a desarrollar la agroindustria. Sus condiciones naturales y sus bases económicas confirman lo que la FAO viene diciendo desde hace años: que la Argentina está en condiciones de alimentar a más de mil millones de personas por año.

Algunos empresarios rusos del sector han comprendido esto y, superando ciertas dificultades internas, comenzaron a trabajar con proyectos de inversión y radicación en el sector agroindustrial argentino. El cálculo es muy sencillo: asegurarse una buena porción de este inevitable desarrollo de la oferta alimenticia argentina. En especial, esto se refiere al sector cárnico. Han existido algunas experiencias en materia vitivinícola apoyadas en la sostenida exportación de vinos de mesa a Rusia, pero está claro que la tendencia puede afirmarse precisamente en este sector cárnico. Los proyectos se concentran en la elaboración del producto y no en la cría, algo que junto con la ingeniería genética quisieran llevar de aquí para su país, y en algunas provincias argentinas iniciaron ya trabajos de movimientos de suelos y medioambientales para la construcción de frigoríficos de ciclo completo.

Comienzan también a desarrollarse proyectos de inversión en algunos cultivos agroindustriales como el té misionero. Desde hace algunas décadas que se realizan tímidas exportaciones del B.O.P. argentino a Rusia. Se trata de una variedad con un sabor bastante neutro pero con un color muy definido que permite a las elaboradoras rusas mezclarlo con el té hindú o srilanqués y obtener un blend muy agradable, consistente y de bajo precio. Alguna delegación rusa visitó recientemente la provincia para iniciar tratativas con vistas a eventuales radicaciones y producciones conjuntas.

Aquí puede dibujarse un cierto modelo de comportamiento mutuo. Tomemos como referencia, cuando no, un fracasado proyecto. Hace algunos años la empresa “Seljozpromexport” (algo así como Exportadora Agroindustrial) había acordado con el entonces gobierno bonaerense el tratamiento de las inundaciones en la cuenca del Salado. Su proyecto era de alto nivel científico y práctico y permitía recuperar definitivamente las riquísimas tierras ribereñas.

“Roskosmos”, la agencia federal cósmica rusa, podría llegar a incluirse en el proyecto con su propuesta avanzada de sondeo profundo del territorio argentino, además de otro protocolo firmado para instrumentar una estación terrenal para el GLONASS, el sistema ruso compatible con el GPS pero bastante más ramificado según explicó Arkadi Perminov, titular de la agencia rusa. En el primer caso, el sondeo profundo permitiría descubrir los grandes reservorios naturales en los que se puede alojar el agua de las inundaciones para luego, por un simple sistema de bombeo y entubamiento, derivarla hacia las zonas de sequía. El estudio efectuado en este sentido por institutos de la Academia de Ciencia de Rusia y chequeado por especialistas de la Comisión de Investigaciones Científicas del gobierno bonaerense, se integra con el “paquete” presentado por “Seljozpromexport” en su momento.

El costo total de proyecto y obra era de 400 millones de dólares. Algo no demasiado oneroso si se tiene en cuenta que una “simple” inundación de las anuales le sale a la provincia unos 500 millones de dólares. La tecnología a emplear, además, permitía acordar con Córdoba, Santa Fe y La Pampa un régimen conjunto de trabajos para terminar de una buena vez con esta calamidad periódica.

Lo más interesante es que la parte rusa se comprometía, por cada dólar que cobraba, a comprar 2,5 dólares en alimentos producidos por la región.

No funcionó, pero es un patrón aplicable con diversas escalas y a distintos sectores para tomar muy en cuenta. Los rusos lo están haciendo funcionar en Brasil y en Colombia, por ejemplo.

Otro modelo frustrado pero de real interés es el que en su momento se propuso a las provincias patagónicas: radicación pesquera rusa en la costa argentina. La propuesta abarcaba, además de inversión, el asentamiento de colonias rusas y el funcionamiento de factorías pesqueras, tanto embarcadas como en tierra. Los correspondientes institutos rusos llegaron a proponer a la Subsecretaría de Pesca de la entonces Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos, hacia finales de la década de los 90, un plan de repoblación de la merluza y el aprovechamiento integral del krill austral, verdadera plaga para la fauna oceánica pero factible de originar un gran valor agregado tanto en industria alimenticia como farmacéutica o cosmética.

Por añadidura conviene mencionar la cooperación antártica. Tanto la Argentina como Rusia son signatarios del Tratado Antártico, de inminente y conflictiva renovación. No es el caso de mencionar el avance inglés en el Atlántico Sur pero sin duda que la prestación de helicópteros y rompehielos rusos para las desarboladas posibilidades argentinas de custodiar sus riquezas australes es de trascendente importancia y merecería un tratamiento muy superior. Habida además cuenta de las ofertas rusas para la exploración y explotación de hidrocarburos offshore o en el territorio, como la formulada hace algún tiempo por “Slavnieft”. A lo que se puede agregar la cooperación tanto upstream como downstream. Aunque los ingleses lo ocultan cuidadosamente, el informe elaborado en 1974 por el lord Shackleton daba, preliminarmente, una reserva de hidrocarburos en el mar austral superior a los 30.000 millones de barriles. Sin duda, continuación al menos de los riquísimos yacimientos descubiertos por Petrobrás y sus asociados rusos mar adentro, frente a las costas sur del Brasil.

Pueden añadirse a esto varias negociaciones celebradas a principios de este siglo entre empresas rusas y el gobierno neuquino para la reactivación de miles de pozos secundarios en la provincia.

En cuanto a las obras de infraestructura en sí, hace años que las grandes empresas ferrocarrileras rusas vienen presentando distintos programas de trabajo tanto para la electrificación y modernización de los ramales del ferrocarril suburbano del Gran Buenos Aires, como para obras más fundamentales como la reconstrucción y reequipamiento del Belgrano Cargas, tantas veces anunciada y tantas veces olvidada. Un proyecto estratégico que permitiría poner en valor la única gran vía férrea de cargas del continente sudamericano y que, a los efectos prácticos, reivindicaría la estrategia británica de derivar el ferrocarril a los puertos en un tráfico de ida y vuelta. Soja contra fertilizantes. Carne contra insumos. Maquinaria agrícola contra maquinaria agrícola… (Rusia produce buena maquinaria agrícola pesada y la Argentina produce liviana. Algo que el presidente del Consejo Empresario Ruso-Argentino y titular del Banco de Desarrollo Regional de Rusia, Dmitri Titov, se encargó de puntualizar en la reunión empresarial binacional).

Otra de estas obras ferrocarrileras trascendentes y en especial para las relaciones argentino-rusas, es el ferrocarril trasandino patagónico. Impulsado por Neuquén, Río Negro y otras provincias, este ferrocarril (con grandes tramos ya en funcionamiento, con túneles abiertos pero desconectados entre sí) podría unir puertos atlánticos como Bahía Blanca, Quequén o San Antonio con puertos pacíficos como Talcahuano o Concepción. De tal modo, los productores locales tendrían aseguradas salidas bioceánicas y los importadores rusos podrían tomar la carga por cualquiera de ambos “costados”.

El costo de este tendido sería mucho menor que el pretendido y nunca resuelto proyecto de “perforar” los Andes mendocinos. Por otra parte, una cosa es adaptar un ferrocarril de carga para una altura superior a los 3.500 metros y otra es terminar su traza prácticamente a nivel del mar.

Vladímir Iakúnin, presidente de “Ferrocarriles de Rusia”, se mostró admirado por la potencialidad de la red ferroviaria argentina y por sus carencias. “Tienen una red de casi 45.000 kilómetros y no sé si tienen 20.000 en uso”, fueron sus palabras. Pero Iakúnin, cuya empresa cotiza en el NYSE estadounidense, es socia paritaria de Siemens y detenta el 25% de las acciones del poderoso holding ruso “Transmash”, productor de todo lo que tenga que ver con ferrocarriles, confirmó su disposición a lograr la financiación rusa para todos los proyectos e incluso admitió la firme posibilidad de instalar una filial en la Argentina. La condición es contar con el aval del gobierno argentino…

Dentro de este esquema de transportes se inserta, desde luego, la oferta similar realizada hace algunos años por “Mosmetrostroy” (constructora moscovita de líneas subterráneas) en conjunción con “Vagonmetromash” (fábrica de vagones para subterráneo) (del grupo “Transmash”) para el tendido y equipamiento de nuevas líneas en la Argentina con posterior salida a América Latina. Una delegación encabezada por el veterano Edzar Sandukovski, uno de los técnicos más afamados en el mundo en esta materia, recorrió hace algunos años las obras de ampliación de las líneas porteñas y propuso una acción conjunta con una de las constructoras argentinas de subte. En cuanto a precio, tanto el tendido como el equipamiento y el material rodante están una vez y media en promedio más barato que en el resto del mercado internacional.

Por último, está el tema de la energía nuclear. Hace varias décadas la Argentina enviaba a Rusia su uranio para enriquecerlo en los equipos de aquel país. Hoy, la relación entre ambos países en el campo de la energía atómica puede llegar a ser sensacional. “Rosatom”, la agencia de energía atómica rusa encabezada por el ex primer ministro Serguéi Kirienko, ha propuesto un régimen de asociación con sus pares argentinos (por ejemplo el INVAP) para presentarse en conjunto en terceros mercados con tecnología nuclear de punta, digamos reactores rápidos livianos. Kirienko, por otra parte, adelantó la intención de “Rosatom” de intervenir en la anhelada construcción de Atucha II e incluso diseñar Atucha III. El presidente Medvédev, en una audaz declaración, afirmó que esta colaboración puede significar miles de millones de dólares. No está equivocado.

Sobre todo si se complementa el panorama energético recordando que casi una tercera parte de la energía eléctrica generada en la Argentina lo es con equipamiento ruso. “Power Machiny”, o “Silovye Machini” si es en ruso, es el poderoso consorcio instalado en la Argentina desde hace varias décadas (su nombre anterior, “Energomashexport”, es más conocido) que ofrece tanto turbinas para centrales hidroeléctricas como proyectos llave en mano para centrales térmicas o usinas de energía alternativa.

Pero toda esta enumeración no sería más que un pretencioso listado si no se enmarca en un régimen binacional de prestación de servicios bancarios. Y el hecho es que entre la Argentina y Rusia no existen cuentas corresponsales. Los bancos “Credicoop” y “Galicia” han mantenido cierta relación con bancos rusos y el “Vneshekonombank” o Banco de Economía Exterior llegó a abrir una representación en Buenos Aires, pero no condujeron a ninguna operación comercial de fuste o sostenida en el tiempo.

En 1994 el entonces presidente del Banco Central Argentino, Roque Fernández, y la entonces presidente del Banco Central Ruso, Tatiana Paramónova, suscribieron un excelente convenio de reciprocidad financiera, que permitía a ambas partes en la práctica fomentar el desarrollo de emprendimientos comerciales o productivos mediante un mecanismo cruzado que ahorraba el uso de divisas y facilitaba las contabilidades. Como los casi cien convenios y tratados existentes entre ambos países, no funciona, ha perecido, o fue olvidado en algún polvoriento cajón.

Un convenio que acciona mecanismos de contraprestación excepcionales, sobre los cuales la Argentina sólo tiene escasos otros convenios.

Se verá al leer esta nota que trasciende una cierta saturación por tanto proyecto y emprendimiento frustrado. Un sentimiento que podría ser atendido y hasta compadecido en alguna y perimida etapa de los procesos mundiales contemporáneos. Hoy, como se dejó expresamente sentado durante la visita del presidente Medvédev, tanto por él como por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en un mundo multipolar, con una enorme variedad de caminos, requerimientos, planos de realidad y dinámica alternativa, la concreción de estos proyectos y emprendimientos adquiere un sentido práctico incalculable y perentorio.

De los reales factores de poder político y económico en los dos países depende que esto desemboque en la conformación de una auténtica alianza estratégica ampliamente favorable para las dos naciones y, obviamente, para sus pueblos. Entonces, las profecías de Ionin demostrarán toda su validez.

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