Una década con futuro prometedor

Desde las profundidades de la crisis financiera de 1998, que ha puesto a prueba la paciencia proverbial del pueblo ruso; pasando por la prosperidad basada en el crédito de 2007 y por el aparente desmoronamiento de la economía de hace apenas un año; hasta el aún aparente e increíble rebote de este nuevo año, uno aprende a esperar lo inesperable cuando se trata de Rusia. Este patrón zigzagueante no ha sido espontáneo, ni tampoco debe continuar, necesariamente.
Las claves han sido, y seguirán siendo, la política del Gobierno. Hay muchas críticas lanzadas contra las autoridades, sobre si podrían haber hecho más o actuado antes, pero éstas se merecen algo de crédito por una administración económica razonablemente buena. No tenía por qué resultar tan bien como resultó.

En el período previo a la crisis, Rusia, en comparación con países derrochadores como España, Irlanda o Ucrania, estaba manejando enormes superávits presupuestarios, retirando, de esta manera, un estímulo que habría amplificado la euforia del sector privado con una verdadera explosión de la demanda agregada. También ahorró con los beneficios extraordinarios del petróleo en su mayor parte, por lo que contaba con un cómodo colchón para suavizar el golpe cuando la crisis estalló a finales de 2008.

Además, cuando la crisis proveniente de los Estados Unidos golpeó a Rusia, las políticas de respuesta fueron las adecuadas. Si bien mucho dinero público fue sin dudas gastado en rescates empresariales que no valieron la pena, devaluar el rublo fue una decisión valiente. Esto no era inevitable ni políticamente agradable. Las pequeñas medidas tomadas para depreciar la moneda entre el 11 de noviembre de 2008 y el 22 de enero de 2009 requirieron de coraje, tanto frente a la opinión pública como frente a los poderosos intereses personales que poseían considerables deudas en moneda extranjera. El colchón de reservas implicó que Rusia se pudiera dar el lujo de suavizar el golpe a través de un ajuste gradual que les dio tiempo a ciudadanos y compañías a comprar dólares y preservar sus nidos o cancelar deudas.

En esta nueva década, el crecimiento ruso está volviendo. Incluso tras el gasto realizado para amortiguar el impacto de la devaluación, el país aún cuenta con 450.000 millones de dólares (330.000 millones de euros) en reservas, las terceras más altas del mundo. La RTS (Russian Trading System) tuvo un aumento de casi el 129% el año pasado, más que los mercados de Brasil y China. Por primera vez en más de una generación, la población no disminuyó el año pasado, y la inflación cayó al 8,8%, la más baja desde el surgimiento de la Rusia independiente, en 1992. A pesar del gasto adicional de emergencia por la crisis y de la caída de los ingresos, el déficit presupuestario se mantuvo aproximadamente en un 6% del PIB, que fue fácilmente financiado sin necesidad de pedir prestado del fondo de estabilización del petróleo. Y tras su desplome inicial en el primer trimestre de 2009, el PIB real y la producción industrial han crecido mes a mes. Los números interanuales pronto serán positivos, y es probable que el PIB crezca en un 5% o más en 2010.

Más allá de los fallos del Gobierno ruso en muchas áreas, su manejo de las políticas macroeconómicas ha sido digno de elogio. El entorno internacional está repleto de trampas que han engatusado a sofisticados, como Gran Bretaña y Dinamarca; y a incautos, como Islandia. Las políticas monetarias y fiscales han sido ejecutadas con celeridad, al menos en comparación con muchos otros.

Como resultado, Rusia se encuentra bien preparada para recuperarse, incluso en el contexto de una economía global débil, y debería poder mostrar un excelente rendimiento entre las economías de mercados emergentes durante los próximos años. La buena suerte no es la principal explicación. Sin duda, Rusia es rica en recursos naturales, pero también lo son Venezuela y Nigeria.

De hecho, el punto esencial es que Rusia – tal vez después de haber aprendido a golpes a través del disparate de la inmanejable deuda de 1998, y con un equipo económico liderado por el ministro de finanzas Alexei Kudrin y el director del Banco Central Sergei Ignatyev, curtido por aquella terrible experiencia – ha evitado la trampa de la deuda que ha sepultado a varios países, desde EE UU hasta los Emiratos Árabes Unidos. Es probable que en las economías avanzadas del futuro todo se trate del desapalancamiento de los balances generales, mientras la mayor parte del mundo de los mercados emergentes saldrá ilesa del azote de la deuda – con la excepción de ciertas economías más pequeñas y problemáticas, como algunas de los periféricos de Europa.

Al igual que en el pasado (y a diferencia de China), Rusia es demasiado pequeña para tener un impacto importante sobre la economía global. Es muy posible que los precios del petróleo no se mantengan en el rango de los 80 dólares por barril, y el dólar está sujeto a presiones contradictorias así como lo están los mercados globales en los que Rusia está inmersa. Sea como sea, la situación externa será importante.

La verdadera cuestión es si las políticas de gobierno podrán continuar capeando la crisis y afrontando lo que surja más adelante. Con la expectativa de que los tipos de interés bajarán aun más y de que las provisiones de dinero y el crecimiento de los depósitos bancarios continuarán recuperándose, es probable que los bancos comiencen a expandir el crédito en una economía “normal” en la que las tasas reales de interés sean positivas por primera vez en años.

Algunas lecciones ya se han aprendido a golpes desde que Yegor Gaidar colocó a Rusia en el camino de una economía globalizada de mercado. Con un poco de optimismo, esas lecciones no serán fácilmente olvidadas. Un futuro cargado de incertidumbre y volatilidad representaría un desafío para cualquier Gobierno, pero en esta nueva década, en la que el azote de las deudas puede ser una cuestión decisiva a la hora de determinar el bienestar de los países, Rusia se encuentra bien posicionada.

Martin Gilman, ex-representante del Fondo Monetario Internacional en Rusia, es profesor en la Higher School of Economics.

Publicado por primera vez en The Moscow Times

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