La idea de construir una fábrica de aviones ultramoderna en medio de la taiga parecía algo atrevida. La región carecía tanto de recursos humanos como de una infraestructura energética y de transporte adecuada. Construir una fábrica no era suficiente, en pocos años tendrían que levantar alrededor una ciudad completa, con sus edificios residenciales, comercios, hospitales... El único asentamiento humano en todo el distrito era un campamento autóctono de nanáis (una etnia nativa de la zona). Tuvieron que sustituir las yurtas por grandes bloques de edificios.
Las obras se ejecutaron a un ritmo vertiginoso: en enero de 1932, el gobierno decidió construir la fábrica de aviones, que debía constituir el corazón de una futura ciudad, a orillas del Amur. Seis meses después, llegaron al nuevo destino residencial y de trabajo varios miles de asalariados y komsomoltsi, jóvenes comunistas enviados por el partido al Extremo Oriente desde las regiones centrales de la Unión Soviética. La ciudad fue bautizada precisamente en su honor. Sin embargo, hubo otro hecho que se silenció: en la construcción de la fábrica y de la ciudad participaron también varios miles de prisioneros.
En 1934, todo estaba listo para colocar los cimientos de una de las mayores fábricas de aviones del país. La planta, aún sin terminar, comenzó a producir las primeras unidades dos años después. La inminencia de la guerra exigía aumentar la producción cuanto antes, de modo que se sacó una primera línea de producción de aviones ligeros de reconocimiento R-6. Sin embargo, los ingenieros del Extremo Oriente se dieron a conocer por otro avión, el DB-3, uno de los primeros bombarderos soviéticos desarrollados en la oficina de diseño S. V. Iliúshina. En este avión, los pilotos soviéticos lograron récords mundiales de vuelo sin escala en sus trayectos de Moscú al Extremo Oriente y a Norteamérica.
En la guerra, el DB-3 se convirtió en una de las máquinas de combate de la aviación del Ejército Rojo. Fueron ellos quienes, el 8 de agosto de 1941, efectuaron el primer bombardeo masivo sobre Berlín, mientras las unidades de tierra soviéticas se retiraban en todos los frentes. La fábrica Komsomolsk era una de las pocas plantas que producían este avión, que tras una modernización fue rebautizado como Il-4. En total, durante la guerra, los komsomoltsi suministraron al frente cerca de 2.800 de estos aviones. Sin embargo, la fábrica vivió su auge durante la posguerra. En este periodo, el antiguo bosque situado en el extremo del país se convirtió en una fábrica de aviones de última generación sin parangón.
A los komsomoltsi se les asignó la difícil tarea de diseñar aviones a reacción, una técnica de propulsión completamente nueva entonces. Ninguna otra fábrica soviética tenía experiencia en el campo. La misión, que implicaba la reestructuración de toda la cadena de producción, se llevó a cabo ello condiciones de escasez de recursos y en un contexto de agravamiento de las relaciones con Occidente que pronto desembocaría en la Guerra Fría. Sin embargo, la fábrica pudo solventar estos problemas y, en 1949, lanzó el primer caza a reacción soviético, el MiG-15. Desde 1950, el destino de la fábrica Komsomolsk está estrechamente vinculado con el de la oficina de diseño P. O. Sujói. El caza Su-7 marcó un hito en la historia del diseño de aviones. Fue el primer caza soviético capaz de superar la barrera del sonido.
El Su-27 se convirtió durante un tiempo en el producto estrella de la Komsomolsk, que se especializó en su producción hasta la actualidad. Desde 2010, la empresa está trabajando en un nuevo e innovador diseño: el prototipo de un caza de quinta generación.
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