Fuente: Aleksandr Petrosián
Hace diez años que Liza Nikítina, esté donde esté y pase lo que pase, toma un avión desde algún rincón del planeta rumbo a San Petersburgo, su ciudad natal, para disfrutar de su espectáculo preferido: las Noches Blancas. “¿Por qué?
¡Porque durante ellas Píter (una abreviación popular de San Petersburgo) es la mejor ciudad del planeta! Me gusta vivir de noche, pero la noche en sí me deprime, así que esa temporada tan romántica, cuando apenas oscurece y enseguida amanece, me parece genial. Y la ciudad tiene una energía especial. Todo parece posible. Todo el mundo está enamorado. Todas mis historias de amor acontecieron durante las Noches Blancas...”, confiesa.
A lo largo de más de una década, esta traductora recorrió tres continentes mochila al hombro, en un periplo interminable que la llevó a conocer muchas culturas diferentes y a aprender cuatro idiomas: español, francés, portugués y algo de italiano. Pero en los breves intervalos entre un viaje y otro, siempre pasaba el mes de junio en San Petersburgo para perderse en el crepúsculo que nunca acaba. “Hay muchos festivales y eventos culturales; en esas semanas siempre pasan muchas cosas”, señala Liza Nikítina.
Haz click en la imagen para aumentarla. Fuente: ITAR-TASS
Un ejemplo es el Festival de las Estrellas de las Noches Blancas, considerado uno de los diez mejores eventos musicales del mundo. Creado en 1993 por el director del teatro Mariinski, Valeri Gergiev, como “un regalo musical a la ciudad”, este año ofrece una programación variada con obras de Rimski-Kórsakov,Chaikovski, Verdi y Shostakóvich.
Pero no solo hay música. Durante esas semanas, centenares de personas pasean de madrugada por la avenida Nevski o por la ribera del río Neva, donde los puentes se abren para dejar paso a los navíos. Es cuando San Petersburgo hace gala de su mejor ambiente festivo y la belleza de sus edificios imperiales, concebidos hace poco más de 300 años por un grupo de arquitectos italianos al servicio del zar Pedro I, resplandece bajo el sol de medianoche.
“Todo el mundo aprovecha esa temporada mágica. Hasta los rincones más desiertos de San Petersburgo se llenan de personas y de horribles microbuses repletos de turistas, pero no me molestan; al revés, ¡me encanta!”, asegura Liza Nikítina, que aprendió modismos en español durante sus numerosas estancias en Madrid y Almería.
Las calles del centro exhiben una iluminación de ensueño, visiblemente potenciada desde que Vladímir Putin, oriundo de Piter, llegó al poder. Los jóvenes abarrotan discotecas y clubes, que alargan su horario, y la ciudad rebosa de vida. Sin embargo, ese ambiente nocturno, común en urbes como Madrid o Nueva York, aquí es un fenómeno excepcional, ligado al solsticio de verano.
Fuente: ITAR-TASS
Este año la traductora rusa volverá a su ciudad con un nuevo amor: su hijo Bruno, de cuatro meses. Regresa desde Buenos Aires, donde vive con su marido argentino.
“Hay algo que me preocupa acerca de mis primeras noches blancas con Bruno: ¿cómo va a dormir el pobre?, ¿se acostumbrará a la locura de estas noches interminables? Espero que no se ponga loquito”, reflexiona.
Su esposo, Roberto, las conoció el año pasado y las disfrutó al máximo. “Está enganchado y solo habla de volver a vivirlas. Pero para Bruno tal vez no tengan la misma importancia: cuando uno vive en un país como Argentina o España, donde el verano dura más de la mitad del año, donde en invierno hace un sol increíble y todos los árboles están en flor, no valora tanto el despelote de las Noches Blancas. La fiesta de la luz y del verano pierde su esencia si no vives a fondo las noches negras”, asegura. Se refiere a los meses de invierno en el norte de Rusia, cuando las escasas horas de luz iluminan un paisaje nevado y desolado.
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