Cada vez son más las personas que se adentran bajo tierra en busca de búnkeres, misterios y nuevas sensaciones. Fuente: Vadim Makhorov / SellYourPhoto
Un olor penetrante y rancio a moho y humedad… La huella de un tiempo marcado por los espectros de la amenaza nuclear y de la guerra fría.
El búnker que se encuentra bajo la cárcel de la Taganka, conocido como el Búnker 42, está situado a menos de tres kilómetros del Kremlin y lleva al mismo corazón de Moscú. Un laberinto de sombras de hormigón se extendía a lo largo de 18 pisos con forma de oruga gigante, a una profundidad de 65 metros en el mismo centro de la capital.
Fuente: Kirill Lagutko
Cuando caminas por las oscuras galerías que llevan a los puestos de mando y a las dependencias del líder, vacías y lúgubres, los funestos pasos se entregan al silencio bajo la tenue luz de las linternas, que de vez en cuando oscilan por el aullido de los trenes del metro que pasan por algún lugar cercano.
El aire, frío y pesado, parece que se sorprende por la voz del guía que nos habla acerca de los antiguos aparatos del telégrafo y los puestos de mando obsoletos que todavía guardan un uniforme militar usado y nos describe las antiguas máscaras antiguas que cuelgan de la pared.
Fuente: Kirill Lagutko
Allí, tras una puerta hermética de 40
centímetros de grosor, se abre ante nosotros un reino gris ideado por Stalin,
mantenido durante la época de Jruschov como un bastión de la guerra fría y
convertido en 2006 en una atracción turística: hoy en día es un importante
punto de encuentro de los diggers.
Estos indomables dueños del subsuelo, estos buscadores de sombras, se cuelan
por los desagües en los pasadizos subterráneos de la ciudad. Según datos no
oficiales, unas 3.000 personas se dedican en Moscú a esta afición de moda.
El búnker de la Taganka es uno de los 40 que existen en la capital rusa. Todos ellos están cerrados al público. “Este se ha convertido ahora en una auténtica meca turística. Además de los búnkeres, bajo el asfalto de Moscú existen muchas más cosas: una densa red de pasillos y túneles secundarios que llevan directamente al Kremlin. Incluso se dice que existe un segundo metro, y que en algún lugar se halla oculta la biblioteca secreta de Iván el Terrible, - cuenta en voz baja Alexéi, de treinta y cinco años de edad, bajando la mirada al suelo. – Ya sé que nos llaman diggers, pero a mí esa palabra no me gusta”.
Su primer descenso lo realizó en 1995, bajo la luz de la luna: “Estaba con unos amigos, fuimos a las afueras de la ciudad y, a través de una alcantarilla, nos colamos bajo tierra. Fue algo terroríficamente divertido”.
La oscuridad, el silencio, la idea de estar pasando por un lugar donde el ser humano no ha puesto el pie desde hace décadas…
Fuente: Vadim Makhorov / SellYourPhoto
Al lado de Alexéi, un chico de 30 años vestido con un uniforme militar fuma una pipa dando grandes caladas. También se llama Alexéi, aunque todos le llaman Liosha.
5 increíbles cuevas rusas que no puedes perderte
Geólogos rusos apuntan al cambio climático como causa de los extraños agujeros de Siberia
“Se escriben muchas tonterías sobre los subterráneos de Moscú, - comenta este, evitando responder a las preguntas, - para entender cuáles de todas ellas son verdad, debes echar un vistazo tú mismo”. Liosha cuenta que hace tiempo llegó hasta los cimientos del Teatro Bolshói a través de los túneles del metro. Cuesta superar la frontera entre la verdad y la leyenda personal. Quizás el único que sepa todo esto sea Vadim Mijáilov, al que algunos llaman el rey de los diggers, mientras que otros lo consideran un loco. Su teléfono responde con largos tonos de llamada y nadie abre la puerta de su apartamento, situado en el segundo piso de un edificio del centro de Moscú. La portera que limpia la calle frente al edificio asegura que no lo ha visto desde hace tiempo.
“Cambia de móvil muy a menudo. Es muy despistado y suele perder los teléfonos durante sus excursiones, - aclara Liosha, exhalando el humo de su pipa, - De hecho, sus incursiones terminan mal con mucha frecuencia. Ya han muerto algunas personas ahí abajo”.
Sin embargo, la dificultad principal, como siempre, consiste en no caer en manos de la policía. Por cada una de estas infracciones se prevé una multa de 1.500 rublos (unos 35 dólares).
“El fenómeno de los diggers surgió en Moscú hace unos diez años, - aclara Serguéi Nikitin, historiador y profesor en la Universidad Estatal de Moscú. – La gente quiere vivir emociones fuertes y el espacio subterráneo de Moscú les resulta muy atractivo. Por ejemplo, el metro: es un auténtico palacio monumental, un reino de la luz bajo tierra, que siempre sorprende y despierta la curiosidad”.
Lea más: Los montes Urales, meca para los buscadores de ovnis>>>
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: