Estrellas y fugitivos de la prisión más famosa de Moscú

Fuente: Lori / Legion Media

Fuente: Lori / Legion Media

Fundada en 1771, esta cárcel ha sido un testigo de la historia rusa. Aquí estuvo Pugachov, el cosaco condenado por una rebelión campesina, Félix Dzerzhinski, que fundó los servicios secretos soviéticos, y numerosas personas condenadas durante la época soviética. Hoy en día sigue en funcionamiento, cerrada a cal y canto.

En Moscú existía la leyenda de que era imposible escapar de Butyrka, una inexpugnable prisión situada al norte de la capital rusa. Y esta leyenda se convirtió en un auténtico reto para el maestro ilusionista Harry Houdini, quien viajó a Moscú en 1908 para poner a prueba sus habilidades. Desnudo, con esposas y grilletes, fue instalado en el dispositivo de mayor seguridad de la prisión, una cabina de metal utilizada para transportar presos a Siberia. 28 minutos más tarde, Houdini salía de allí. Pero Houdini es sólo uno entre los famosos que han pasado por Butyrka.

Esta prisión se fundó en 1771 para albergar al criminal más peligroso de aquel momento en Rusia: Yemelián Pugachov, un cosaco que lideró una gran rebelión campesina. La cárcel Butyrka vivió la última noche de Pugachov antes de su ejecución y ha guardado su memoria durante mucho tiempo.

La celda vertical que obligó a Pugachov a permanecer de pie durante días y sus grilletes de 10 kilogramos de peso se conservaron en el patio de la prisión durante cientos de años y la torre en la que fue encarcelado todavía lleva su nombre. 

Los convictos al mando

A finales del siglo XVIII la prisión pasó a ser conocida como la Prisión-fortaleza de Butyrka, fue reconstruida como un auténtico castillo con cuatro torres y rodeada con un muro.

Butyrka se convirtió en una prisión de tránsito: cada año 30.000 presos salían de allí hacia los campos de trabajo y el exilio. En una ocasión unos presos condenados al exilio, en su marcha a pie desde la prisión Butyrka hacia la estación central de ferrocarril, tuvieron un peculiar compañero de viaje: el conde Lev Tolstói, que quiso conocer de primera mano este camino para describirlo en su novela Resurrección

 Fuente: Ria Novosti

En 1917 llegó a la cárcel Butyrka Félix Dzerzhinski, un peligroso revolucionario, más tarde el fundador de la policía secreta soviética. Aislado por completo del mundo exterior en una celda individual, no pudo seguir de cerca el curso de la Revolución. Pero el 27 de febrero fue liberado por mujeres y niños que acudieron a la prisión para ayudar a escapar a los presos políticos.

Tras la Revolución de Octubre, Dzerzhinski, que conocía las prisiones desde dentro, se convirtió en uno de los autores de las represiones soviéticas y se aseguró de que las cárceles, sobre todo Butyrka, estuvieran bien custodiadas para confinar en ellas a los enemigos del nuevo régimen. 

El rock de la cárcel

Las prisiones soviéticas eran conocidas por tener regímenes brutales. Un oficial de los servicios de investigación recuerda cómo al entrar en una celda ordenó a todo el mundo que se mantuviera en la esquina opuesta a él: de lo contrario los presos lo bombardearían con sus piojos desde atrás.

Aunque también es cierto que más del 40% de los convictos habían sido condenados a menos de un año por delitos menores, por lo que su visión del mundo no era del todo pesimista. Además, en prisión se les daba de comer cada día, todo un lujo en tiempos de necesidad como aquellos. Incluso en aquellas condiciones la demanda de cultura persistía.

En 1920, las prisiones se llenaron de personas con formación: intelectuales y comunistas disidentes que estaban en contra de las políticas bolcheviques. Muchos de ellos eran amantes del arte y del espectáculo y llevaron todo esto a las celdas. Mientras que los antiguos hombres del Estado, despreciados por igual por presos y guardas, limpiaban los baños y barrían los suelos, los presos comunistas, en las celdas vecinas, cantaban himnos revolucionarios, los antiguos coroneles de la época zarista daban conferencias sobre la Primera Guerra Mundial y en algunas celdas incluso se representaban obras de teatro.

En alguna ocasión se arrestó incluso a cantantes profesionales. En 1920 el famoso cantante Fiódor Shaliapin cantó también en la cárcel Butyrka. El claqué era muy popular entre los presos, especialmente entre los ladrones, que tenían en prisión una gran cantidad de tiempo para aprender nuevos y sofisticados pasos de sus compañeros de celda más expertos. 

La prisión a la vuelta de la esquina

Con motivo de las Olimpiadas de Moscú de 1980, el Gobierno decidió ocultar la prisión Butyrka de la inquisitiva mirada de los visitantes de la ciudad y construyó alrededor del centro un edificio de apartamentos. Pero la presencia de la cárcel se seguía notando en el vecindario. Si un joven pasaba caminando bajo las ventanas de la sección femenina, las solitarias convictas le gritaban: “Oye, guapo, párate un segundo, deja que te miremos”.

En los años 90 se dieron algunas fugas espectaculares en la prisión Butyrka. En 1996 tuvo lugar la primera fuga de una mujer: Natalia S., de 26 años de edad, se hizo pasar por su compañera de celda, que estaba a punto de ser liberada, y salió del penal libremente. Las mujeres pudieron intercambiar fácilmente sus papeles porque ambas tenían el mismo aspecto agotado y enclenque. No obstante, Natalia fue detenida tres días después.

En 2010, un joven ladrón se apartó de su grupo durante un paseo y, como si de un atleta olímpico se tratara, saltó por encima de la alta cerca de alambre de espino. A día de hoy todavía no lo han encontrado.

La fama de Butyrka se extendió al extranjero. En 2009 Mickey Rourke, durante la preparación de su papel como Iván Vanko para Iron Man 2, visitó la prisión Butyrka: su personaje ruso tenía un pasado criminal, de modo que Mickey quiso conocer la vida interna de una prisión rusa.

 

Fuente: ITAR-TASS

“Es un sitio muy tranquilo”, comentaba Rourke, “se está mucho mejor que en las prisiones norteamericanas”. En el museo de la prisión se sometió a un aparato de tortura del siglo XVIII: un collar de púas de metal que no dejaba dormir al prisionero. Nadie excepto Rourke se había ofrecido antes voluntario para probar este artefacto: los mismos presos quedaron impresionados.

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