Un arte educativo que llega a todos

Victoria Lomasko trata de estimular la imaginación de los reclusos jóvenes. Fuente: Archivo personal.

Victoria Lomasko trata de estimular la imaginación de los reclusos jóvenes. Fuente: Archivo personal.

Victoria Lomasko es conocida por haber ilustrado el controvertido juicio contra las integrantes de Pussy Riot o de los organizadores de la exposición ‘El arte prohibido’. Durante las protestas políticas del año pasado en Moscú hizo un reportaje gráfico que tituló ‘Crónicas de la resistencia’ y también ha dibujado la vida del día a día de la provincia rusa. Además, da clases de dibujo a menores en reformatorios y elabora manuales pedagógicos para quienes quieran apoyarla en este proyecto. Victoria explica a la revista Bolshói Górod lo que dibujan los adolescentes presos y cuáles son sus motivaciones para realizar este proyecto.

El origen del proyecto

Una vez, los chicos de la colonia para menores de Mozhaisk me preguntaron qué estaba haciendo yo allí. ¿Por qué les daba clases? Pensaban que me pagaban mucho dinero por trabajar con ellos. Buscaban resolver el misterio.

Al principio, todo aquello me suscitaba mucha curiosidad: cómo vivían los menores en esa situación de reclusión, quería hacer un reportaje sobre su vida cotidiana en aquel lugar. Luego me pregunté si era posible organizar clases de dibujo en esas condiciones. Más tarde conocí personalmente a los chicos: sabía sus nombres, sus intereses, esperaban mis clases. De todos modos, no pasé a convertirme totalmente en una trabajadora social. El cometido del artista es experimentar, buscar temas nuevos, retazos de realidad aún por descubrir. Cuando desarrolle por completo el programa del curso de dibujo para los chicos presos, el proyecto habrá terminado. Es importante para mí publicar sus trabajos en formato libro a fin de que este material pueda ser de utilidad para otros voluntarios que también quieran darles clases.

Qué dibujan los reclusos

La vida en prisión parece un día interminable: hay un orden del día muy riguroso que hay que seguir a rajatabla. Algunos detenidos tienen madera de artista, pero están completamente desapegados de la vida cotidiana y parecen aturdidos. No quieren pensar ni analizar. Pero las clases de dibujo les pueden ayudar a levantar el ánimo, pues tienen que hacer un enorme esfuerzo de concentración. Si pides a un adolescente del reformatorio que dibuje lo primero que se le ocurra casi siempre dibujará temas carcelarios. A uno de mis alumnos, Andréi, se le daba muy bien dibujar “marochkis” (dibujos con simbología presidiaria realizados en pañuelos o en retales). Tenía prestigio entre sus compañeros como “artista de la cárcel”. Al principio a Andréi no le gustaban mis clases, porque se alejaban de lo que era habitual para él y no le salían bien. Me acusaba de obligarlos a “dibujar sin alma”. Los otros alumnos hicieron lo propio. ¿Por qué los asediaba con esas formas y contraformas? Para ellos, dibujar con alma era un alambre de espino alrededor de un corazón o de una rosa, el sol detrás de los barrotes, copias ingenuas de iconos. Pero cuando el centro de ayuda para los detenidos publicó un calendario con los dibujos de los alumnos realizados durante las clases y Andréi vio el suyo, éste cambió de opinión.

Un ejemplo del trabajo en el reformatorio.

En general, mis estudiantes se quejan de que no saben qué dibujar. Han olvidado la vida en libertad y en la prisión no encuentran nada interesante. Les enseño a interesarse en lo que a primera vista parece aburrido, desagradable o terrible. Les hablo de reportajes gráficos, de dibujos bélicos o de los campos de concentración. Entonces empiezan a mirar a su alrededor con más atención.

Sobre los ejercicios y Dima Bilán

Uno de mis ejercicios favoritos lo encontré en un libro sobre la artista judía Friedl Dicker-Brandeis que, prisionera en un campo de concentración, daba clases de dibujo a los niños. Les pedía que pensaran en una frase divertida y la dibujaran rápidamente. Les ayudaba a vencer el miedo a la hoja en blanco. Friedl murió en una cámara de gas, como muchos de sus alumnos. Pero los que sobrevivieron recuerdan esas clases de dibujo como lo único que les ayudó a sobrevivir.

He intentado poner en práctica este ejercicio en el centro de reclusión femenino de Novi Oskol. Por ejemplo, inventaba esta frase: “El viejo abuelo se cayó al suelo”. Todas se echaban a reír y se ponían a dibujar. ¿Qué abuelo, por qué se cayó? Luego, a su vez, inventaban: “De cómo el cantante pop Dima Bilán se convirtió en barrendero”. La clase era muy divertida, todo el mundo se desternillaba de risa. Las vigilantes vinieron al oír las carcajadas y quisieron participar. Propusieron frases del tipo: “Salís del reformatorio y os convertís en buenas madres”, “Salís del reformatorio y encontráis un buen trabajo”, “Salís del reformatorio y encontráis un buen marido”. Al instante todo se volvió muy formal y la diversión terminó.

Los sueños de los reclusos

En las clases no se permite preguntar a los niños por qué están presos en el reformatorio. Pero recientemente cambiaron las etiquetas de la ropa y, además del nombre, en ellas se lee el artículo en virtud del cual cumplen pena. Uno de mis primeros estudiantes, Oleg, un cabeza rapada, fue acusado de asesinato colectivo. Después de presenciar el asesinato de su amigo a manos de jóvenes caucásicos en una pelea callejera, vio como el crimen quedaba impune. Oleg comenzó a tomarse la justicia por su mano: creó un grupo de cabezas rapadas que se dedicaba a saquear las paradas de caucásicos en los mercados. Se considera un héroe patriótico: si el gobierno no hacía nada al respecto, sería él quien lo hiciera.

Durante el curso Oleg dibujó la historia de su crimen, que se expuso, junto con otros trabajos, en una de las mejores escuelas de Moscú. Yo escuchaba los comentarios de los alumnos de los cursos superiores que acudieron a la exposición. Muchos apoyaban los puntos de vista nacionalistas de Oleg. Les sorprendió saber que metían en la cárcel a chicos de su edad. Habría que hablar con los estudiantes sobre estos temas, pero ¿qué podemos decirles?

¿Qué futuro les espera?

Voy a la colonia una vez al mes. Al cabo de seis meses el grupo cambia por completo: algunos son puestos en libertad, a otros los envían a prisiones para adultos. Así, un estudiante asiste de media a seis clases de dibujo. En tres años, he visto al menos a cinco jóvenes que habrían podido convertirse en artistas si hubiesen continuado practicando. Antes, los chicos podían quedarse hasta los veinte años en el reformatorio y, si tenían buena conducta, hasta los veintiuno. Pero ahora saben que enseguida les enviarán a los centros de adultos y se preparan para ello. Ven el reformatorio como una etapa pasajera y no se sienten obligados a estudiar. Sobre todo se muestran interesados en aprender las reglas de la cárcel, la jerga y a hacer tatuajes.

El ejemplo de Latinoamérica

Colaboramos con una revista argentina, La resistencia, elaborada por presos y estudiantes. En ella, publicaron un artículo sobre el reformatorio de Mozhaisk, acompañado de dibujos de nuestros reclusos. Hasta ahora solíamos mirar hacia Europa, pero me parece que, para Rusia, es más importante la experiencia de los países de América Latina, pues allí también hay muy poco apoyo gubernamental para proyectos sociales. Pero el nivel de activismo es muy alto. Por ejemplo, muchos artistas latinoamericanos dedican parte de su tiempo, de una manera altruista, a trabajar con diferentes grupos sociales.

Los menores reclusos necesitan tener contacto con personas que gozan de libertad, para mantener los vínculos con la sociedad. Cuando llegas por primera vez a una cárcel, ves hasta qué punto es complicado entablar contacto con ellos. Los chicos no muestran disposición hacia las clases, no son capaces de expresar sus sentimientos. Es muy difícil derribar ese muro.

Texto original en ruso

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