Después de un viaje nocturno desde Moscú, el tren resopla en una pequeña estación de vía única y se detiene ante unas puertas metálicas cerradas coronadas con alambre de espino. Salen los pasajeros y caminan hasta el puesto de control donde los soldados comprueban sus documentos de identidad con la lista de personas autorizadas. Más allá del torniquete tambaleante del puesto de control, se eleva un cartel de entre las tinieblas en una mañana invernal: "Sarov: Centro de la Fuerza y el Espíritu de Rusia".
Sarov, rodeada por un espeso bosque, es uno de los lugares más secretos de la antigua URSS y el lugar donde nació la primera bomba atómica soviética; y sigue siendo un centro de la industria nuclear rusa.
Pero es también el hogar de uno de los monasterios más venerados del país, ahora inaccesible para los peregrinos y dirigido por solo cuatro monjes entregados.
En los últimos años ha habido un largo y lento debate alrededor de la ciudad: abrirla o mantenerla cerrada, lo que ha hecho aparecer a un nuevo y potente participante, la Iglesia ortodoxa rusa.
"Aquí, al mismo tiempo que se reza por la paz del mundo y se fabrican cosas que pueden hacer volar ese mismo mundo en pedazos", dijo Pavel Busaláyev, un prominente iconógrafo, el mes pasado en una reunión donde los residentes locales y visitantes afiliados a la Iglesia de Moscú y San Petersburgo se reunieron para discutir el dilema de la doble identidad de la ciudad.
Una ciudad nuclear y un importante monasterio
Sarov desapareció de los mapas soviéticos en 1946, era una ciudad de provincias de menor importancia transformada por decreto en un sitio clave para la investigación y desarrollo de armas nucleares.
Algunos de los edificios pertenecieron en un tiempo al sexto monasterio más grande en la Rusia prerrevolucionaria. Su campanario todavía domina el horizonte, pero no tiene campanas: sobrevivió solo porque estaba cubierto con transmisores de televisión que fueron retirados el año pasado. Las principales iglesias fueron destruidas por las autoridades soviéticas en 1950.
Hoy en día, Sarov, mejor conocido por su nombre soviético en código durante largo tiempo, Arzamás-16, se enorgullece de instalaciones como el mayor superordenador de Rusia, la mayor estación de Europa para fusión termonuclear inducida por láser y el acelerador de partículas lineal más grande de Europa.
El corazón de la ciudad es el Centro Nuclear Federal de Rusia, también conocido por su acrónimo VNIIEF de la era soviética y que emplea a cerca de un quinto de la población total de 92.000 habitantes.
El secreto de Sarov
El aspecto es el de una ciudad rusa ordinaria, con una arquitectura que presenta desde ordenados edificios de ladrillo y fachadas imponentes de la era de Stalin hasta tiendas insípidas de fachadas brillantes de plástico de finales de la época soviética.
Según Ígor Babichev, un miembro del personal del Parlamento y autoridad de las ZATOs, las ciudades cerradas, son el hogar de 1.269.948 rusos, o un poco menos del 1% de la población del país.
A día de hoy, los empleados del VNIIEF no pueden viajar a otros países aparte de Bielorrusia, Kazajistán y Ucrania y con una autorización de seguridad, a menos que vayan en viajes de negocios oficialmente aprobados. Todos los viajes al extranjero solo pueden realizarse en grupos organizados a nivel local acompañados por un oficial del Servicio de Seguridad Federal (FSB).
El resurgir de la iglesia no es tan fácil
Este estado casi hermético hace que sea difícil para la Iglesia ortodoxa rusa restaurar el famoso claustro del monasterio de Sarov de la Dormición. A finales del siglo XVIII y principios del XIX, el monasterio fue el hogar de uno de los grandes santos del cristianismo ruso, Serafín de Sarov, un curandero místico que predicaba alcanzar la Gracia del Espíritu Santo por medio del amor.
La Iglesia ortodoxa rusa ha ido poco a poco trabajando para elevar el perfil del monasterio durante más de una década. En el 2003, algunos de los edificios de la iglesia, aunque no el principal, se restauraron a tiempo para el centenario de la canonización de San Serafín.
"Hace diez años, ni el monasterio, ni la Iglesia existía en la mente de los ciudadanos de Sarov o los padres de la ciudad en absoluto", dijo Serguéi Chapnin, editor ejecutivo de la revista del Patriarcado de Moscú, que visitó la ciudad a menudo en el década del 2000.
"Tuvimos que explicarles con detalle, de una manera complicada y terapéutica, que aquí hay un monasterio con 300 años de historia: vamos a respetarlo y dejar que la Iglesia entre".
La Iglesia es bienvenida, pero el alambre de espino sigue ahí
Si bien los representantes de la industria nuclear han hecho algunas propuestas a la Iglesia, también han dejado clara su decisión de que la ciudad de Sarov debe permanecer cerrada.
"Al hablar de la misión de defender la patria, las personas que desarrollan y producen armas nucleares, definitivamente tienen algún conflicto espiritual", dijo el director del VNIIEF, Valentín Kostiukov en la reunión de diciembre, dando a entender que la Iglesia puede ayudar a los científicos a lidiar contra una conciencia doliente. "Sí, están creando armas de defensa, pero surgen algunas cuestiones internas, ¿cuál es el objetivo, ¿para qué?"
Las desventajas de permanecer cerrada
En un artículo del 2008, el planificador urbano Sladkov escribió que los servicios de seguridad se habían vuelto más intrusivos en los últimos años. Mientras que en la época soviética, el KGB había sido secundario para los científicos e ingenieros, y protegían su trabajo; últimamente muchos científicos se han quejado por el exceso de las nuevas limitaciones impuestas por el FSB.
Sladkov y otros también han señalado que el secretismo y las restricciones de los viajes ahuyentan a los jóvenes científicos, aunque Kostiukov, director del VNIIEF, dijo que el 32% de los 18.500 empleados del centro son menores de 35 años.
"Una parte considerable del territorio de Rusia está cerrado", dijo Alexéi Gólubev, el alcalde de Sarov, quien también preside la asociación de ciudades cerradas de Rosatom.
"Me gustaría entender si esta debe ser una norma de vida para nosotros, y finalmente debe llegar a ser una sociedad cerrada estructurada, segmentada y con una baja movilidad, mientras que solo las grandes ciudades serán ciudades globales con ciudadanos del mundo viviendo en ellas. En mi opinión, Rusia tiene que aprender a vivir en una sociedad abierta; a pesar de todos los problemas relacionados con el terrorismo o el nacionalismo, el permanecer cerrados no nos lleva a ninguna parte", concluyó el alcalde.
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