El protocolo del Kremlin desde dentro

Vladímir Shevchenko, que dirigió el servicio con Mijaíl Gorbachov y Borís Yeltsin, habla de su experiencia con los mandatarios. Fuente: Serguéi Mijéev / RG

Vladímir Shevchenko, que dirigió el servicio con Mijaíl Gorbachov y Borís Yeltsin, habla de su experiencia con los mandatarios. Fuente: Serguéi Mijéev / RG

Estar siempre cerca del jefe del Estado, tomar decisiones sobre las cuestiones más difíciles y permanecer siempre en la sombra: estas son las funciones de un jefe de protocolo de la presidencia. Vladímir Shevchenko asumió el servicio de protocolo de la presidencia rusa en 1990, cuando gobernaba Mijaíl Gorbachov. Después trabajó muchos años con Borís Yeltsin, sin faltar un solo día, independientemente de la situación política. Ahora comparte sus experiencias en una entrevista concedida a Rossíyskaya Gazeta.

¿Qué cualidades no pueden faltarle a un jefe de protocolo de la presidencia?

La honestidad. El decoro. El estudio minucioso de los países a los que viaja.

Si hay presunción, si solo se piensa en el ‘yo’, es mejor no dedicarse al protocolo. Sí, en esta profesión uno no tiene más remedio que ‘desplazarse’ un poco hacia un lado; y sí, eso va ligado a una lucha interior. Normalmente quienes se dedican al protocolo entienden perfectamente que no trabajan para sí mismos, sino para que todo esté a punto para el jefe del Estado, para que este tenga que enfrentarse al menor número de problemas posible.

Es muy importante no ofender a nadie nunca, lo que no significa que haya que ceder ante todos, nosotros siempre hemos defendido nuestros intereses. ¿Pero cómo funciona el protocolo? Hoy por ti, mañana por mí. A mí, por ejemplo, siempre me ha costado mucho adaptarme al protocolo francés. Que si esto no es así, que si aquello es asá... Ya sabe cómo son los franceses... Pues bien, un día estos vinieron a Moscú —en 1995, para la celebración de los 50 años de la Victoria (en la Segunda Guerra Mundial)—, y Mitterrand estaba enfermo.

Los encargados del protocolo nos sentamos a hablar. Ellos dicen: “Vladímir Nikoláevich, compréndanos, nosotros por ahí no podemos pasar, por las escaleras no podemos subir...”; y yo contesto: “no se preocupe, como si lo tenemos que llevar en brazos, nosotros nos encargamos de todo”. Y así lo hicimos. Después, cuando vino Chirac —y lo digo sin ánimo de alardear—, los colegas franceses dijeron: “¿Quién se encarga de la visita, Shevchenko? Entonces todo saldrá bien”. En el protocolo mucho depende de los contactos personales.

Otra cosa que resulta imprescindible para un encargado del protocolo es recibir las instrucciones en primera persona. No de los asesores o de alguien más. 

¿Y si el jefe de protocolo no tiene acceso a lo que necesita?,¿Qué hace, debe irse?

Nunca me he visto en una situación semejante; yo he tenido siempre carta blanca. Podía llamar por el móvil al presidente o interrumpir una negociación cuando era necesario y mostrarle el reloj en señal de que tenía que ir acabando. 

Pero ahora nadie actúa así...

Supongo que ahora no existe esa necesidad. Borís Yeltsin tenía esa peculiaridad: si se había programado una hora y media, no podía pasar de la hora y media. Si yo no entraba, él mismo me llamaba a mí. A él le gustaba el protocolo y lo conocía bien: “si nos retrasamos aquí, se nos viene abajo toda la agenda”.

Lo mismo ocurría en los viajes. Yeltsin era muy diligente. Si daba la señal para coger el coche, todos sabían que en tres minutos, cuatro a lo sumo, él estaría sentado en ese coche. La distancia desde la residencia hasta la salida a carretera llevaba otros tres minutos, de modo que solo había que parar el tráfico unos seis o siete minutos. Salía su coche y enseguida se volvía a abrir el tráfico.

Ahora trabaja gente muy buena, con la que he conversado mucho, y siempre les digo lo mismo: buscad la forma correcta, entrad y preguntad. Dejad siempre un espacio de tiempo de reserva. Pero la situación ha cambiado mucho, también las condiciones del transporte. 

En las cocinas del Kremlin

En su día, con Gorbachov, se podía llegar al Kremlin desde el Razdor (junto a la residencia de las afueras de Moscú) en unos 15 ó 17 minutos sin señalización. Y ahora, incluso con la señalización, no se puede llegar ni en media hora. 

¿Hay algo en el protocolo actual que le guste y que lamente no haber pensado antes?

Realmente, en la práctica del protocolo hay muchas novedades. Sobre todo porque han aparecido muchos sitios en los que se pueden celebrar los eventos. Nosotros no teníamos eso, el margen de maniobra era muy pequeño antes de la reconstrucción del Gran Palacio del Kremlin. Apenas había salas.

Cuando se puso en marcha la reconstrucción se amplió el campo de juego. Nosotros, además, casi no teníamos dinero. Vivíamos contando cada céntimo. A veces, en las comisiones de servicio íbamos tan justos que teníamos que acudir al Banco Central. Este tipo de problemas ha desaparecido, ahora nos podemos permitir mantener la marca del Estado como lo hacen los norteamericanos. 

Su vida sigue estando asociada a la de Yeltsin; usted se está encargando de la creación del Centro del Patrimonio Histórico del primer presidente.¿Cuál es su objetivo?

Yo ya había pensado en ello cuando Yeltsin aún vivía, y ambos lo habíamos hablado.

¿Por qué los expresidentes tienen que ser malos a toda costa? Es más, normalmente las críticas negativas provienen de gente que en su día elogiaba a dicho dirigente. Al final resulta que Gorbachov es malo, Yeltsin es malo...

Me da la sensación de que este tipo de cosas se tienen que empezar a valorar con más serenidad y, por ejemplo, seguir el ejemplo de los norteamericanos. Los podemos criticar por muchas cosas, emplean la doble moral en muchos aspectos, a veces se contradicen en sus acciones, pero en su relación con sus expresidentes son muy consecuentes: “Fuese como fuese, era nuestro presidente y nosotros lo elegimos”. 

Artículo publicado originalmente en ruso en Rossíyskaya Gazeta.

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