En 2017 comenzará una nueva época

25 años después de la caída de la URSS el mundo entra en otra fase.

25 años después de la caída de la URSS el mundo entra en otra fase.

AP
Nos econtramos ante un fin de ciclo, el que se abrió tras el final de la Guerra Fría. Todavía no sabemos hacia donde nos dirigimos, pero sí que sera un escenario diferente al actual.

Todo lo que ha sucedido en 2016 es consecuencia de unos cambios acumulados desde hace tiempo: la cantidad ha dado paso a la calidad. Ha terminado una etapa, el periodo posterior a la Guerra Fría, en el que se pensaba que el nuevo orden mundial se consolidaría. En la práctica, por lo visto, ha sucedido otra cosa, el intento de adaptar las instituciones occidentales que sirvieron a la Guerra Fría a un mundo dirigido por EE UU ha sido en vano. Y es que las circunstancias actuales en el mundo exigían también otras formas.

Ahora se ha tomado conciencia de ello, aunque no queda claro qué es lo que está por llegar. Por ahora se parece a una creciente ola de soberanización y al rechazo a la globalización, aunque nadie anula la interdependencia y la interacción general. En este contexto de cambios en el orden político, la mayor responsabilidad recae sobre los líderes, a los que se suele confiar la dirección de los procesos.

¿Quiénes definieron el estado de las cosas en 2016?

En un ranking particularmente subjetivo del autor de estas líneas, la cara actual de la política mundial es el presidente filipino Rodrigo Duterte.

Este político encarna de forma exagerada la tendencia mundial representada por Donald Trump, los líderes del movimiento a favor del Brexit y otros políticos a los que se les suele llamar populistas. Hasta hace poco un político de esta tendencia estaba condenado al fracaso inmediato y a la salida del poder, pero ahora todo puede ser distinto, ya que la distribución de fuerzas en el mundo y el estado de ánimo de la gente están cambiando.

La siguiente categoría característica de 2016 la conforman los representantes del mainstream político, que han perdido la confianza de sus propios ciudadanos.

El primer ministro británico David Cameron y su homólogo italiano Matteo Renzi decidieron utilizar la opinión de los electores para resolver tareas administrativas y perdieron ostensiblemente. Anunciar referéndums en pleno descontento general con el gobierno no es solo arriesgado, sino que supone una derrota garantizada.

A esta misma categoría de políticos que no han sabido valorar adecuadamente la situación se suma Hillary Clinton, que llamó “miserables” a los votantes de Trump. Clinton no supo entender (como tampoco los líderes de la campaña por la continuación de Gran Bretaña en la UE) que “miserables” hay muchos, y que estos pueden ofenderse.

Un caso aparte en Europa y en el mundo es el de la canciller de Alemania, Angela Merkel, que representa la estabilidad de la política en un sentido tanto positivo como negativo.

En un sentido positivo porque Merkel, a pesar de todos los cambios tectónicos a su alrededor y dentro de su país, sigue aferrada sólidamente a las riendas, controlando la situación. En el negativo, porque en la política alemana se percibe una línea cada vez más nacionalista, una apuesta por continuar un rumbo determinado y una reticencia a corregirlo, incluso en caso de que las circunstancias cambien.

El presidente de EE UU, Barack Obama, no deja su puesto en el punto más alto. Probablemente pasará a la historia como un político que sintió con precisión un momento de cambios, pero que no supo qué hacer con ellos.

Rusia necesita una política con un nuevo contenido

Vladímir Putin ha logrado consolidar su reputación de jefe de Estado más poderoso del mundo. Desde el verano de 2016 solo se ha hablado de la injerencia de Rusia en el proceso electoral estadounidense, el año que viene esto se repetirá probablemente en Alemania, en vísperas de las elecciones al Parlamento Federal.

Sin embargo, cabe señalar un hecho curioso, y es que Putin se ha convertido en el símbolo de algo que asusta a Occidente no en el ámbito internacional, sino dentro de distintos países.

El principal resultado de 2016 son los cambios dentro del núcleo del sistema mundial, pero dentro de los países occidentales. La creciente reticencia de las sociedades a seguir una vía que hasta ahora era considerada como la única posible por la clase dirigente provocará la consternación entre los gobiernos, pero finalmente estos se verán obligados a corregir su trayectoria.

Y habrá que hacerlo rápidamente: si el propio establishment no se adapta a los estados de ánimo, no conseguirán detener a los “populistas”.

El próximo año Francia podría ser otro ejemplo de esta dirección si François Fillon no permite que el Frente Nacional llegue al poder armándose con algunas de sus consignas.

En 2017 comienza una nueva época. Los 25 años posteriores a la URSS finalizan junto a esta misma agenda que impuso el fin de la Guerra Fría. Todos deben ser conscientes de ello, incluida Rusia, que necesita una política con un nuevo contenido.

Artículo publicado originalmente en ruso en Gazeta.ru.

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