Los terroristas islámicos envían varias señales a la comunidad internacional con sus ataques en el aeropuerto y el metro de Bruselas.
Recientemente, a finales de la semana pasada, los servicios especiales belgas conseguían arrestar a Salah Abdeslam, el cabecilla de los atentados terroristas en París que tuvieron lugar el pasado mes de noviembre, un hombre considerado en Europa como el símbolo de una nueva ola de terrorismo.
Parecía que las unidades clandestinas yihadistas habían quedado decapitadas durante un tiempo y que no lograrían recuperarse de este golpe. Pero sólo lo parecía. Este atentado organizado precisamente en Bruselas ha servido para dejar esto claro. Queda claro que la célula eliminada no es ni mucho menos la única. Queda claro que existen más. Y queda claro que habrá nuevos ataques.
Los terroristas quieren mostrar a los habitantes de Europa que todas las medidas de seguridad adoptadas por los gobiernos son ineficaces, que los “soldados de la yihad” son más fuertes, que estos poseen toda la iniciativa y que siempre van como mínimo un paso por delante de los servicios especiales.
Tras la operación del arresto de Salah Abdeslam en el barrio Molenbeek de las afueras de Bruselas se pensaba que en el país se habían adoptado unas medidas de seguridad extraordinarias. Pero esto no ha sido suficiente. “Nada ni nadie pueden ayudaros. Pueden asesinaros en cualquier momento, en el aeropuerto, en la estación de ferrocarriles, en un restaurante, en el teatro o en un estadio de fútbol. Habéis entrado en una guerra de la que no podréis salir victoriosos. Siempre ganaremos nosotros. Porque vosotros teméis a la muerte y nosotros no”. Esta es la idea que los terroristas quieren transmitir a los europeos.
Los éxitos de las fuerzas internacionales en la lucha contra el Estado Islámico cosechados durante los últimos meses en Siria e Irak no ejercen ninguna influencia en la promoción de las ideas de la yihad mundial ni en la capacidad de combate de las agrupaciones que operan en Europa. Estas agrupaciones tienen fuerzas y medios, dinero y determinación suficientes como para continuar su lucha.
¿Cómo puede reaccionar a esto Europa y el mundo civilizado en general, incluida Rusia? La única reacción posible es seguir como hasta ahora, no dejarnos intimidar, seguir volando en avión, yendo a los restaurantes y a partidos de fútbol. Porque la única alternativa no puede ser la rendición incondicional ante unos fanáticos de mentalidad medieval que cada vez plantearán más exigencias y no se detendrán de ningún modo.
No podemos rendirnos ni nos rendiremos. Nos acostumbraremos a vivir en este nuevo mundo, en un mundo en el que el terrorismo se convertirá en una realidad cotidiana. No solo en los puntos más agitados, sino en todas partes. Incluso en los países que, como Bélgica, parecían encontrarse en zonas pacíficas de Europa en las que no podía pasar nada malo por definición. Ya no quedan zonas pacíficas en el mundo.
Pero esto no es motivo para entrar en pánico ni para detener la lucha contra el enemigo que nos declara la guerra a todos. El enemigo es fuerte, es implacable y falto de principios. Pero esta guerra no la ganará.
Maxím Yusin es el editor adjunto de la sección internacional del diario ruso Kommersant.
Artículo publicado originalmente en ruso en Kommersant.
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: