Reformas de la ONU, la prisa no es buena consejera

Dmitri Divin
Este año se cumple el 70º aniversario de la creación de la ONU. Esta organización ha sido incapaz de reaccionar ante numerosos conflictos aunque también ha tenido logros importantes, sobre todo en el ámbito humanitario. Las reformas son necesarias, pero si responden a intereses coyunturales es posible que causen más problemas. El derecho de veto es una de las cuestiones más polémicas y Rusia se opone a una reforma apresurada.

Hace 70 años, el 24 de octubre de 1945, cuando la Carta de las Naciones Unidas entró en vigor, el mundo era, por supuesto, totalmente distinto. Y aquella Carta, aprobada por los 50 estados fundadores (Polonia también se incluyó entre éstos, como país número 51, al conseguir firmar la Carta antes de su ratificación) fue redactada según las condiciones del mundo de la postguerra surgido de la Conferencia de Yalta. Aquel mundo ya no existe, pasó a la historia con el fin de la Guerra Fría. Y aproximadamente entonces fue cuando se comenzó a hablar de la necesidad de reformar la ONU para adaptarla en mayor medida al mundo actual.

En las últimas dos o tres décadas la ONU no hace más que recibir críticas, sobre todo dirigidas a su ineficacia. En estos años cada vez son más frecuentes los intentos por actuar al margen de la ONU, sobre todo por parte de EE UU y sus aliados de la OTAN. Se ha llegado a hablar del colapso de todo el sistema de instituciones internacionales de seguridad y de la corrupción que supone el propio concepto del derecho internacional, en cuya defensa debía erigirse la ONU.

El número de conflictos surgidos en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial se acerca ya a los 300. En  la inmensa mayoría de los casos la ONU apenas tuvo capacidad para reaccionar ante esos conflictos. Su impotencia se hizo aún más evidente tras la desaparición del mundo bipolar, en el que los dos bloques político-militares antagónicos garantizaban una interacción comprensible según unas determinadas reglas.

La “gobernabilidad” estaba asegurada también por el hecho de que los dos centros de poder contaban con armas atómicas, es decir, armas de contención y disuasión mutua. En este sentido, el “viejo mundo” tenía su lógica: los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU eran precisamente las cinco potencias nucleares (aunque la República Popular China obtuvo este estatus tan solo en 1972, ya que antes pertenecía al gobierno de Taiwán).

Pero tras el fin del mundo de los dos bloques, la ONU no quedó frente a un mundo unipolar (aunque hay quien desearía tratarlo de este modo), sino ante un creciente caos multipolar. Para la ONU, que ya de por sí no es una estructura ideal, enfrentarse a este caos se hizo aún más difícil.

Cuando se habla de la reforma de la ONU, lo que más se menciona es el Consejo de Seguridad, afirmando que hay que ampliarlo y liquidar el derecho a veto de los cinco miembros permanentes (el Consejo de Seguridad se compone de 15 miembros: cinco permanentes –Rusia, EE UU, Gran Bretaña, Francia y China– y de diez miembros no permanentes elegidos por la Asamblea General por dos años). En una variante más reciente y suave, Francia ha puesto sobre la mesa una iniciativa que propone que los miembros permanentes renuncien ellos mismos a su derecho de veto en casos relacionados con, por ejemplo, violaciones masivas de los derechos humanos que provocan gran cantidad de víctimas.

En cualquier caso, es imposible no observar cierto oportunismo en tales propuestas. Han aparecido ahora, sobre todo, como reacción a la postura de Rusia sobre Ucrania, para impedirle bloquear determinadas resoluciones sobre este asunto. Sin embargo, como es bien sabido, los intereses  coyunturales son un mal consejero a la hora de realizar reformas sistémicas, pensadas para durar largo tiempo.

Hoy, una “solución táctica” puede parecer provechosa para algunos, pero mañana se vuelve en contra de los que lo impulsaron. Por cierto, no es casualidad que EE UU nunca haya sido un gran entusiasta de eliminar el derecho de veto. Los sentimientos antiestadounidenses en el mundo son fuertes y en las últimas dos décadas de la Guerra Fría, este país fue el que en más ocasiones ejerció este derecho. Por su parte, durante los diez primeros años de existencia de las Naciones Unidas fue la URSS el país que más lo ejerció.

Rusia es contraria a esta reforma del Consejo de Seguridad. Y no solo por mantener su estatus, sino porque es precisamente el veto, en un contexto de falta de eficacia de la ONU en su conjunto, lo que empuja a los estados dirigentes a intentar alcanzar un compromiso a pesar de todo, a negociar entre bastidores.

Entre las propuestas de reforma de la ONU más interesantes destaca la que se refiere a reforzar el componente militar de la organización y, en concreto, las fuerzas móviles de reacción rápida de diversos países.

También tiene sentido estudiar la cuestión de incluir como miembros permanentes del Consejo de Seguridad a aquellos estados que, tras la Segunda Guerra Mundial, se encontraban en la periferia de la política mundial pero sin los cuales ahora es imposible resolver muchas cuestiones globales y, especialmente, regionales. Por ejemplo, ¿está justificado el “papel secundario” en la ONU de Japón, la tercera economía mundial? ¿O la total ausencia de representación permanente de América Latina?¿O del segundo país más poblado del planeta, la India?

Por otro lado, aunque en la resolución de conflictos militares la ONU no ha tenido mucho éxito, en muchos otros ámbitos –sobre todo en los humanitarios–, ha conseguido resultados concretos. Por ejemplo, la activa participación de la ONU contribuyo a la erradicación de la viruela y la poliomielitis en casi todos los países, y se ha hecho un gran avance en la erradicación del analfabetismo; millones de personas han recibido ayuda humanitaria, como ocurrió durante el último tsunami devastador en el Océano Índico.

Y, por supuesto, incluso los críticos más acérrimos de la ONU deben reconocer que sin ella el mundo sería aún peor, más peligroso, y habría aún más guerras y conflictos. Por desgracia, la naturaleza del ser humano no ha cambiado nada desde el inicio de los tiempos. Y no cambiará: la naturaleza humana tiende al abuso hacia los débiles, y no al triunfo del humanismo y sus principios. Pero de esto la ONU no tiene ninguna culpa.

Gueorgui Bovt es politólogo y miembro del Consejo de Política Externa y de Defensa.

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