Conflicto en Ucrania, guerra por unas nuevas reglas del juego

Fuente: lorsh

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El mundo entero sigue de cerca el conflicto de Ucrania para conocer su desenlace. No para saber cómo terminará el enfrentamiento entre Kiev y los separatistas del Donbass, sino cómo se resolverá una cuestión de envergadura internacional.

En el fondo, Moscú ha desafiado el sistema de relaciones internacionales que se forjó tras la guerra fría. Ahora no se ha firmado ningún acuerdo para hacer balance de esta guerra, al estilo de la Conferencia de Yalta

La unificación de Alemania y la desintegración del Pacto de Varsovia y la URSS transcurrieron entre sonrisas de los enemigos de antaño y conversaciones arrulladoras sobre una nueva era gloriosa en la que pasarían a exultarse unos valores humanos compartidos. Incluso hubo quien (como Hans-Dietrich Genscher, ministro del Interior de la República Federal Alemana a principios de los años 90) vaticinó que la OTAN no duraría más de dos o tres años como máximo. 

Sin embargo, las ilusiones no tardaron en desvanecerse. “De forma tácita” Occidente pasó a considerar que la guerra fría concluiría con la victoria de una de las partes, mientras que lo que pasaría con los “vencidos”, ni que decir tiene.

Las objeciones que Moscú esgrimía en contra de un mundo unipolar parecían una manifestación de sus viejos complejos imperiales. La OTAN avanzó hacia el este. En la UE, tras la ampliación –también hacia el este–, surgieron multitud de países cuyas élites políticas hicieron carrera aludiendo al “enfrentamiento contra el imperialismo ruso”.

Pero en Moscú, un número creciente de representantes de la clase gobernante consideraba que ya no se podía retroceder más. Cuandoen febrero de 2014 Yanukóvich, el legítimo presidente elegido en las urnas, escapó de Kiev presionado por las protestas callejeras, la sensación de que “el enemigo estaba a las puertas” se apoderó del Kremlin.

Para Moscú, lo ideal habría sido que la guerra de Ucrania hubiera terminado no con los Acuerdos de Minsksino con Yalta-2. Pero por ahora no ha conseguido imponer este escenario a Occidente. Sobre todo porque Occidente considera que Rusia está demasiado debilitada.

Los precios del petróleo han caído y la economía está sometida al impacto de las sanciones occidentales. Y lo más importante: parece que Moscú no cuenta con ningún aliado. Incluso Kazajistán y Bielorrusia se abstienen de aprobar lo que Rusia está haciendo en Ucrania y ya ha hecho en Crimea.

Pero la ausencia de aliados no significa que Putin no tenga simpatizantes en el mundo. Es más, tiene muchos. En primer lugar, China. No, Pekín no se alineará abiertamente con Putin en un enfrentamiento con EE UU. Pero mientras que para Washington es de una importancia crítica impedir que Putin “venza” en Ucrania, para Pekín es muy importante que el país norteamericano no se erija en el triunfador de esa coyuntura.

Al mismo tiempo, China está tratando de fortalecer su posición valiéndose de la difícil situación que atraviesa Moscú. En el Gobierno ruso ya han resonado algunas propuestas para entregar en concesión una serie de yacimientos estratégicos a China.

En el mundo islámico Moscú cuenta con muchos simpatizantes. Para Irán resulta muchísimo más cómodo llevar a cabo sus maniobras con EE UU en la región del Gran Oriente Medio y con el apoyo de un Moscú que muestra su “antiamericanismo”, que si Moscú y Washington se pusieran de acuerdo en coordinar sus políticas respecto a Irán.

Otros regímenes islámicos también preferirían, como mínimo, “diluir” la hegemonía norteamericana. Porque no se acaba de entender qué cabe esperar de ella. EE UU puede apoyar a Mubarak, antiguo presidente de Egipto, y a continuación pasar a congratularse de la primavera árabe y la llegada de los islamistas al poder, mientras critica, a su vez, a los militares egipcios por los métodos “antidemocráticos” que emplean para derrocar a los islamistas.

América Latina ha dejado de ser el gran “patio trasero” de EE UU. Los movimientos que han llegado al poder empiezan a flirtear con Moscú  de forma cada vez más evidente. Es evidente que no hacen cálculos para una perspectiva inmediata, sino a largo plazo: para cuando haya quedado claro que el llamado “mundo unipolar” no ha resultado estar tan asentado como parecía a principios de los años 90. Más aún, en la práctica este orden ha resultado ser menos estable y fiable que el orden mundial vigente durante la guerra fría, sostenido en el equilibrio de poderes y unas reglas del juego establecidas y plenamente aceptadas.

A diferencia de la situación actual, en que un solo árbitro dirige unas supuestas “reglas universales”: el que las dispone, el que vela por su cumplimiento, el único que puede infringirlas a discreción. En realidad, tanto Moscú como Washington asumen que es así. Por eso el conflicto de Ucrania no tendrá un pronto desenlace. Resulta demasiado crítico para ambas partes. Y por eso se prolongará.

Gueorgui Bovt es politólogo y miembro del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia.

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