Dibujado por Alekséi Iorsh
Las sanciones que Occidente ha impuesto contra Rusia obligan a recordar el largamente olvidado factor del carácter nacional. En la época de los grandes maestros políticos Otto von Bismarck y Klemens von Metternich, los diplomáticos siempre tenían en cuenta este factor. Sin embargo, los políticos modernos operan en un nivel mucho más bajo y sus movimientos sobre el “gran tablero de ajedrez” son mucho más primitivos.
Como sus predecesores, ellos consideran que los intereses económicos son importantes, pero las consideraciones de carácter nacional se les antojan como algo completamente irrelevante en el mundo moderno. Como resultado, cometen muchos errores y equivocaciones que no hacen más que empeorar la situación.
Occidente lleva mucho tiempo intentando comprender el carácter ruso. Por ejemplo, muchos observadores han declarado que el pueblo ruso prefiere un Estado fuertemente centralizado a las libertades personales. Algunos incluso mencionan cierto “tipo psicológico moscovita”, caracterizado por una dura resistencia, el conservadurismo y una visión del mundo marcada por las creencias de la fe ortodoxa rusa.
Esta es una teoría bastante controvertida, entre otras cosas porque ignora por completo la experiencia histórica de Rusia con la democracia. Los rusos han escogido a príncipes, zares y presidentes. Las tierras rusas se han visto conmocionadas por tres revoluciones y numerosos levantamientos motivados por un intenso deseo de libertad. Por esta razón, parece infundado declarar que los rusos aman o valoran menos la libertad que otros pueblos.
No obstante, algunos elementos de esta teoría se acercan a la realidad. Para poder mantener y defender el vasto territorio de Rusia, desde la región del Báltico hasta el océano Pacífico, los rusos han necesitado un Estado fuerte y un líder fuerte, y han tenido que mostrar una “resistencia excepcional” en sus propias vidas. A lo largo de los siglos, estas duras condiciones para la supervivencia han moldeado el carácter ruso.
Los rusos adoran criticarse a sí mismos, a las autoridades y a su torpe y enorme Estado, pero odian que los extranjeros lo hagan. Puede que este sea un enfoque incorrecto: posiblemente los extranjeros son más objetivos por naturaleza. Pero, aunque se equivoquen, ellos son así, y lo que más odian los rusos es que les presionen fuerzas extranjeras. Este es el mejor modo de movilizarlos, de llamarlos a la unidad para luchar contra el oponente.
Además, mientras los occidentales acostumbran a operar en el marco legal claramente definido, los rusos sintonizan más con la idea de la justicia. Por eso a la mayoría de los rusos les preocupan poco los argumentos de que Moscú se anexionó Crimea violando la ley internacional.
Los diplomáticos y políticos rusos, en virtud de las obligaciones que les imponen sus trabajos, están dispuestos a debatir este tema, pero una aplastante mayoría de los rusos se limitaría a afirmar que la anexión de Crimea ha sido una cuestión de restablecimiento de la justicia histórica. Como Cicerón, ellos mantienen que lo que es más justo también es lo correcto.
Por esta razón las sanciones son tan poco eficaces contra el carácter y la mentalidad rusos. Si el objetivo de las sanciones es forzar al país para que cambie sus políticas interna y externa, no lo conseguirán. Si el objetivo es debilitar la posición del presidente Vladímir Putin en su país, también fracasarán. Sólo cuando el pueblo ruso decida por sí mismo que está harto de Putin, su mandato llegará a su fin, no antes, y mucho menos debido a ninguna presión desde Occidente.
De hecho, una encuesta realizada recientemente por el Centro Levada ha mostrado que mientras en septiembre un 60% de los rusos se sentían afectados por las sanciones, en noviembre este porcentaje se reducía hasta el 47%. Curiosamente, un 80% de los encuestados también señalaba como principales preocupaciones la subida de los precios y el empeoramiento de la economía de Rusia durante los últimos años. ¿No es algo extraño? ¿No entiende esta gente lo que está sucediendo?
Más bien es Occidente quien no lo entiende. Los rusos se lo toman todo con calma: “Sí, la vida se ha vuelto más complicada”, dicen, “pero sobreviviremos”. No es nada nuevo para los rusos tener que apretarse el cinturón y superar los problemas con unos cuantos sacos más de patatas y un tarro o dos más de pepinillos de los jardines de sus dachas.
Un chiste popular cuenta que un extranjero caminando por las calles heladas y cubiertas de nieve de Moscú se encuentra con un chico comiendo con deleite un cono de helado. “Ahora veo que esta gente es realmente invencible”, comenta el extranjero. Supongo que captan la idea.
Evidentemente, no intento hacer creer que los rusos sean perfectos ni que siempre tengan la razón. Lo que sugiero es que los políticos occidentales deberían recordar lo que sus antiguos predecesores sabían: es decir, que se quiera o no, Occidente debe encontrar un modo de coexistir en este planeta con Rusia y con el carácter ruso. El cielo es azul, el agua es húmeda, Rusia es enorme y los rusos son como son.
Por ello Bismarck advertía a sus compatriotas: “Dios no lo quiera, ‘Drang nach Osten!’”, es decir, no es posible una expansión hacia el este, hacia las tierras eslavas. Los líderes de hoy en día harían bien en recordar este sabio consejo ofrecido por el abuelo de la diplomacia alemana.
Incluso si las sanciones consiguen despertar a Rusia, fracasarán en sus objetivos principales. Y lo que es más importante, causarán grandes daños a aquellos que las imponen. Dudo seriamente que los votantes europeos reelijan a los líderes que les han apartado del suculento mercado ruso y han propiciado una nueva versión de la guerra fría.
La única solución es alcanzar un compromiso. Los rusos tienen mucha voluntad y un carácter muy fuerte, pero no desean problemas innecesarios. Si es necesario, pueden soportar grandes dificultades, pero no son masoquistas.
Piotr Románov es periodista e historiador.
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Artículo
publicado originalmente en inglés en The Moscow Times.
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