El poder blando en tiempos de crisis

Dibujado por Alekséi Iorsh

Dibujado por Alekséi Iorsh

En determinados países de Europa se ha extendido la idea de que la defensa de las comunidades rusohablantes que viven fuera de Rusia es un medio para ambiciones imperialistas. El clima de desconfianza obliga a tratar de romper con estos nuevos muros.

Ucrania está sumida en la guerra civil. Los países occidentales han puesto en marcha un mecanismo de sanciones contra Rusia. En otra región, el mundo ha chocado con una amenaza terrorista encarnada en el llamado Estado Islámico.  Resulta complicado sustraerse a la sensación de que nos encontramos ante el renacimiento del poder duro, que suele contemplar el empleo de todos los recursos tradicionales, incluyendo los militares, económicos y políticos, que los Estados tienen a su disposición para satisfacer sus propios intereses.

Últimamente parecía que la mayoría de los actores globales se inclinaba por el poder blando “soft power”. En este sentido, los países occidentales, que fueron los primeros en aplicar los instrumentos del poder blando, parecían estar obteniendo muy buenos resultados. El autor del concepto de “poder blando”, el politólogo norteamericano Joseph Nye, lo define como “la habilidad de obtener lo que se desea a través de la atracción, en vez de la coerción o el dinero”.

No cabe la menor duda, por ejemplo, de que ha sido precisamente la atracción que ejerce el modelo social y público de la Unión Europea lo que ha convertido el actual Maidán ucraniano, el segundo consecutivo, en el Euromaidán. Pero eso no ha conseguido evitar un conflicto interno de gran magnitud.

Como consecuencia de ese escenario, violento de hecho, en que se produjo un relevo en el poder central en el país –en la política, la sociedad y los medios de comunicación–, las fuerzas de tintes nacionalistas empezaron a predominar. La comunidad rusohablante de Ucrania, formada por millones de personas, percibió esos hechos como una amenaza a su propia identidad nacional y cultural, y a sus relaciones ancestrales con Rusia.

Lamentablemente, la opinión pública de fuera de Ucrania no tuvo acceso a una perspectiva cabal de la situación etnológica y cultural de ese país. En parte esto también se debe a una concepción poco exacta del poder blando, que se ha visto reducida a la atracción que ejercen las instituciones estatales y sociales, exclusivamente, de los estados de la UE.

En su día la empresa Ernst & Young, junto con el Instituto de Estudios de los Mercados Emergentes Skólkovo de Moscú, elaboró un interesante estudio sobre el llamado “Índice de Poder Blando” en los mercados emergentes. El índice se medía a partir de 13 criterios, entre los que se encontraban, por ejemplo, el rango de las empresas nacionales en el ranking de reputación de la revista Fortune; los índices de los flujos migratorios y turísticos; la supremacía del Estado de derecho; el nivel de inglés de la población; las emisiones de CO2; el número de ciudadanos del país que figuran entre las primeras cien personalidades influyentes del mundo, según la versión de la revista Time; el estatus de las universidades nacionales en el ranking Times Higher Education; la cantidad de medallas olímpicas…

En opinión de los autores del estudio, en el caso de Rusia, factores como el turismo y las medallas olímpicas, pero, por encima de todo, la migración (principalmente procedente de los países de la CEI) se tradujeron en unos resultados bastante altos en la tabla. No todo el mundo sabe que, según datos de la ONU, Rusia, con 11 millones de extranjeros, ocupa el segundo puesto mundial en este índice, solo por detrás de EE UU, y superando a Alemania, Gran Bretaña y Francia.

En general el poder blando de los estados, como fenómeno difícil y complejo que es, tiene multitud de expresiones y manifestaciones que no siempre se pueden percibir a primera vista. Por ejemplo, muy recientemente la lengua rusa ha pasado a ocupar oficialmente el segundo puesto en las listas de popularidad en internet, superando al alemán.

También se avistan temores ante la posibilidad de que Rusia emplee su poder blando contra de los intereses de otros estados. Sobre esto, específicamente, se ha hablado mucho en referencia a la concepción que se tiene de la Comunidad Rusa. Determinados países consideran amenazante que se pueda utilizar a los compatriotas rusohablantes para promocionar los intereses de Rusia en el extranjero, y como medio para emprender acciones militares contra dichos estados.

Aun así, es un error considerar que los compatriotas son tan solo un medio para satisfacer unas supuestas “ambiciones imperialistas” de Rusia en relación con sus vecinos. En realidad, esos compatriotas no son el medio, sino el fin. Rusia se atribuye el derecho a mostrar preocupación por aquellos que mantienen un vínculo étnico con el país, y eso no se limita a los rusos.

En segundo lugar, la línea de defensa de los compatriotas en el extranjero no solo obtiene la aprobación de los rusos étnicos dentro de las fronteras de Rusia, sino también fuera de ellas, así que no se trata de un asunto nacionalista, sino patriótico. Y el propio concepto de Comunidad Rusa no solo lo entendemos en un sentido estrictamente nacional, sino como fenómeno cultural.

En tercer lugar, finalmente, aquellos a los que llamamos compatriotas suelen estar bien integrados en la sociedad de su país de residencia, lo consideran su patria y se preocupan por su desarrollo y prosperidad. Los compatriotas rusos no reivindican para sí más derechos de los que los principales tratados internacional prevén. Su interés personal, plenamente comprensible, es que sus países favorezcan unas buenas relaciones con Rusia.

A mi modo de ver, prácticamente toda la instrumentación del poder blando debe estar dirigida a alcanzar esos objetivos. Porque la crisis actual es, ante todo, una crisis de falta de comprensión mutua. Cuando los medios extranjeros o los políticos de otros países lanzan conjeturas sobre los motivos de tal o cual acción de Rusia o sus dirigentes, muy a menudo provocan asombro y malestar entre los rusos por lo alejadas que se encuentran de la realidad. De ahí surge también el miedo, absurdo para cualquier ruso, pero plenamente tangible para un europeo, ante la posibilidad de que Rusia trate de volver a hacerse con el control de Europa del Este, atacar a sus vecinos, etc.

La falta de diálogo, respeto y atención a los intereses de los otros estados y nacionalidades, la falta de comprensión de sus razones y valores… todo esto alberga los gérmenes de unas crisis que pueden manifestarse a largo plazo, pero de forma inevitable. Estoy convencido de que las crisis no son irreversibles. Pero, para evitarlas, la solución no pasa por construir nuevos muros de Berlín, tal como pretenden las autoridades ucranianas, sino por destruir los antiguos, que permanecen en la conciencia de la gente.

Konstantín Kosachiov es diplomático ruso, director de Rosstrudnichestvo, Agencia Federal para la Comunidad de Estados Independientes, los compatriotas residentes en el extranjero y la cooperación humanitaria internacional.

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