Las razones de Rusia para oponerse al ingreso de Ucrania en la OTAN

Dibujado por Konstantín Máler

Dibujado por Konstantín Máler

La idea de que la política rusa en la crisis de Ucrania se determina a partir de las ambiciones personales del presidente Vladímir Putin está muy difundida entre la opinión pública occidental. Sin embargo, en Rusia es más bien al contrario, se considera que la crisis deriva de la ampliación de la esfera de influencia de Occidente hacia el este. En la crisis de Ucrania Moscú defiende sus intereses nacionales, una parte de los cuales son vitales.

Intentaré explicar la política rusa con ayuda de una analogía a la inversa. Imaginémonos que hace 23 años se desintegraron los EE UU y no la Unión Soviética. Como resultado, los estados de la costa y fronterizos de Washington, California, Arizona, Nuevo México, Texas, Florida y Georgia se separaron de los EEUU. Los antiguos Estados Unidos se vieron privados de una cómoda salida al océano Pacífico, además importantes centros de infraestructura estatal: cosmódromos, bases militares, puertos, oleoductos y vías de ferrocarril, centros GPS y complejos industriales, se quedaron en los territorios de otros estados.

Durante las siguientes dos décadas Washington invirtió en la recuperación de la economía y la creación de infraestructuras alternativas para aquellos casos en que los nuevos vecinos se negaron a cooperar. Sin embargo, algunos de los antiguos territorios norteamericanos se pronunciaron a favor de restablecer la unión y se mantuvo la cooperación.

En este contexto, una influyente y activa fuerza europea empezó a reforzar su presencia en América del Norte y Latinoamérica, desarrollando su expansión desde Cuba. Esta potencia exterior ofreció a los antiguos estados norteamericanos una posibilidad de alianza militar así como de integración económica bajo el lema “los países tienen derecho soberano a decidir su camino”.

Entonces empieza un “juego de suma cero” entre los EE UU y esta fuerza exterior. Las desavenencias conducen a conflictos en torno al cosmódromo en Florida y la base marítima militar de San Diego, en California. En esta lucha la fuerza exterior amplía su esfera de influencia mientras que los EE UU defienden sus intereses. Y todo esto es muy lógico.

Esta misma lógica explica la política de Rusia en Ucrania, que defiende sus intereses: la base militar de Crimea, el tránsito de hidrocarburos hacia Europa, la cooperación industrial y comercial así como los derechos de la población rusa. Los Estados Unidos habrían actuado de la misma forma si se hubieran encontrado en el lugar de Moscú.

Sin embargo ahora no se trata de una potencia europea la que amplía su presencia en el Nuevo Mundo, sino que son la OTAN y los Estado Unidos los que se reafirman en el Viejo Mundo. Según la lógica de Bruselas y Washington, los países del espacio postsoviético tienen derecho a elegir en qué alianzas políticas, económicas y militares quieren ingresar. No obstante, los grandes países que quedaron fuera de la OTAN se preguntan: ¿cuál es el papel de esta organización en el continente y de quién se va a defender?

La OTAN fue ideada tras la Segunda Guerra Mundial como una alianza defensiva en contra de la URSS. Tras la desintegración de la Unión Soviética hubo un intento de asignar funciones globales al potencial militar de la OTAN y la Alianza quería defenderse de las amenazas procedentes de todo el mundo.

Durante los últimos 20 años la OTAN “se defendió” dos veces de Yugoslavia y también de Afganistán y Libia. En el año 2003 los miembros de la OTAN discutieron sobre si había que “defenderse” de Irak y finalmente los países más activos decidieron que sí. En el contexto de la crisis ucraniana, el vicesecretario general de la OTAN, Alexander Vershbow aseguró que la Alianza considera a Rusia amenaza. Reiteró lo que ya habían anunciado antes de él algunos legisladores norteamericanos y los líderes de los países bálticos y de Polonia.

En la OTAN no todos comprenden que los estados del espacio postsoviético son muy frágiles. La provocación exterior destruye la estabilidad política en estos países y además imposibilita las condiciones para el desarrollo económico. Además, obstaculiza el tránsito  hacia unos ingresos medios, al nivel de los países desarrollados europeos. El bienestar conduce a la democracia, y no al revés.

A los ciudadanos de EE UU y de la Unión Europea, espacios que durante el transcurso de una generación han experimentado una rápida integración y desarrollo, les parece que todo el mundo vive a su mismo ritmo. Sin embargo, los procesos vividos en el espacio postsoviético son diferentes. Tuvo lugar una descomposición social y hubo tentativas de prevenir los conflictos que derivaban de ella. Durante los últimos años Rusia ha intentado volver a situarse como un actor destacado de Eurasia. En Ucrania este proceso choca con la ampliación de la zona de influencia de Occidente hacia el este. Efectivamente, no fue Estados Unidos quién inició la revuelta en Kiev. Sin embargo, Washington decidió utilizar esta situación para reforzar sus posiciones, contribuyendo de esta forma a la escisión de la sociedad ucraniana y a reforzar a las fuerzas políticas irresponsables.

El nuevo gobierno de Kiev se precipitó a recurrir a EE UU y la OTAN para la lucha contra Rusia, como antes lo había intentado hacer el georgiano Mijaíl Saakashvili cuando atacó a los soldados pacificadores rusos en Osetia del Sur en el año 2008. Al apoyar la integración euroatlántica de Ucrania, Occidente rompe el país en pedazos y causa un daño irreparable a las relaciones con Rusia. La conclusión es inevitable: es en el interés de todas las partes empezar a ponerse de acuerdo en cómo serán las reglas de cooperación en Europa y en cómo conseguir un futuro estable para Ucrania.

Andréi Sushentsov, Doctor y profesor asociado en la Universidad MGIMO de Moscú e investigador del Club de Valdái. 

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