Hacia un nuevo modelo de las relaciones entre Rusia y la UE

Dibujado por Konstantín Máler

Dibujado por Konstantín Máler

Las relaciones entre Rusia y la Unión Europea están pasando por un momento más que tenso y próximamente no se percibe ningún avance. Es evidente que Bruselas no anulará sus sanciones, al menos a corto plazo. Es más, cualquier agitación en el este de Ucrania ahora, al parecer, se atribuye exclusivamente a Moscú y puede servir de excusa para tomar nuevas medidas de represalia.

¿Podrán Rusia y la UE volver a tener unas relaciones más constructivas? El hecho es que hasta hace poco, a nivel oficial, se tendía a hablar de una cooperación estratégica. Además, el marco legal de las relaciones es el Acuerdo de Colaboración y Cooperación (ACC), de 20 años de antigüedad, que estipula que las partes deben avanzar hacia la convergencia y la integración.

Nadie planea anular el ACC, no hace ninguna falta. Ahora bien, podemos olvidarnos del nuevo documento básico cuya creación se estaba negociando antes de la crisis ucraniana. Cuando los contactos de Moscú y las capitales europeas se recuperen completamente (esto será inevitable tarde o temprano) será necesario un modelo de las relaciones radicalmente nuevo. Un modelo basado no en deseos a largo plazo, sino en realidades, dentro de los límites de lo posible.

El Viejo Continente seguirá siendo la comunidad más cercana a histórica y culturalmente. Las tensiones existentes entre Moscú y las capitales europeas son la prueba de esa cercanía y del largo recorrido de nuestra coexistencia. Asia no provoca ninguna emoción.

La Federación de Rusia y la Unión Europea son formaciones relativamente nuevas, pero que han heredado la historia de sus antepasados. Los años 90 fueron un punto de inflexión ya que ambas partes se pusieron de acuerdo, por primera vez, en que su objetivo a largo plazo era la formación de una comunidad basada en la armonía de una base normativa, en el ideal de la mayor convergencia posible.

La Unión Europea es una estructura poco común. La complejidad de su organización interna y su manifiesto componente ideológico impiden que se adapte bien a unas relaciones normales con socios externos. Especialmente con socios que puedan contemplarse como participantes en potencia del proyecto europeo en un sentido estricto (membresía) o más amplio (zona de aplicación de las reglas y normas de la UE).

Rusia nunca se ha planeado en serio la posibilidad de adherirse a la Unión Europea ni ha sido considerada por Bruselas como probable candidata. Sin embargo, Moscú siempre se ha mostrado de acuerdo con el hecho de que la base normativa y legal europea podría y debería servir como justificación para el acercamiento.

En este sentido, en algún momento comenzó a quedar claro que Rusia únicamente podría cumplir los requisitos necesarios para este enfoque estando muy debilitada. A medida que se iba restableciendo la capacidad del Estado tras la crisis de los años 90, Moscú cada vez exigía con mayor insistencia un modelo más equitativo, que partiera ya no de la base legal de la UE, sino de unas normas pactadas mutuamente.

Sin embargo, la Unión Europea no estaba por la labor. De modo que la cubierta siguió siendo la misma, pero el contenido fue perdiendo fuerza. La crisis ucraniana ha puesto el punto final. No tiene ningún sentido hablar de cooperación estratégica cuando una y otra parte se imponen sanciones mutuamente.

¿Qué pasará de ahora en adelante? A partir de ahora la tarea consiste en minimizar el daño. El desmontaje del antiguo modelo puede llevarse a cabo de forma controlada o incontrolada. Por ahora, la segunda opción es más probable.

La nueva jefa de la diplomacia de la UE, Federica Mogherini, declaraba recientemente durante una audiencia en el Parlamento Europeo: “Rusia […] puede no ser considerada como un socio en este momento, pero es un país estratégico en el mundo. Debemos revisar en profundidad nuestras relaciones con Rusia para los próximos cinco años”. Este es un punto de vista adecuado. Por un lado, reconoce que no es posible apartarse de Rusia y, por el otro, admite la necesidad de reformular el modelo de las relaciones.

Por su parte, Rusia necesita exactamente lo mismo: comprender qué es lo que quiere de la Unión Europea una vez disipada la ilusión de integración. Y la reorientación hacia Asia se convierte en una prioridad más importante no por ir en contra de Europa, sino porque no se puede ignorar la región del mundo de más rápido desarrollo del siglo XXI.

Europa será durante mucho tiempo el socio económico y tecnológico más importante de Rusia, aunque ahora se esté haciendo todo lo posible para reducir esta dependencia mutua. Quizás sería más razonable ser pragmáticos y reconocer que nuestras actuales diferencias son en parte el producto de unas raíces comunes cuyos tallos han seguido direcciones distintas.

Por esta razón, en primer lugar, la no coincidencia de los enfoques no pone de manifiesto la razón ni la superioridad de nadie, es simplemente un hecho. Y, en segundo lugar, la expansión en un intento de capturar cada vez más “espacio vital” por los medios que sea (el político-militar o el jurídico-informativo) conlleva grandes dificultades para ambas partes.

Es necesario comportarse de manera cautelosa, ser conscientes de que la armonía ideal no existe, aunque se debe evitar la falta de armonía autodestructiva. Entonces habrá posibilidades, pasado algún tiempo, de comenzar a construir un nuevo espacio para la “nueva Europa” que limite con la “gran Asia”. Sin ambiciosas pretensiones ni intentos de cambiarnos unos a otros, pero comprendiendo la necesidad mutua.

Fiódor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa.

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