Dibujado por Alexéi Iorsh
Desde el punto de vista de la seguridad, el mayor evento deportivo de los últimos cuatro años fue impecable. Además, la preparación para los JJ OO hizo evidente que incluso los rivales y oponentes que a veces se enfrentan saben trabajar juntos en un asunto como la necesidad de cooperar y garantizar la seguridad en el Cáucaso Norte. No solo los EE UU y el Reino Unido demostraron una voluntad de trabajar junto a Rusia, sino también Georgia, que recientemente, en 2012, durante la presidencia de Mijaíl Saakashvili, utilizó la inestabilidad del Cáucaso Norte para sus propios fines.
En abril de 2014, Doku Umárov, líder de la organización terrorista Emirato del Cáucaso, que llamaba a la yihad en el Cáucaso Norte, fue “neutralizado”. Sin embargo, el rápido desarrollo de la crisis en Ucrania, los cambios en el estatus de Crimea y el conflicto armado en la cuenca del Donetsk desplazaron la situación en el Cáucaso lejos del primer plano.
Pero alejar el Cáucaso Norte del centro de atención no ha hecho que la situación sea menos grave. Además, hay razones hoy en día para hablar sobre el Cáucaso Norte. Hace 15 años, en agosto de 1999, los islamistas Basayev y Jattab realizaron una incursión en Daguestán. Los grupos capitaneados por estos influyentes oficiales pusieron bajo su control las repúblicas norcaucásicas más grandes y estratégicamente importantes para Rusia.
Vladímir Putin, con su actitud recia e inflexible hacia los guerrilleros, se convirtió en primer ministro y sucesor de Borís Yeltsin el 9 de agosto de 1999. Eso le franqueó el paso al Olimpo político ruso. Incluso en vísperas de sus primeras elecciones presidenciales, Putin dijo: “Mi misión, mi misión histórica (aunque suene patético, es verdad) es resolver la situación en el norte del Cáucaso”. Hoy en día, 15 años después, ¿podemos decir que el Cáucaso Norte ha sido pacificado o sigue siendo el talón de Aquiles de Rusia, que exigiría por tanto un estatus especial en Eurasia?
Esta pregunta no tiene una respuesta fácil. Por un lado, se aprecia un cambio sustancial en Chechenia, que era el principal foco de conflicto de la región en los 90. Hoy, esta entidad dentro de Rusia parece ser un fenómeno único dentro de las antiguas fronteras soviéticas, que ha experimentado el surgimiento de un movimiento separatista y la creación de facto de un Estado. Esta república, bajo el liderazgo de Ramzán Kadírov, se ha convertido en un importante símbolo para Vladímir Putin. Se puede decir en favor del líder de Chechenia que dio prioridad a la estabilidad política.
Los separatistas fueron aniquilados, se exiliaron o aceptaron posiciones en la administración de la república. El propio presidente de Chechenia se ha posicionado no solamente como leal al Kremlin y “soldado raso de Putin” (en sus propias palabras), sino como un defensor constante de los intereses de la política exterior de Rusia. Kadírov ha expresado estos argumentos en más de una ocasión, en discursos en Georgia, Ucrania y Oriente Medio. Vladímir Rudakov, subdirector de la revista Profil, subrayó: “La Chechenia de Kadírov no es Suiza, por supuesto. Pero siempre es mejor comparar la realidad de las cosas que lo que tú quieres que sean. Después de todo, la política es el arte de lo posible.”
Sin embargo, esto no debería dibujar un
panorama feliz o excesivamente simplificado. La 'pacificación' de Chechenia ha
sido posible solo al delegar considerables parcelas de autoridad a la república
y tras el establecimiento de un estatus especial para la élite del Gobierno.
Cuando los guerrilleros fueron expulsados de Chechenia, se trasladaron a las
vecinas repúblicas de Daguestán, Ingushetia y Kabardino-Balkaria.
La derrota de los separatistas chechenos popularizó la rama política del islam,
incluyendo su forma radical. En las plataformas y los comunicados de los
yihadistas del Cáucaso Norte, el discurso sobre el separatismo laico ha sido
casi completamente suplantado por la idea de la lucha por la pureza de la fe y
la solidaridad con los hermanos de Oriente Medio, el Magreb y Afganistán.
Durante el año pasado, el número total de víctimas de la violencia armada en el
Norte del Cáucaso descendió en 239 desde 2012, esto es, un 19,5 %. En los 15 años
transcurridos desde los sucesos de Daguestán, la 'neutralización' se ha realizado
con éxito. Iconos radicales como Shamil Basayev, Doku Umárov o Said Buriat han
sido eliminados.
Pero, dentro del esfuerzo de minimizar la amenaza terrorista, se ha hecho muy poco para eliminar las figuras icónicas de la clandestinidad caucásica. Una idea religiosa solo puede ser contrarrestada por otra idea religiosa; así, es necesaria una alternativa al radicalismo: programas inclusivos y proyectos de poder blando, valores seculares y formas moderadas de resurgir religioso.
También sería un error considerar la situación en una región en particular como una especie de divertido rasgo etnográfico sin conexión con el contexto más amplio de Rusia. Desafortunadamente, muchos sondeos de opinión (que van mucho más allá del alcance de un solo artículo) indican la existencia de algo así como un 'muro del Cáucaso' entre estas regiones y el grueso de Rusia. A esto se añade el crítico descenso del nivel de participación del Cáucaso Norte en muchos procesos fundamentales (principalmente la leva en el servicio militar obligatorio, que, en teoría, unificaría el país) y la promoción, desde el Gobierno central, del aislamiento administrativo de las repúblicas caucásicas, así como la falta de voluntad de implicarse en el desarrollo de las regiones. Sin superar primero estos problemas, la idea de una “federación rusa multinacional” no llegará a tener sentido y el Cáucaso Norte nunca se convertirá en una región rusa de pleno derecho.
Serguéi Markedónov es profesor de Estudios Internacionales y Política Exterior en la Universidad Estatal Rusa de Humanidades.
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