Dibujado por Konstantín Máler
Tanto una cosa como la otra deben quedar al margen de toda cobertura mediática, cualquier filtración (consciente o casual) llevará el proceso al campo público, donde reina un absoluto rechazo mutuo. Y si se está llevando a cabo un importante proceso de negociación, no conoceremos su contenido hasta que este haya acabado: o bien si fracasa, o bien, por el contrario, si finaliza con algún tipo de acuerdo.
¿En qué podría consistir este acuerdo? Esto quedó claro en abril, cuando en Ginebra se llevó a cabo un primer intento de aproximamiento, antes del derramamiento de sangre masivo en Donbass, de los encarnizados combates, del asedio de las ciudades y del derribo del avión de pasajeros. Ahora la situación se ha complicado drásticamente, aunque en esencia no ha cambiado.
Hay varios temas sobre la mesa. El primero es
un sistema político de Ucrania que garantice a las regiones del este del país
un estatus especial donde se conserven sus particularidades
histórico-culturales. El segundo es la neutralidad de Ucrania, su rechazo a
entrar en la OTAN, algo que Rusia considera una amenaza fundamental a su propia
seguridad. El tercero es una gran variedad de cuestiones relacionadas con el
gas (las deudas, los precios, el tránsito, etc.). El cuarto es la recuperación
económica de Ucrania tras la guerra, algo que resultará casi imposible en caso
de que se rompan totalmente los vínculos con Rusia.
Cada uno de estos elementos aislados parece imposible de conseguir, y todos
ellos juntos más difícil todavía. Aunque existe una mayor posibilidad de
conseguir algún tipo de regulación de estas cuestiones en conjunto que de
manera aislada. En esto consisten las bases de la diplomacia. Cuanto más amplio
es el conjunto de cuestiones a debatir, mayor es el espacio para que haya
concesiones por ambas partes. Algunos temas serán secundarios para una parte
pero fundamentales para la otra, de manera que se puede negociar con ellos.
Por triste que pueda parecer, negociar en este tipo de encuentros una
interrupción de la operación militar es algo prácticamente inútil. El conflicto
ucraniano es una guerra civil con la participación de fuerzas e intereses
externos. Es una de esas confrontaciones en las que la definición del perfil de
un posible compromiso, del futuro equilibrio político, debe preceder al alto el
fuego. Los éxitos militares de las partes enfrentadas servirán de argumento, de
as en la manga para los representantes políticos en las negociaciones. Por esta
razón, el enfrentamiento armado y la consulta diplomática deberán avanzar en
paralelo.
De todos modos, ¿por qué se han retomado las negociaciones? A mediados de julio, en plena tormenta propagandística iniciada tras el derribo del avión malasio, parecía que todo había acabado y que ninguna negociación impediría que la guerra continuara hasta la victoria final. Existen varias razones.
Rusia, que no oculta su simpatía política y humana hacia los sublevados, es consciente de que existe una línea que no traspasará. La intervención militar es algo que no sucederá, de modo que la fase armada del conflicto debe terminar. De todos modos, Moscú no piensa 'entregar' las repúblicas populares, la idea consiste más bien en conseguir que se reconozca a sus representantes como participantes del proceso de paz. Y esto pasa por no permitir que el ejército ucraniano los derrote. Además, los sublevados ahora necesitan tener sus propios representantes políticos, capaces de involucrarse en el proceso. Los valientes comandantes militares, especialmente los que tengan origen ruso, no son aptos para ello, su misión es otra.
Evidentemente, Kiev no puede retroceder. La cantidad de víctimas y de destrucción les obliga a buscar la victoria militar, de lo contrario en la sociedad ucraniana se creará la peligrosa sensación de que se ha pagado un precio demasiado alto. Sin embargo, la guerra está dejando en ruinas la economía nacional, que ya sin esto se encontraba en un estado lamentable. Ucrania sólo puede contar con recibir asistencia externa de fuentes que conocemos de sobra, pero que por ahora no se muestran especialmente dispuestas a rascarse los bolsillos.
La economía ucraniana, en ruinas
Nadie dispone de tantos medios como los que necesita
Ucrania. Es claramente Europa quien deberá afrontar la principal carga
económica para salvar a Kiev, pero ahora mismo no posee los fondos para ello. E
incluso los europeos que tienen una opinión de Rusia altamente negativa y que
la acusan de todos los problemas de Ucrania comprenden que sin la cooperación
económica de Moscú y, sobre todo, en el caso de que Rusia se oponga
activamente, la cuestión ucraniana no se resolverá. Además, en el horizonte
todavía se vislumbra la crisis del gas.
Todo lo que parecía impensable hace un par de meses, ahora ya no parece nada
excepcional. La embriaguez de las sanciones que reina en todas partes dicta su
propia lógica de comportamiento. Incluso Kiev está dispuesta a prohibir con sus
leyes el tránsito de gas a Europa, y Moscú, enojada por los intentos de
Occidente de tratar a este miembro permanente del Consejo de Seguridad de la
ONU como un tercer país que pueda ser sometido a cualquier tipo de presión,
contempla la posibilidad de responder de la forma más severa posible.
La crisis ucraniana ya ha destruido todo lo
que, tras la Guerra Fría, se consideraba como el nuevo sistema de seguridad
europea. Si la diplomacia es capaz de detener este proceso, este podría ser el
primer paso hacia un nuevo sistema de verdad.
Fiódor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa
de Rusia.
Artículo publicado originalmente en ruso en Rossiykaya Gazeta.
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