Dibujado por Alekséi Iorsh
¿Se pueden considerar legítimas unas elecciones celebradas solo en parte del país y en el albor de una guerra civil? Si el resultado le convence, sí. De ahí que Europa y EE UU hayan felicitado con alivio al presidente electo de Ucrania Petró Poroshenko, a la vez que califican de farsa la victoria de Bashar al-Asad.
A Rusia, por el
contrario, le convence el éxito obtenido por Al-Asad, mientras que no tiene
prisa por reconocer oficialmente a Poroshenko. De todas formas, este hecho
carece completamente de interés: la doble moral siempre ha sido la base de la
política internacional, ya nadie lo discute.
A principios de mayo parecía que Moscú iba a rechazar el resultado de las
elecciones de Ucrania. Rusia había remarcado la legitimidad de Víktor
Yanukóvich —derrocado tras el derramamiento de sangre en Kiev— y, por
consiguiente, la ilegalidad de todos los pasos posteriores de la administración
provisional, empezando por la convocatoria de unas elecciones.
Sin embargo, la postura
de Rusia se ha suavizado, como demuestra el hecho de que, aunque Vladímir Putin
no felicitara a Poroshenko, el embajador ruso revocado en febrero, Mijaíl
Zurabov, regresase a Kiev para asistir a la ceremonia de investidura. Desde
luego no es un paso de gigante, pero es lo más a lo que se puede llegar
considerando las circunstancias y la operación militar
que sigue en curso al este del país.
¿Qué espera Rusia del nuevo jefe de Estado vecino? Hace tiempo que Rusia
anunció sus aspiraciones en relación con Ucrania y estas no han cambiado. Un
Estado descentralizado que garantice amplios derechos culturales, lingüísticos
y administrativos en las regiones oriental y suroriental del país; así como la
neutralidad de Ucrania como garantía de que el país no ingresará en las
estructuras europeas y euroatlánticas.
En dos meses de enfrentamientos
al este del país ha quedado claro que a Moscú no le interesa repetir el
escenario de Crimea en ninguna otra región de Ucrania. Crimea es un caso único, tanto por su
historia como por la disposición de la población. De hecho, en lo que respecta
a esta región, los ciudadanos rusos están convencidos de que la pertenencia de
la península a Ucrania constituye un malentendido histórico que ha prevalecido
en la sociedad rusa desde el colapso de la URSS. La zona del Donbass nunca ha
despertado este tipo de sentimientos, aunque sí que existe un afecto hacia los
habitantes de la zona.
En Kiev corren ya rumores sobre los supuestos planes secretos de Poroshenko con
el Kremlin. Como empresario acostumbrado a ‘solucionar problemas’ realmente
podría intentar acercarse a Moscú dejando a un lado la retórica y la ideología.
Pero la situación interna del país complica mucho más la situación: si bien el presidente ha obtenido una victoria bastante holgada, esta no se apoya en su propia fuerza política. Y la política ucraniana está plagada de intrigas forjadas a base de dinero y cambios de posición.
La particularidad de
Crimea
Uno de los requisitos para la colaboración de Moscú con el presidente de
Ucrania consiste en acabar, sin condiciones, con la operación militar lanzada
contra los rebeldes del este orientados hacia Rusia. Poroshenko podría ahora
cambiar el rumbo, ya que formalmente no responde de lo que hace el gobierno
provisional. Lo cierto es que el futuro presidente ha anunciado en reiteradas
ocasiones su pleno apoyo a estas duras medidas, pero el cambio de postura tras
la llegada al poder es un fenómeno bastante extendido en política.
Sobre la cuestión de Crimea, que Poroshenko prometió retomar, no hay negociación posible. El tema de su pertenencia a Rusia no se va a discutir bajo ningún concepto. En caso de establecer un diálogo constructivo, este se centraría en cuestiones técnicas como la compensación, las cuestiones de la propiedad, etc. Pero no tiene sentido comenzar por aquí, dado el actual nivel de confianza entre las partes.
Rusia no está dispuesta a reconocer las ‘repúblicas populares’ del este de Ucrania, pero tampoco se puede limitar a desligarse de ellas por obvias razones políticas y morales.
Moscú tiene interés en
que el movimiento de resistencia a Kiev se transforme en una fuerza política
seria, pero en el marco de la política ucraniana. En realidad, también a
Poroshenko le debería interesar esta opción, puesto que necesita interlocutores
reales en el este con quienes entablar el diálogo.
La clave para comprobar la verdadera intención de diálogo consiste en
solucionar la polémica del gas:
el problema de la deuda, el tránsito y el precio del gas de cara al futuro.
Rusia, al parecer, está dispuesta a mostrarse más flexible que hasta el
momento, al entender que la nueva guerra del gas sería altamente perjudicial
para Gazprom. Pero para ello, Ucrania debería pagar al menos las deudas
acumuladas.
Y puesto que Europa
tiene mucho interés en suprimir del orden del día la amenaza que supone la
interrupción del suministro, se podría llegar a un acuerdo. Si se logra un
avance en este sentido, habrá al menos una experiencia positiva.
En Moscú se mira con escepticismo el futuro de Ucrania bajo cualquier
administración, y es que la crisis política no ha sustituido a la vieja élite,
cuya eficacia es bien conocida por todos. Y sin embargo, independientemente de
su rechazo a los acontecimientos del Maidán y a la revuelta de febrero, Rusia
no parece reacia a estabilizar su relación con Ucrania.
Finalizar la guerra civil al este del país preservando la integridad de todos sus participantes constituye la principal premisa para la restauración de competencia de Ucrania. Y en este punto todo dependerá de los primeros pasos de Piotr Poroshenko, predestinados a marcar el rumbo posterior.
Fiódor Lukiánov presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia.
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