Por qué las mujeres rusas suelen rechazar el feminismo

Autor:  Konstntín Maller.

Autor: Konstntín Maller.

Los roles de género están muy marcados en la sociedad rusa, pero al contrario que en otras partes del mundo, no hay un movimiento feminista importante. Quizá la razón de que sea así esté en el comunismo soviético.

Probablemente ningún extranjero que haya visitado Rusia se sorprenda al saber que, en un estudio Kinsey realizado en 2004 se afirmó que, en la sociedad rusa, existía un “sexismo sin sexo” en el que “por un lado, las diferencias de género han sido teóricamente ignoradas y políticamente menospreciadas” pero, “por otro lado, tanto la opinión pública como las prácticas sociales han sido extremadamente sexistas, tomando todas las diferencias sexuales empíricas como naturales”.

Esto significa, en la práctica y en líneas generales, que los rusos se adhieren a roles de género relativamente estrictos: se espera que las mujeres cuiden inmaculadamente de su vestuario e higiene, deseen tener muchos hijos,  actúen como epicentro de la familia y sean muy 'femeninas'; mientras que, de los hombres, se espera que cumplan con las responsabilidades financieras, protejan a sus mujeres hasta la muerte y caminen con cierto aire de machote arrogante.  

Sin embargo, lo que sí sorprende a menudo a los extranjeros es que las mujeres de Rusia tienden a defender estas dualidades de género a gritos, igual o más que los hombres. En un estudio reciente de Levada Center, solo el 38% de hombres y mujeres apoyó el 'igualitarismo abstracto' en la vida doméstica; tareas como cocinar, la limpieza, el cuidado de los niños, etc. se etiquetaron como exclusivamente femeninas, y la única que se adjudicó en exclusiva a los hombres fue la guerra.

Según otro sondeo de opinión, el 78% de hombres y mujeres creen que el hábitat natural de la mujer es la casa; aunque cabe señalar que, en la familia rusa, la mujer es quien tradicionalmente toma todas las decisiones relacionadas con la economía doméstica y otros problemas del hogar (“el hombre es la cabeza, pero la mujer es el cuello”, según el dicho popular ruso).

Y lo que es más importante: cuando se habla de feminismo, las mujeres rusas suelen hacer una mueca que contiene todas las connotaciones negativas de la dejadez, la vagancia, la agresividad y la vulgaridad. “Las feministas... actúan como hombres”, dice siempre mi amiga Sveta con desprecio, haciéndose eco del pensamiento de muchas mujeres rusas. “¿Por qué iba yo a querer actuar como un hombre? Yo estoy orgullosa de ser mujer”.

Se preguntarán cómo se desarrolló esta intensa aversión al feminismo. La respuesta se encuentra, como tantas veces, en la Revolución Bolchevique. En 1917, Rusia se convirtió en uno de los primeros lugares del mundo que garantizaba el derecho a votar a la mujer y la animaba a unirse a la fuerza laboral, y el igualitarismo fue promovido como uno de los grandes ideales de la revolución.

Sin embargo, como muchos de esos ideales, se trataba más bien de una ilusión brillante. Se seguía esperando que la mujer realizase todas las tareas domésticas y relacionadas con los hijos, pero ahora tenía que asumir además la carga del trabajo fuera del hogar. Una carga abrumadora que se expresa mejor en el dicho ruso: "Yo soy el caballo y soy el toro, yo soy la mujer y también el hombre".

Esta rima transmite las quejas que mi madre y sus amigas solían lanzar, cansadas, al mundo: “Antes del feminismo, bastaba con que fueras una buena esposa y una buena madre. Ahora tienes que hacerlo todo tú.” El icono femenino soviético, a menudo retratado en panfletos nacionalistas con la hoz en una mano y una cuchara en la otra, era más minimalista y productivo que glamuroso.

Con la caída de la Unión Soviética, tal y como explica la psicóloga Yulia Burlakova, “las mujeres rusas retomaron con los brazos abiertos los roles de género tradicionales y desearon compensar con creces aquellos años de feminidad subyugada”.

Existen varios instrumentos con los que indagar a la hora de hacer una incursión en la historia. En primer lugar, antes de etiquetar un país como “atrasado” es importante visualizarlo en su propio contexto histórico para darse cuenta de que, lo que para una nación significa progresar, para otra es volver atrás.

En este caso, las feministas de Occidente han librado siempre una batalla cuyo objetivo es recibir un tratamiento de igualdad en lo que se refiere a derechos con los hombres; pero para las mujeres rusas postsoviéticas, se trata de recuperar un tratamiento 'propio de una mujer', dentro de una sociedad que tiene unos roles de género muy marcados.

En Occidente también puede ocurrir que la mujer acabe por adoptar las responsabilidades tanto masculinas como femeninas. Eso es lo que se me ocurre cuando veo a las familias típicas de comedias y series norteamericanas: en ellas, la mujer trabaja a tiempo completo, cuida de los niños, se encarga de las tareas del hogar y después trata de engatusar a su 'maridito', una suerte de niño enganchado a la televisión y al sofá, para que por lo menos lave los platos. ¿Es este el sueño que nuestros antepasados feministas tenían en mente? No lo creo.

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