Lo imposible es posible

La iniciativa rusa para abordar la cuestión del armamento químico de Siria ha superado la primera barrera: por primera vez desde que se inició el conflicto, el Consejo de seguridad de la ONU ha aprobado una resolución. Su texto constituye un modelo de labor diplomática, donde todos ceden sin dejar de defender sus posiciones.

 

Dibujado por Natalia Mijáilenko 

Moscú se ha comprometido a incluir en el documento una referencia al capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas (donde se describe el mecanismo de uso de la fuerza armada contra un país que no cumpla con las obligaciones), a lo que hasta ahora se había negado rotundamente. Rusia temía que el recordatorio de esta disposición en el texto permitiría alegar, si surgiera algún problema con su cumplimiento, que el derecho de ataque está registrado en el documento. 

Washington y sus aliados, a cambio, han admitido que de la resolución acordada no se extraen sanciones de manera automática, por lo que para la adopción de medidas de fuerza hará falta un nuevo documento. Además, todos han coincidido en que la cuestión sobre la responsabilidad de los ataques químicos perpetrados el 21 de agosto es irrelevante aquí. 

Este éxito todavía no garantiza nada; los escollos que asomaban en los albores de este plan de acción —cuyo campo de influjo se extiende desde el área de la ingeniería y la tecnología militar, hasta la geopolítica y la psicología— siguen presentes. Pero los principales actores han demostrado la capacidad de encontrar soluciones mutuamente beneficiosas, lo cual resulta alentador. 

Ante el dramatismo de lo que está ocurriendo en Siria, la importancia de la idea rusa va más allá de una trama concreta. La política internacional actual ha entrado en un callejón sin salida. Por extraño que parezca, a pesar de la interdependencia de todos los implicados, la agenda global se está desmoronando. 

Los estados, en su búsqueda de respuestas a los desafíos globales y en contraposición a sus propias declaraciones, cada vez se centran menos en encontrar un enfoque común y se dejan guiar más por lo que ellos creen que necesitan para preservar su propia estabilidad. Si coincide con los intereses de los demás, excelente; pero si no es así, todos barren para casa y consideran que su interpretación es la más adecuada. Las cuestiones que no se pueden resolver de manera inmediata o mediante combinaciones sencillas, aquellas que exigen un trabajo esmerado y plural, prácticamente no se han resuelto. 

El plan de acción ruso es importante no solo porque inste a la aplicación de una diplomacia plena y altamente profesional, sino también porque hace un llamamiento a rellenar una agenda que ahora está vacía. Sacar el tema de las armas químicas del contexto de la guerra civil de Siria resulta trágico; sin embargo, un episodio local como este permite sacar a colación uno de los problemas de mayor escala en el ámbito de la seguridad internacional: el destino del régimen de control sobre la proliferación de armas de destrucción masiva. Y las más importantes entre las armas de este tipo son las nucleares. 

La situación global de las armas nucleares 

El Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares, vigente desde 1968, está atravesando una crisis. Y el problema no reside en aquellos países que están tratando de adquirirlas, como Corea del Norte o Irán; ni siquiera en los que ya disponen de ellas a pesar del tratado (como Israel, India o Pakistán). La pregunta, más bien, sería la siguiente: ¿sobre qué fundamentos, se adjudican las cinco principales potencias del mundo el derecho a poseer arsenales nucleares mientras califican de ilegítimo el deseo análogo de otros países? 

Hace 45 años, las dos superpotencias podían imponer una decisión abiertamente discriminatoria y obligar a su cumplimiento. Pero hoy en día el mundo está experimentando un despertar político sin precedentes, y las exigencias de democratización del orden mundial, así como el rechazo al monopolio de las ‘élites’, es decir, de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, cada vez resuenan con más fuerza. No hay argumentos morales que justifiquen la insistencia en mantener un estado de las cosas desigual. Por otro lado, se están agotando las excusas que permiten garantizar el mantenimiento de esta situación mediante la adopción de medidas político-militares y de fuerza. En parte porque los países de quienes esto depende dejaron hace tiempo de tener un enfoque creativo acerca de los dilemas emergentes, sosteniéndose exclusivamente en su propia supremacía. 

Podemos intentar desenmarañar todos los nudos uno a uno —tal como se está haciendo ahora—, mediante un acercamiento independiente para cada país: el programa nuclear de Irán, el de Corea del Norte, antes el de Irak (que no se encontró) y el de Libia... Pero esto no ha dado aún resultados de los que se pueda alardear. Tan solo se logró detener a Trípoli, y el destino de Gaddafi ha servido más bien para convencernos de que no es posible renunciar a la contención nuclear, pues podría resultar peligroso para la vida. 

Hace falta una aproximación cualitativamente distinta a los mismos principios del Tratado Sobre la No Proliferación, que permita darle una nueva legitimidad; iniciar una revisión guiada y consistente. Solo Rusia y los Estados Unidos, que en base a la magnitud de sus arsenales continúan estando a la cabeza, pueden tomar la iniciativa. 

La igualdad, en principio, es de dos clases. O nadie puede (como ocurre, dicho sea de paso, con la Convención sobre las armas químicas); o todos pueden, pero bajo ciertas condiciones. 

La primera opción no se puede aplicar al armamento nuclear: la renuncia a este no es realista, y es poco probable que contribuya al fortalecimiento de la paz ante el desequilibrio gigantesco existente entre el equipamiento armamentístico convencional de los países más poderosos (o mejor dicho, entre el de Estados Unidos y el de todos los demás). Nos queda pues una opción. 

Ahora les toca pensar a diplomáticos, militares, científicos e ingenieros. El armamento químico de Siria ha obligado a Moscú y Washington a remangarse y ponerse manos a la obra, tarea que se pensaba imposible. Si todo sale bien, se sentará un precedente que impulse la resolución de otro imposible. 

Fiódor Lukiánov, director del periódico “Rusia en la política global”, presidente del Consejo  de Política Internacional y de Defensa de Rusia.  

Artículo publicado originalmente en ruso en Rossíyskaya Gazeta.

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