Aunque sólo sea por una vez, a los rusos no les ha gustado una decisión del presidente ruso, Vladímir Putin. Se trata de la destrucción masiva del queso, los tomates o la carne afectada por el embargo ruso a los alimentos occidentales.
Para sorpresa del Kremlin, popes ortodoxos y religiosos judíos, diputados de derecha e izquierda, empresarios y ecologistas se mostraron indignados con un decreto presidencial promulgado cuando los niveles de pobreza se han disparado debido a la recesión económica hasta el 16 % de la población, 16 millones de personas.
Cerca de 300.000 personas ya han firmado una petición en la plataforma Change.org en la que se dirigen a Putin para que retire de inmediato el decreto y, en vez de quemar esos alimentos, los distribuya entre los más necesitados.
"¿Por qué se está destruyendo esa comida cuando se podría dar a las personas con escasos recursos, a los pensionistas, a los veteranos o las víctimas de desastres naturales?", aseguró Olga Savelieva, autora de la petición popular.
En cambio, el Kremlin restó credibilidad a la petición, mientras el Gobierno insistió en que la medida será un buen aliciente para los agricultores rusos, a los que perjudica mucho el contrabando de alimentos occidentales.
El objetivo de la medida es desalentar el contrabando occidental a través de países como Bielorrusia, de donde llegan productos como ostras o mejillones, cuando esa antigua república soviética ni siquiera tiene mar.
A pesar de que el embargo, que fue recientemente prorrogado hasta agosto de 2016 por Putin, ha provocado un incremento de un 14,3 % del coste mínimo de la cesta de la compra en la primera mitad del año, son pocos los rusos que critican esa medida, pero muchos el irracional método utilizado para combatir el contrabando.
Los comunistas proponen enviar esos alimentos al este separatista prorruso de Ucrania como ayuda humanitaria para los refugiados de la guerra en el vecino país; mientras los socialdemócratas optan por repartirlos entre asilos y orfanatos.
Los veterinarios apuestan por convertir ese producción en pienso o harina para las cabezas de ganado, y los ecologistas creen viable convertir esos alimentos en estiércol para mejorar la calidad de las tierras de cultivo.
En el peor de los casos, aluden a la posibilidad de vender la producción a bajo coste a los sectores más desfavorecidos de la población, ya que la depreciación del rublo, que ha perdido el 50 por ciento de su valor desde 2014, ha reducido enormemente el poder adquisitivo de los rusos.
Según estadísticas oficiales, en 2014 llegaron el mercado ruso más de 2.700 toneladas de productos perecederos ilegales, aunque el embargo ruso sólo entró en vigor en agosto, por lo que su destrucción sería un derroche imperdonable, según los detractores de la iniciativa de Putin.
Hasta ahora, las aduanas rusas optaban por una medida "más humana" como es la devolución de la producción confiscada a sus países de origen.
Por si fuera poco, el único suministrador de incineradoras para puntos fronterizos, Turmalin, advirtió de que únicamente una veintena de puestos aduaneros disponen de esos equipos, lo que consideró del todo insuficiente para destruir los alimentos de contrabando.
No obstante, el ministro de Agricultura, Alexandr Tkachov, se mantuvo hoy en sus trece, recordó que la destrucción de la producción de contrabando es una "practica universal" y destacó que desde la emisión del decreto el tránsito de mercancías ilegales se redujo en diez veces.
De hecho, según los servicios de aduanas, de los 70-80 camiones con contrabando que cruzaban diariamente la frontera ruso-bielorrusa se ha pasado a entre 8 y 10 en la última semana.
El ministro también recordó que, gracias al embargo introducido hace un año, la importación de alimentos se reducirá a la mitad en 2015, según los expertos, el objetivo proteccionista que esgrimía Putin cuando introdujo el embargo hace un año.
Además, las autoridades argumentan que distribuir esos alimentos entre la población es peligroso, ya que al no contar con certificados fitosanitarios en regla podrían ser perniciosos para la salud de sus consumidores.
En la misma línea, la Asociación Nacional de Carne alerta que el reparto arbitrario de la producción requisada podría provocar brotes epidémicos de enfermedades como peste porcina, lo que sería fatal para la ganadería rusa.
Como el Gobierno no ha precisado el método de destrucción y ha dado carta blanca a los órganos locales encargados, las autoridades han recurrido a métodos tan expeditivos como tractores o excavadoras, dependiendo de las posibilidades de cada región.
En las regiones de Bélgorod y Orenburgo las apisonadoras destruyeron hoy varias decenas de toneladas de queso báltico; en Samara una partida de carne de cerdo fue directamente quemada, mientras en Smolensk optaron por prensar varias toneladas de melocotones, nectarinas y tomates con la ayuda de excavadoras.
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