Quema el color en los cuadros de Vasili Kandinsky. Arden las rectas, abrasan los círculos. A veces es mejor cerrar los ojos ante la luz que emiten las obras del precursor del arte abstracto.
Las salas del CentroCentro Cibeles de Madrid guardan estos días el tesoro de una vida dedicada a borrar los límites entre el lenguaje pictórico abstracto y el figurativo. Un empeño colosal que atraviesa las dos grandes guerras mundiales del siglo pasado, la barbarie nazi y las esperanzas fallidas que trajo la Revolución de Octubre en Rusia. Y, de fondo, un reproche: Kandinsky no se involucra (como sí harán Picasso o Miró) en los horrores de su tiempo.
Sus telas, y él, miran hacia otra parte: “La posición del artista ante los complejos problemas políticos, sociales o moral-económicos es estar por encima de esos problemas”, confesaba en 1936, el año en el que revienta la Guerra Civil en España.
1866 (Rusia) - 1944 (Francia) |
Vasili Kandinsky fue uno de los fundadores del arte abstracto. Empezó su carrera como pintor a los 30 años. En 1896 llegó a Alemania y entró en la Academia de Bellas Artes de Múnich, donde empezó a experimentar con el fovismo y postimpresionismo. Entre 1910 y 1911 creó sus primeras obras y escribió el libro De lo espiritual en el arte, una teoría sobre el abstraccionismo. En 1911, junto con los expresionistas alemanes, fundó la unión El Jinete Azul. Ese mismo año celebró su primera exposición. Dedicó los últimos años de su vida a obras realistas y semiabstractas. |
Una torre de marfil en alguien que huye, espantado, de Alemania en 1933 tras el ascenso de Hitler y el desmantelamiento de la Bauhaus en Weimar y Dessau. Quizá la respuesta a este desapego es que todos somos fruto de nuestras propias contradicciones.
En Madrid, un centenar de obras (grabados, papeles, lienzos, tintas) llegadas del Fondo Kandinsky del Museo Nacional de Arte Moderno-Centro Pompidou de París buscan su acomodo a través de cinco salas. Una ocasión que surge única. La última vez que se vio en España el trabajo del maestro fue en 1978, en la Fundación Juan March (Madrid), tres años después de la muerte del dictador Francisco Franco, y gracias al empeño generoso de Nina Kandinsky, la mujer del artista.
En estos días nublados en el mundo y su política, conviene regresar a las luminosas salas y viajar por Kandinsky. Una retrospectiva. Detenerse, tal vez, en la tela Gelb-Rot-Blau (Amarillo-rojo-azul) y entender la razón de los colores. Un análisis teórico del artista demostró que el círculo se debía asignar a los colores azules, el triángulo a los amarillos y el cuadrado a los rojos. Esto sucede en 1925. En ese tiempo, ya es un pintor valorado. Sin embargo no siempre fue así.
El padre del grupo El Jinete Azul (Paul Klee, Franz Marc, August Macke…) acertó y erró en su búsqueda de un lenguaje pictórico universal. La gran coleccionista americana Gertrude Stein visitó en 1906 el estudio de Kandinsky en París. No dice nada. Solo ríe frente a las obras. Sus pinturas al temple sobre fondo negro y motivos folclóricos se ajustan, sin más, a la moda posimpresionista de la época.
Al igual que a otro genio, Goya, le cuesta décadas crear su universo íntimo: un espacio de geometrías frías y figuras zoomórficas. Un camino que conduce a los mitos folclóricos y chamánicos. Ideas que imprime en un texto básico: De lo espiritual en el arte (1912). Es la muerte del realismo. Nada importan las formas o los colores, sostiene, lo trascendente es el efecto psicológico que producen en quien mira.
En ese tránsito pictórico vive en Rusia y Alemania, y muere en Francia un año antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. En su bolsillo, a lo largo de la vida, tres pasaportes. Algo que define su existencia. Nace en Rusia y se traslada a Alemania. Allí le encuentra el estallido de la Gran Guerra y debe volver a su país natal. Por desgracia, el anhelo de la llegada de una “era de lo espiritual” debe esperar. En la tierra de sus ancestros, el fervor revolucionario de 1917 —donde se involucra en la tarea de crear nuevas colecciones de arte— le dura poco. Aun así, el país forma parte de su biografía.
Una visitante junto a un cuadro de Kandinsky en la exposición de Madrid. Foto: AFP/EastNews |
Kandinsky trabaja al lado de Rodchenko o Tatlin, y su obra se vuelve más geométrica, más fría y con un predominio de los colores primarios como el negro o el blanco. Bastante próximo al suprematismo de Malévich”, observa Angela Lampe, responsable de las colecciones modernas del Centro Pompidou. Cansado de las zancadillas que le ponen los constructivistas (lo consideran un expresionista anticuado), en 1921 acepta la invitación de Walter Gropius para enseñar en la Bauhaus. Llegan sus años más rotundos.
Tanto es así, que en la muestra, frente a piezas mil veces reproducidas, habita una, Frágil, pequeña (36 x 48 cm), fechada en 1931, que revela el genio de quien persigue unificar las artes. En ella habitan el impresionismo casi abstracto del último Monet, la ópera Lohengrin de Richard Wagner y las propuestas decorativas de las casas campesinas rusas. Fíjense: es una témpera sobre cartón. En ella hay Mondrian, Miró, Klee y, al fondo, un azul que suena como un aria. Un universo que se fractura con la llegada del nazismo y el cierre de la Bauhaus. Es 1933.
Otra vez el exilio, pero esta vez París. La última morada. El pintor vive la insensatez de la Guerra Mundial, un periodo en el cual, paradójicamente, reconoce ser feliz. Quizá olvida, o se obliga a olvidar, que su gran amigo Franz Marc había muerto en las trincheras en 1916. “Estaba contento porque podía trabajar sin ser molestado en su apartamento de Neuilly-sur-Sein, con vistas al Sena. Su obra es sorprendentemente optimista en esos años oscuros, colores brillantes, pequeñas criaturas fantásticas flotando sobre una superficie infinita”, describe Angela Lampe.
Sin embargo, frente al color, la oscuridad. Ordenada de forma cronológica — Múnich (1896-1914), Moscú (1914- 1921), los años de la Bauhaus (1921- 1923) y París (1933-1944)—, la exposición de Madrid está dibujada como un blockbuster, un todo Kandinsky, y ese discurso lineal resta peso a la narración. Alguien debería recordar que una exposición es un conjunto de relatos; en esta falta contexto y ciertas obras suman poco al testimonio de una de las historias más fascinantes del arte. Da igual: arde Kandinsky.
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