Cómo se asentaron los cosacos en la tierra de los incas. Fuente: wikipedia.org
En 1928 la Unión de Cosacos trató de organizar una emigración masiva de cosacos a Australia, por cuenta del gobierno de ese país, pero la oposición de Londres impidió llevar a cabo el proyecto. Entonces decidieron buscar un país apropiado para crear una colonia agrícola cosaca en América del Sur. Vasili Korolévich, un empresario de origen ruso, sostuvo negociaciones con el gobierno del Perú y éste permitió el ingreso gradual de 2.000 cosacos, a lo largo de varios años. Luego esa cantidad podía aumentar. Se entregaban tierras en zonas andinas de difícil acceso, a orillas del río Apurimac. Un primer grupo formado por 80 cosacos y 16 mujeres y niños, que inicialmene se habían instalado en el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, a la cabeza con el general Iván Pavlichenko, partió en viaje de exploración al lejano y desconocido Perú. En los Balcanes Pavlichenko, héroe de la I Guerra Mundial y arriesgado comandante de la División Blanca durante la Guerra Civil en Rusia, se ganaba la vida de una manera peculiar. Entre sus ex subordinados seleccionó un pequeño grupo de excelentes dzhiguit (diestro jinete del Cáucaso) y con ellos viajaba por las ciudades mostrando su arte ecuestre: la dzhiguitovka (ejercicios de los dzhiguit con caballos). Durante estas actuaciones los cosacos se granjearon la fama de insuperables jinetes. Sobre el caballo galopando hacían complicados ejercicios gimnásticos y vertigiosos trucos acrobáticos, que dejaban atónitos a los espectadores. El general se llevó consigo al Perú el equipo de dzhiguit junto con un grupo de emigrantes. Quería que en el lejano país suramericano vieran de lo que son capaces loa cosacos. Además, esto les daba la posibilidad de ganar dinero para las necesidades generales.
A finales de junio de 1929 los emigrantes rusos arribaron en barco al puerto del Callao y de allí fueron trasladados en tren a Lima, donde les esperaba el presidente de la república Augusto Bernardino Leguía Salcedo. Desde la terminal ferroviaria los cosacos desfilaron por las calles de la capital peruana encabezados por los trompetistas. En nombre de los cosacos del Kubán se obsequió al jefe de Estado un sable, un puñal, una cherkeska (especie de caftán largo y estrecho de los caucasianos y cosacos), un gorro y un cinturón. Augusto Bernardino Leguía Salcedo saludo cálidamente a los huéspedes y les deseó éxitos en la realización del plan de crear un pueblo cosaco en el Perú. El ministro de Agricultura solicitó ser inscripto con su familia como cosacos del futuro pueblo.
En Perú Pavlichenko se hizo con buenos caballos y empezó a preparar a su equipo de dzhiguit para una gira por el país. Poco después ya podían exhibir su arte. A fines de 1929, invitados por el Ministerio de Defensa, los cosacos mostraron la dzhiguitovka en el hipódromo de Lima, en honor de una fiesta militar. A los festejos asistió el presidente. Durante la dzhiguitovka el cosaco Sinchenko se cayó de cabeza arrastrando en la caída a su caballo. El público quedó paralizado a la espera del desenlace. Pero el caballo se levantó y Sinchenko de un salto montó en él sin dificultad, como si nada hubiese ocurrido, y prosiguió su virtuosa actuación. El jefe de Estado se fotografió con los cosacos y a Sinchenko le entregó una copa de plata como al mejor jinete.
Entretanto, 70 personas del grupo de Pavlichenko, en el que había mujeres y niños, después de recorrer un dificultoso camino en medio de la naturaleza salvaje, llegaron hasta el lugar de su futuro asentamiento a orillas del Apurimac. Sus pocos trastos eran llevados por mulas. Empezaba la temporada de lluvias. Todo alrededor estaba inundado. No había donde vivir. Los cosacos fueron acogidos por monjes franciscanos que habitaban en esos lugares. Sus fuerzas para levantar las casas eran insuficientes.Todos los inmigrantes rusos enfermaron de malaria.
No había medicamentos, los alimentos escaseaban. A los que estaban en condiciones de trabajar les pagaban la mitad de lo prometido. A principios de enero de 1930 los cosacos rompieron el contrato con Vasili Korolévich, quien hacía de empleador y mediador con el gobierno. Tal como se supo, lo que más le interesaba era la parte comercial y no humanitaria del proyecto. Al enterarse de la difícil situación en que se vieron los cosacos en ese lugar, Iván Pavlichenko interrumpió la gira por Perú con sus dzhiguit. En Lima, él mismo recibió dinero del gobierno para la colonia cosaca y sin pérdida de tiempo se dirigíó al lugar donde se encontraban sus compatriotas en desgracia. Estos fueron trasladados con urgencia a la ciudad de Tambo para recuperar la salud. Se propuso a los damnificados reinstalarse en la región de la colonia internacional, donde las condiciones eran mejores. Pavlichenko se negó ya que temía que así la comuna podría desaparecer con el tiempo. De común acuerdo con el gobierno, el general encontró un lugar nuevo más confortable para el asentamiento, en tierras vírgenes, en la cuenca del Apurimac, “a dos días a caballo de la carretera”. Las autoridades transfirieron a los colonos dinero con dos meses de adelanto para que pudieran organizar su vida y para los alimentos y les proveyó de todos los instrumentos necesarios para el trabajo.
Pero más adelante se produjo algo inesperado. Vasili Korolévich, tras su conflicto financiero con los cosacos, adujo que éstos tramaban una conspiración contra él y su hermano y pidió que fuesen desarmados. Por una orden policial las armas fueron entregadas sin que se produjera incidente alguno. Pero los hermanos convencieron a las autoridades de que Pavlichenko no había entregado todas las armas. Los gendarmes decidieron detener al general, quien exigió poner fin a los escándalos en torno de la colonización. Cuando intentaron apresarlo, los inmigrantes rusos, incluidos mujeres y niños, formaron un anillo humano de defensa alrededor de Pavlichenko. Con los fusiles en mano, el mayor Carlin ordenó a todos tenderse sobre la tierra, largo tiempos los mantuvo en tal posición y después los detuvo.En el cuartel de la gendarmería en Ayacucho los cosacos pasaron seis días sobre un piso de piedra.
Al fin a al cabo se produjo un escándalo. Diputados y senadores presentaron interpelaciones al Gobierno. Las autoridades empezaron a buscar nuevas variantes para alojar a los cosacos más cerca de Lima y del ferrocarril y aseguraron que el duro mayor sería destituido y castigado.
Pero todo resultó de otra manera. En Perú se produjo un golpe de Estado. A fines de agosto de 1930 el coronel Luis Sánchez Cerro se apoderó del poder. El funcionario del anterior gobierno que había sido enviado a Ayacucho para aclarar las circunstancias del incidente con los colonos rusos, estaba desorientado. Sin saber qué hacer, junto con el mayor Carlín anunció la anulación de todos los contratos con los cosacos. Dos semanas después del golpe, Pavlichenko logró ser recibido por el nuevo jefe de Estado. El coronel Luis Sánchez Cerro le manifestó al general su deseo de ayudarle y propuso entregarles a los cosacos tierras de los miembros del derrocado gobierno, no lejos de Lima. Iván Pavlichenko no podía dar un paso jurídico tan arriesgado. Poco después se hizo definitivamente evidente que, por las conmociones políticas que estremecían al país y por la grave situación económica, las nuevas autoridades ya no podían ocuparse de los cosacos. En general, la tentativa del grupo de Pavlichenko de explorar Perú y crear en ese país un pueblo cosaco resultó un fracaso. Por todo esto, la emigración masiva a Perú de los cosacos que después de la Guerra Civil en Rusia se refugiaron en distintos países europeos, no se hizo efectiva. La abrumadora mayoría de los primeros colonos rusos se vió obligada a despedirse de la tierra de los antiguos incas. Unos regresaron a Europa, mientras que otros se trasladaron a los países vecinos de América del Sur. Sólo unos pocos, de nuevo decidieron probar suerte, y se quedaron en Perú. Y en el folclore cosaco quedó una canción con estas amargas palabras: “Allí, en Perú, en los bosques tropicales, expiraba el espiritu cosaco”.
El propio general Pavlichenko con una decena de cosacos que participaban en los espectáculos de la dzhiguitovka, partió rumbo a Chile. En ese país fueron recibidos con cordialidad. El presidente chileno, Carlos Ibañéz del Campo, ofreció una recepción en honor de los huéspedes y manifestó su deseo de entregarles tierras en caso de que decidieran quedarse en Chile. Para familiarizarse con las condiciones locales el general decidió recorrer el país. Gracias a la asistencia financiera del ministro Defensa, Pavlichenko con ese dinero compró caballos y con su comitiva partieron en orden de marcha hacia el sur de Chile. Se detenían en las ciudades y exhibían su dzhiguitovka, ganándose de esa manera medios para los existencia. Igual que antes, su arte ecuestre y los tradicionales atavíos – cherkeska (especie de caftán largo y estrecho de los caucasianos y cosacos), papaja (gorro alto caucasiano de piel), con hombreras y armas, causaban gran impresión. Durante una de las dzhiguitovkas el intrépido cosaco Bulgákov sufrió un accidente mortal. Muchos chilenos asistieron a los funerales. No se sabe por qué razón los cosacos no se quedaron en Chile.
Le tocaba el turno a la Argentina. En la terminal ferroviaria de Mendoza los cosacos fueron recibidos por el comandante de la guarnición local. A la primera dzhiguitovka ofrecida en Buenos Aires asistieron altos cargos del ejército y diplomáticos. El ministro de Defensa sostuvo un encuentro con los cosacos y habló largo tiempo con Pavlichenko. Las dzhiguitovkas de los cosacos tenían gran éxito. Ellos las presentaron en San Juan, Córdoba, Santa Fe y Paraná. Más adelante siguieron camino hacia Uruguay y, por fin, en 1933, Pavlichenko y sus dzhiguit llegaron a Brasil. Durante el encuentro fueron saludados por el ministro de Defensa. Posteriormene los cosacos de Pavlichenko decidieron quedarse en Brasil. Las autoridades y la población se mostraban muy complacientes con ellos. Los cosacos se intalaron cerca de San Pablo. El general organizó su propio negocio: se ocupaba del transporte de cargas y de suministros de materiales de contrucción. Pero con sus osados jinetes encontraba tiempo para mostrar a los brasileños la dzhiguitovka cosaca. El general se casó con una brasileña, tuvieron un hijo al que le dieron el nombre ruso de Iván. Este Siguió los pasos de su padre y estudió en el Cuerpo de Cadetes de la Academia Militar Agujas Negras del Brasil. La numerosa colonia rusa en ese país consideraba al general como su protector y intercesor ante las autoridades brasileñas en todas las cuestiones. Pavlichenko falleció en 1961 en Brasil y allí mismo fue enterrado. Dos años antes de su muerte escribió: “Acabo de cumplir tan solo 68 años y las viejas heridas se hacen sentir. Ya no puedo actuar en la dzhiguitovka e incluso difícilmente pueda permenecer sentado sobre el caballo... Pero de todos modos ayudo a muchos. Encuentro trabajo para nuestros compatriotas, para los “viejos” y los “nuevos”, hagos gestiones por ellos, si alguno de los nuestros por alguna tontería cae en una situación desagradable, lo saco de apuros. Unos 800 cosacos en Brasil, de las más diversas convicciones, siempre se dirigen a mi por una u otra cosa...”.
No sólo en Brasil, sino tambien en Argentina y Paraguay se establacieron muchos cosacos, que llegaron de países europeos a los que habían emigrado. ¿Qué pasó con aquellos pocos que se quedaron en Perú? Uno de ellos, Nikolái Gutsalenko, después de muchos años de trabajo tenaz, acumuló un pequeño capital, organizó su propia granja y se convirtió en un granjero acaudalado. Se casó con una peruana. Si bien su vida en Perú, por fin, resultó feliz, siempre extrañaba a Rusia. Poco antes de su muerte, Nikolái Gutsalenko, escribió sus recuerdos: “En el recibidor de mi casa hay cuadros rusos y en la estantería hay discos con música rusa. Cuando la tristeza se apodera de mi alma pongo un disco tras otro y recuerdo el pasado. A mi muerte, dispuse que mis hijos pongan mis hombreras de cosaco del Don sobre mi corazón. Viví en Perú 55 años, orienté a todos mis hijos por el buen camino y les dí nombres rusos: Tatiana, Marusia, Andriusha, Lénochka, Davidka. Pero de alma son peruanos católicos. Yo mismo, si bien me naturalicé peruano, igualmente no me hice peruano. Quisiera morir en Chile. Allí hay un cementerio ruso. Pero independientemente del lugar en que me entierren, mi alma, antes de presentarme ante el juicio de Dios, volará por el cielo ruso de un extremo a otro, de Irkutsk, donde nací, hasta Novorossíisk, desde donde para siempre abandoné mi Patria... en 1920”.
Tras la desintegración de la Unión Soviética, la comunidad cosaca renació con todas sus tradiciones y modo de vida. Los etnógrafos territoriales del Kubán y de las riberas del Don, principales lugares de residencia compacta de cosacos, restablecieron la historia de sus paisanos en el extranjero, poco conocida en los tiempos soviéticos. Se reunieron muchos materiales sobre la estadía del general Pavlichenko en América del Sur, especialmente en Perú y Brasil. El hijo de Pavlichenko, que desde Brasil envió fotografías de su padre y páginas de sus propios recuerdos, prestó una gran ayuda a los trabajadores museísticos del Kubán. En los tiempos de la revolución el destino arrancó al general de su tierra natal, pero ahora el recuerdo de Pavlichenko volvió a su terruño.
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