Cómo viven los refugiados ucranianos en Rusia

La guerra en el sudeste ucraniano está obligando a residentes no involucrados en el conflicto a huir en masa de sus hogares. Miles de ucranianos cruzan cada mes la frontera con Rusia buscando la paz. RBTH ha enviado a varios periodistas a visitar campos de refugiados cerca de Simferopol: esta es su historia.

  

Fuente: Mijaíl Mordásov

Simferópol es la capital de Crimea. Desde que la península se convirtió en territorio ruso, en marzo de este año, la vida de sus habitantes ha cambiado. Solo una cosa no lo ha hecho: aún no pueden vivir en paz.

A tan solo 10 kms de la ciudad, en un pueblo llamado Mazanka, hay gente que ha aprendido el significado de la palabra “guerra”. Aquí se extiende una ciudad de tiendas de campaña, en territorios del Ministerio de Situaciones de Emergencia. Sirve como refugio temporal a personas de las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk, donde las fuerzas gubernamentales han pasado los últimos meses luchando contra las milicias.

Según la ONU, unas 730.000 personas han abandonado Ucrania este año para trasladarse a Rusia, debido a la guerra en el este del país. Un 87 % de estos emigrantes forzosos procede de las regiones de Lugansk y Donetsk. A principios de junio, el número de refugiados que llegaba de Ucrania oriental era de 2.600. El 1 de agosto ascendía a 102.600 personas.

El Servicio Federal de Inmigración ruso informa de que actualmente hay unos dos millones de ucranianos en Rusia, de los que 600.000 son del sureste del país. 36.000 de ellos viven en centros de acogida temporal.

En Rusia hay centros de acogida temporal para refugiados ucranianos en los siguientes lugares: Simferópol, Sebastopol, las regiones de Bélgorod, Briansk, Vorónezh, Kursk, Leningrado, Moscú y Rostov, además de en las ciudades de Moscú y San Petersburgo.

Siempre teníamos miedo”

Ahora mismo hay más de 800 personas viviendo en Mazanka. Este número es solo un 50 % de la capacidad del campamento, pero la marea de refugiados crece cada día. Hay autobuses que los transportan en grupos organizados desde el campo base en Simferópol. Son familias enteras de inmigrantes forzosos. Muchos de ellos tienen niños de un año o menos. Asustados y confundidos, los pequeños se abrazan a sus madres, que tratan de entender la situación.

“Nuestra casa está cerca de la ciudad de Teplogorsk. Sufrió intensos bombardeos y siempre teníamos miedo”, dice una de las refugiadas, Elmira Maltseva, de la ciudad de Stajanov, en la región de Lugansk. El territorio del que huyó es llamado “triángulo de las Bermudas”; consta de las ciudades de Stajanov, Brianka y Alchevsk, donde se sitúan las fábricas pertenecientes a Ígor Kolomoiski, empresario ucraniano y gobernador de Dnepropetrovsk.

“Esta es la razón por la que la Guardia Nacional ucraniana está concentrándose en esta zona”, opina Elmira. “Pero las ciudades ya están vacías. Decidí marcharme con mi marido y dos de mis hijos. Cruzamos la frontera en Izvarino, hacia la región de Rostov, y desde allí tomamos un bus a Crimea”. No cree que pueda volver pronto a casa, pero espera poder hacerlo algún día. “Al irme, cubrí las ventanas con cinta adhesiva blanca. Solían hacerlo en la Segunda Guerra Mundial, para que no se rompiesen por la onda expansiva de las explosiones”.

Allí ya no queda gente”

El campo de refugiados en Mazanka está formado por una gran cantidad de pequeñas tiendas de campaña y un edificio que funciona como residencia. Además de habitaciones, en el edificio hay baños, duchas y cocinas. Debido al elevado número de refugiados, siempre se forman colas en los lugares de uso común.

Aunque muchos hogares han sido destruidos y muchas personas han perdido a sus amigos y familiares en la guerra, los residentes del campo aún son optimistas. Es difícil encontrar gente que no crea que, tarde o temprano, todo volverá a la normalidad.

“Aquí nos proporcionan comida para bebés, pañales, pasta de dientes, cepillos”, dice Ekaterina Gorelkina, de Lisichansk, en la región de Lugansk. “Por supuesto, todos queremos volver a casa, pero ahora es imposible. Allí ya no queda nadie, solo bombardeos. La comida que aún se puede encontrar es demasiado cara. Aquí las condiciones son mejores que en nuestra tierra”.

¿Cómo están los que siguen en casa?”

Mujeres y hombres viven separados en el campo de Mazanka: las mujeres se quedan en la residencia del Ministerio de Situaciones de Emergencia, los hombres en las tiendas del exterior. En el edificio hay grandes dormitorios que albergan entre 10 y 20 personas. Fuera, hay un pequeño parque para que jueguen los niños. Los refugiados limpian y acondicionan el lugar ellos mismos. Los recién llegados tardan en adaptarse; se sienten extraños. Pero los que sí se adaptan, se sumergen en la rutina cotidiana con los otros: hay que preparar la comida, lavar la ropa, sacar la basura y ayudar a los que acaban de llegar.

Artem Mamikin es de Teplogorsk, como Elmira Maltseva, pero le costó menos tiempo que a ella acostumbrarse a la nueva realidad. “Ya hemos hecho amigos”, dice Artem. “Hablamos con nuestros vecinos y nos ayudan. Mi mujer estaba en el hospital con nuestro hijo y cuando la gente se enteró de que éramos refugiados nos trajeron dinero y comida”.

A menudo, se oye por el campo “¿Cómo siguen los de allí?”. Hace varios días que se perdió el contacto con las áreas del conflicto militar. Los refugiados reúnen, fragmento a fragmento, información sobre la situación en sus lugares de origen. La fuente de información más fiable son los que llegan al campo cada mañana. La gente les pregunta si sus amigos aún viven, si sus casas todavía están en pie, si continúan los bombardeos.

En el corazón de la batalla entre los separatistas prorrusos y las fuerzas leales a Kiev, Donetsk ha vivido al ritmo de las explosiones durante las últimas semanas. Los habitantes de la ciudad nos cuentan cómo el miedo se ha convertido, poco a poco, en parte de sus vidas. Lea más aquí>>>

En nuestra tierra ya no hay trabajo”

Los refugiados que llegan a Crimea cruzan la frontera entre Ucrania y la región de Rostov. Otras rutas son más peligrosas. Los que se arriesgaron a pasar por los controles de carretera ucranianos se quejan de los sobornos que exigen los 'silovniks' (funcionarios).

“Varias veces intentaron sacarnos del autobús porque teníamos un permiso de salida ruso”, confirma Ekaterina, de Lisichanks. Pero tuvo suerte: los soldados la dejaron pasar, a cambio de 200 grivnas (15 dólares).

Ekaterina se quedará una semana en el campo de Mazanka. Este es el periodo que pasan aquí la mayor parte de los refugiados. Después, un avión del ministerio los lleva al interior de Rusia. La familia Maltseva, por ejemplo, será enviada a Kémerovo, una ciudad en la Siberia occidental, a unos 3.500 kms de Moscú. A su marido le han ofrecido trabajo allí como minero.

“En nuestra tierra ya no hay trabajo”, relata Elmira Maltseva. “Mi hermana tuvo que cerrar su farmacia, ya que habían dejado de llegar los suministros. Ya había vendido todo lo que tenía en el almacén y solo quedaban las medicinas más caras”. Este no es un caso aislado. Desde el comienzo de la guerra en el sudeste de Ucrania, la producción de sectores enteros se ha detenido y cientos de negocios han cerrado. “Nuestra región estaba estrechamente conectada con Rusia. Todas las fábricas funcionaban gracias a los pedidos desde Rusia. Considerando las relaciones actuales entre los dos países, nadie sabe cómo funcionará nuestra economía regional”, concluye.

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