Fuente: Ullstein / vostock-photo
Más de un millón de rusos pasó por España en 2012, la mayoría turistas de sol y playa, pero hasta el siglo XX los rusos que visitaban España eran contados y lo hacían en acto de servicio o como viaje existencial.
“Ya en la primera ciudad española según cruzas la frontera, Irún, no verás nada parecido, ya no a Francia, sino al resto de Europa”, narra el periodista polaco naturalizado ruso, Faddei Bulgarin, sobre su viaje a comienzos del siglo XIX. El primer libro de la colección Rusos en España que publica la Biblioteca Nacional de Literatura Extranjera con el apoyo del Instituto Cervantes de Moscú es un compendio de testimonios de rusos que visitaron España entre los siglos XVII y XIX.
A través de sus cartas, diarios o incluso
poemas se dibuja un boceto de la España de la época vista desde los ojos de sus
invitados rusos. Por el momento el libro, de más de 700 páginas y con textos e
ilustraciones de 37 autores diferentes, está únicamente disponible en ruso. A
finales de 2014 se publicará un segundo número, con la historia de los rusos en
España en el siglo XX. La veterana hispanista Valentina Guinkó, colaboradora de
la Biblioteca Nacional de Literatura Extranjera, es la autora del prefacio y de
la selección de textos, un vasto trabajo bibliográfico.
¿Qué impresión causaba España a los
rusos entre los siglos XVII y XIX?
Los viajeros rusos del siglo XIX a menudo se quejaban de los
inconvenientes, como la falta de comodidad de los hoteles españoles en
comparación con otros países europeos, las malas carreteras, lo desfasado de
los vehículos a motor o la escasa puntualidad de los trenes. También les
llamaba la atención el gran número de mendigos por las
calles, lo mucho que fuman los españoles o la poca cantidad de borrachos.
Alguno asistió con indignación a una corrida
de toros, que calificó como “espectáculo sangriento”. Pero los rusos también
veían muchos aspectos positivos, destacaban de España el clima, la fruta, los
patios de colores, las catedrales católicas y la arquitectura árabe.
¿Y qué impresión causaban los ciudadanos
españoles y su carácter?
En los textos del libro hay muchas palabras amables para los españoles, los
rusos destacaban su cortesía, su benevolencia y su corazón sencillo.
También la igualdad de las relaciones entre
personas de diferentes clases sociales, la autoestima inherente a todos los
españoles, cualquiera que sea la posición que ocupe. Conviene recordar que la
servidumbre en Rusia no se abolió hasta 1861.
¿Cómo surge la idea del libro?
Detecté interés en el tema a través de artículos en revistas literarias, sobre libros de extranjeros que visitaron España, pero no encontré nada sobre rusos, no al menos de forma ordenada y comprensible. La idea era crear una recopilación de artículos, cartas, diarios, etc.
La documentación del libro supuso mucho tiempo, pero el proceso fue apasionante. Resulta una referencia interesante conocer cómo nos perciben ojos diferentes, una mirada a nosotros mismos desde otra perspectiva.
¿Qué tipo de textos se pueden encontrar en el libro?
Los de los siglos XVII -XVIII son más informativos que literarios, tratan de negocios y diplomacia. Por ejemplo las cartas de Piotr Potemkin, Semión Rumyantsev y Alexander Vorontsov son básicamente informes, con un propósito eminentemente práctico.
En el siglo XIX llegarán a España viajeros más
variopintos y encontramos todo tipo de manuscritos: cartas literarias
destinadas a un público general, mensajes privados, textos de carácter general
sobre España (clima, carácter de la gente) y otros más específicos, sobre arte
o política.
¿Cuál es su carta o pasaje preferido del
libro?
Los textos del libro son heterogéneos y todos
tienen su interés en algún sentido. Como lector me interesan Glinka, Saltykov ,
Kachenovski... Tal vez porque en sus cartas hay más descripción y menos
literatura. Algunos textos de la época mezclaban realidad con pasajes de
ficción algo tediosos. Puestos a elegir, mis textos preferidos del libro serían
las notas de Vladímir Romanov cuando se alojó en Cádiz durante 1818 y las
cartas del joven diplomático Dmitri Dolgorukov a su hermano desde Madrid
en 1826.
¿Qué era lo que atraía a los rusos de España por entonces?
En la primera mitad de siglo XIX España era para un ruso un país lejano,
exótico, lleno de leyendas. Un mito al que contribuyó la literatura romántica
francesa e inglesa, autores como Washington Irving. Por poner un ejemplo,
durante su viaje por mar en 1858, Dmitri Grigorovich escribió: "Estoy en
la ciudad de Cádiz, de la que tantas maravillas hemos oído y leído... " .
Para algunos de los viajeros cuyos textos recoge el libro España era el sueño de su infancia. Por otra parte, el enemigo común, Napoleón, contribuyó a en cierto modo hermanar a ambos países. A partir de 1812 en la prensa rusa comenzaron a leerse historias sobre la heroica resistencia española.
Aventuras y desventuras de los primeros españoles en San Petersburgo
Una de las primeras y más interesantes cartas del libro es la
de Piotr Potemkin, cuéntenos un poco más sobre su historia.
En mayo de 1667 el zar Alexéi Mijáilovich envió a
España y Francia una misión diplomática dirigida por Potemkin. Llevaba consigo
unas cartas del Zar para el monarca español que contenían una propuesta de
relaciones comerciales y la invitación a Moscú para una delegación diplomática
española.
Por entonces España no tenía mayores disputas
con sus vecinos, Portugal y Francia, y Rusia quedaba demasiado lejos de sus
intereses y preocupaciones. La reina Mariana de Austria, regente de Carlos II,
agradeció formalmente la propuesta del Zar pero no expresó interés en
establecer una colaboración regular. En el verano de 1681 el Zar volvió a
enviar a Piotr Potemkin a España con una propuesta similar que tuvo la misma
acogida que la primera.
¿Cuándo se normalizaron finalmente las
relaciones diplomáticas entre España y Rusia?
En 1722, bajo el reinado del zar Pedro I, el príncipe Serguéi Golitsin se
convirtió en el primer representante diplomático oficial de Rusia en España. El
primer embajador plenipotenciario de España en Rusia fue nombrado por el Duque
de Liria cinco años después, en 1727.
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