Rusia y Azerbaiyán apuestan por el pragmatismo en la relaciones bilaterales

Dibujado por Niyaz Karim

Dibujado por Niyaz Karim

La reunión que mantuvieron los presidentes de ambos países ha dado resultados positivos, aunque para no caer en el triunfalismo conviene considerar este encuentro en un contexto más amplio, marcado, entre otros, por el distanciamiento previo.

El pasado 13 de agosto, el presidente ruso Vladímir Putin realizó una visita de trabajo a Bakú. En las conversaciones que mantuvo en la capital de Azerbaiyán con su homólogo azerí, Ilham Alíyev, trataron varios temas: las posibles soluciones para el conflicto de Nagorno-Karabaj, los asuntos del régimen jurídico en el mar Caspio, así como la cuestión de la cooperación energética.

En presencia de los presidentes de ambos países, la Compañía Estatal de Petróleo de Azerbaiyán (SOCAR) y la petrolera rusa Rosneft firmaron un acuerdo de cooperación y de condiciones del suministro de petróleo. Asimismo, las partes acordaron la construcción de un nuevo puente-carretera sobre el río Samur, en la frontera entre Rusia y Azerbaiyán.

Tras la visita, en muchos informativos y medios de comunicación aparecieron numerosos comunicados sobre una nueva etapa en el desarrollo de las relaciones bilaterales mientras que ambos presidentes irradiaban optimismo y fe en las maravillosas perspectivas de cooperación entre Moscú y Bakú.

Sin embargo, las cosas no son exactamente lo que parecen. Por una parte, la importancia de dicha visita excede los límites de una visita de trabajo corriente al extranjero, así como los del protocolo oficial. Por otra, los resultados de esta visita no son tan unívocos como lo hacen parecer las fuentes oficiales. De hecho, para una evaluación acertada de la visita del presidente de Rusia al país vecino es preciso considerarla en un contexto más amplio.

En primer lugar, la visita a Bakú se ha llevado a cabo en el contexto de un cierto enfriamiento en las relaciones bilaterales entre Rusia y Azerbaiyán. Cabe recordar que a lo largo del pasado año, ni Moscú ni Bakú lograron encontrar una solución en lo tocante a la explotación de la estación de radar Gabalá. Como resultado, Rusia puso fin a su alquiler de los servicios de dicha estación, y en su lugar decidió apostar por la construcción de una nueva red de radares de alerta temprana en la región de Krasnodar, en territorio ruso

Asimismo, el pasado mes de mayo, el gobierno ruso tomó la decisión de dejar de transportar el petróleo procedente de Azerbaiyán a través del oleoducto “Bakú-Novorossisk”. Y aunque ambas partes se instaban recíprocamente a no politizar este problema, no se podría decir que semejante decisión fortaleciera el entendimiento mutuo entre Rusia y Azerbaiyán.

Este mes agosto, en Daguestán, el petrolero “Naftalán” procedente de Azerbaiyán fue detenido bajo sospecha de contrabando. Finalmente, la Autonomía Nacional-Cultural Federal de los Lezguinos (una minoría étnica de la región) denunció casos de detención de sus familiares así como políticas discriminatorias por parte de las autoridades de Azerbaiyán contra ellos.

A la vista de esta serie de sucesos conflictivos, uno de los principales objetivos de la visita de Vladímir Putin a Bakú ha sido revertir la tendencia negativa en las relaciones entre los dos países que empezó a consolidarse en el transcurso del pasado año. Es notorio el hecho de que el tema de la estación de radar Gabalá fuera excluido de la agenda de las conversaciones, tal y como fue anunciado incluso antes de la llegada del dirigente ruso a Bakú.

En segundo lugar, en la actualidad, las relaciones entre Rusia y Armenia – un aliado estratégico de Moscú en el Cáucaso – tampoco están pasando por su mejor momento. Rusia, que está promoviendo activamente sus proyectos de integración internacional (la Unión Aduanera, la Unión Euroasiática), ve con extremo recelo los intentos de sus aliados más cercanos de desarrollar algún tipo cooperación con Europa.

Mientras tanto, el próximo mes de noviembre, Armenia tiene previsto firmar un Acuerdo de Asociación con la UE. En este sentido, la visita de Putin a Bakú podría ser interpretada como una señal de aviso a Ereván: si queréis alejaros de nosotros, atenéos a las consecuencias.

Al mismo tiempo, saber mantener cierto equilibrio entre Armenia y Azerbaiyán es de enorme importancia para Rusia. Ante todo, porque a Moscú no le interesa la “descongelación” del conflicto de Nagorno-Karabaj  en pos del modelo de Osetia del Sur. Rusia comparte frontera con Azerbaiyán (con la región rusa de Daguestán) y tiene una base militar en el norte de Armenia (Gyumri).

Ereván, a su vez, participa en una unión político-militar que goza del apoyo de la Federación Rusa (la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva). En semejante tesitura, a pesar de todos los problemas actuales con Azerbaiyán, Moscú no querría convertir a esta república en una segunda Georgia.

En tercer lugar, tampoco debemos pasar por alto el factor político interno. El próximo octubre, en Azerbaiyán se celebrarán elecciones presidenciales. Serán las primeras después de la aprobación de las enmiendas constitucionales que eliminan las restricciones sobre el número de veces que una misma persona puede presentar su candidatura para el cargo de jefe de Estado.

Y aunque Occidente, que comprende la importancia estratégica y energética de Azerbaiyán, no manifiesta demasiado recelo en sus demandas democráticas, la perspectiva de un tercer mandato de Ilham Alíyev como presidente no se ve allí con demasiado buenos ojos. Por el contrario, en Rusia temen la repetición de los “escenarios árabes” y consideran al actual líder del país vecino como aval de estabilidad y previsibilidad en el Gran Cáucaso.

Por lo tanto, es imposible considerar la visita de Vladímir Putin a Bakú como un serio avance diplomático. Después de todo, Azerbaiyán – no importa cuántos pasos esté dando hacia Moscú – nunca renunciará a la cooperación energética con Occidente (recuérdese el llamado “contrato del siglo”: el proyecto de oleoducto “Bakú – Tbilisi -Ceyhan” y el del gaseoducto “Bakú – Tbilisi - Erzurum”), ni tampoco optará por los proyectos de integración encabezados por Rusia.

Lo mismo ocurre con el giro que ha dado Rusia, dejando de lado a Armenia y posicionándose a favor de Azerbaiyán. Sólo se puede hablar de ello sucumbiendo a las emociones. Y es que una cosa es la presión diplomática, y otra cosa totalmente diferente es la ruptura del statu quo, cargada de peligro de perder un importante aliado, lo que no responde a los intereses de la Federación Rusa a día de hoy. 

De modo que, a fin de cuentas, lo que queda es que las relaciones entre ambos países se vuelvan más pragmáticas, con el desplazamiento del énfasis hacia los temas unificadores, y la inflexión (o, al menos, la suspensión) de la tendencia negativa en las relaciones. En las circunstancias actuales, no es poco. 

Markedónov es investigador invitado del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, EE.UU., Washington.

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