Henri Malosse es un europeo convencido. Fuente: servicio de prensa.
¿De dónde procede su interés por Rusia?
Cuando estudiaba Ciencias Políticas, me interesaba mucho la historia de Europa, en particular la Segunda Guerra Mundial y la división del continente. Como fan de Solzhenitsin, era también activista contra el régimen comunista. ¡Llegué a manifestarme en París contra la visita de Andréi Gromiko! (Ministro soviético de Asuntos Exteriores). También fui muy activo en Polonia a finales de los años 70. La caída del sistema comunista me entusiasmó: liberada de la URSS, Rusia podía por fin aproximarse a Europa.
Por tanto, usted anclaría Rusia en el espacio europeo. ¿En qué aspectos cree que pertenece a la "familia europea"?
Henri Malosse es francés. Nació en 1954. Ha sido profesor en Polonia, Rusia y Francia. En 1993 fundó el curso de postgrado llamado Políticas públicas europeas en Estrasburgo. Miembro del CESE desde 1995 es autor de más de 50 estudios. Cree firmemente en el acercamiento de las instituciones europeas a la ciudadanía. Habla polaco y ruso de manera fluida.
Compartimos referencias culturales comunes: literatura, teatro, etcétera. Estamos unidos por la misma historia, la de la Gran Europa. El ruso es una de las lenguas que se hablan en el seno de la Unión Europea; estamos hechos para trabajar juntos. Incluso si todavía queda mucho por hacer, veo los cambios que se están produciendo en Rusia de una manera positiva. El acercamiento a Rusia es el principal desafío de la Unión Europea, una de las claves de su futuro. Basta mirar un mapa: sin Rusia, Europa es minúscula.
Hoy en día, Rusia y la UE no tienen lo que se dice una excelente relación. ¿Cómo se podría superar este clima de desconfianza mutua?
En el seno de la UE, creo que soy uno de los más comprometidos con la cuestión de la Gran Europa. Al estar a la cabeza del Consejo Económico y Social Europeo, tengo la oportunidad de llevar a la práctica este compromiso personal. Creo firmemente en el rol de la sociedad civil para favorecer este acercamiento. Es preciso desarrollar un doble movimiento para que caigan las fobias recíprocas: la "rusofobia" de una lado y la "occidentalofobia" de otro. Son sentimientos que se explotan con fines políticos.
Pensad, por ejemplo, en la relación franco-alemana: en los años 60, incluso el pueblo francés más pequeño estaba hermanado con otro pueblo alemán. Creo que las iniciativas desarrolladas por estas asociaciones hicieron mucho más por el acercamiento de los dos pueblos que el Tratado del Eliseo.
Hoy en día, las encuestas lo muestran claramente: preguntad a un francés a qué país se siente más cercano y os dirá que a Alemania. Y al contrario pasa igual. Después de tres guerras, esto parecía inimaginable. Rusia debe empezar por trabajar en esta misma dirección con sus vecinos, especialmente los países bálticos. La hostilidad contra Rusia no puede combatirse únicamente con decisiones políticas.
Usted ha sido el primer representante europeo que ha participado en el Foro de la Juventud de Séliguer. ¿Qué le ha parecido?
¡Me quedé muy gratamente impresionado por la organización del evento! Hasta ese momento, había oído solo comentarios poco favorables: "Ya verás, son las Juventudes Comunistas revisitadas por Putin". Sin embargo, todo se desarrolló fuera de cualquier marco ideológico. Me conmovieron los homenajes a Solzhenitsin y a Stolipin (primer ministro antes de la Revolución), cuyas reformas fueron abortadas, por desgracia. Encontré una gran apertura mental en los debates. En los jóvenes rusos que he conocido he visto las mismas aspiraciones que en los europeos.
¿En qué ámbitos pueden colaborar el CESE y la Cámara Cívica rusa?
Trabajamos en un sistema de control cívico del sistema penitenciario. Por desgracia, las prisiones rusas son herederas del sistema del Gulag. Haría falta reforzar los mecanismos de asociación ciudadana: creo en el papel de los visitantes de las prisiones para dar cuentas de la realidad, denunciar los casos de aislamiento injustificado y velar por el respeto a la convención de las Naciones Unidas.
Querríamos también desarrollar intercambios entre escuelas y universidades a través de un sistema de hermanamiento, pero no solo con Moscú y San Petersburgo. También abordamos temas sociales difíciles, como la cuestión de los huérfanos y la lucha contra el alcoholismo.
En el tema de los Derechos Humanos, la UE ha adoptado con respecto a Rusia un discurso percibido a menudo como moralizador. ¿Complica esta postura el acercamiento?
No tenemos ninguna lección que dar, sencillamente porque también hay violaciones de los Derechos Humanos en los países de la Unión Europea. Pero a este respecto, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tiene legitimidad para dar su opinión sobre las reclamaciones presentadas por ciudadanos rusos. Son ellos los que más lo solicitan. El acceso directo de los ciudadanos rusos a esta institución permite evitar los abusos de poder.
Rusia ha salido de un periodo terrible. Veinte años después, el cambio aún no se ha consumado. Los responsables políticos rusos tienen una parte de responsabilidad en que no haya una ruptura radical con el pasado soviético. Pero esto no autoriza a la UE a dar lecciones permanentemente.
En Rusia se acaban de promulgar una serie de leyes controvertidas: penalización de la ofensa al sentimiento religioso, de la "propaganda de relaciones sexuales no tradicionales", leyes sobre las ONG... ¿Qué opina usted?
Se trata de una crispación retrógrada, que espero sea únicamente anecdótica. Esto no se corresponde con la idea que yo tengo de la sociedad rusa. Creo que no se puede parar un cambio social mediante leyes. La idea de prohibir la adopción a parejas homosexuales extranjeras me parece grotesca, y más aún porque la situación de los huérfanos es dramática, una vergüenza para un gran país como Rusia.
La abolición del régimen de visados entre Rusia y la Unión Europea no parece un tema de actualidad. ¿Por qué?
Es una cuestión esencialmente política. Los argumentos de carácter técnico que se han aducido son meras excusas. Creo que nos conviene suprimir este sistema y que nuestras relaciones se beneficiarán de ello. Millones de rusos vienen a Europa a pasar sus vacaciones. Estamos discutiendo por discutir: los visados jamás han impedido a los mafiosos circular libremente ni han parado la inmigración clandestina. En el siglo XXI, mantener ese sistema es ridículo. Es preciso eliminar los obstáculos políticos, relacionados con las reticencias de los antiguos países soviéticos. Una vez más, esto implica que Rusia se reconcilie con sus vecinos: mientras no se realice esta labor, el problema perdurará.
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