La inestabilidad preside las relaciones entre Moscú y Teherán

Hasán Rouhaní. Fuente: Photoshot

Hasán Rouhaní. Fuente: Photoshot

No solo por los resultados de las elecciones presidenciales en Irán, sino también por la debilidad de sus relaciones económico-financieras, y por razones históricas y culturales. Es necesario que Moscú y Teherán planteen un nuevo enfoque para el desarrollo de sus relaciones bilaterales, libre de consideraciones políticas y de las circunstancias regionales acumuladas.

El 14 de junio de 2013 se celebraron elecciones presidenciales en la República Islámica de Irán. Con una alta participación del electorado y en contra de la opinión de la inmensa mayoría de los expertos rusos, ya en la primera ronda ganaba el conservador moderado Hasán Rouhaní.

En muchos sentidos, el apoyo de los partidarios de los veteranos políticos Mohammad Jatamí y Alí Akbar Hashemí Rafsanyaní ha sido determinante para su victoria, lo que augura un camino de cambios sustanciales tanto en la política interior como exterior del país.

Probablemente estas expectativas sean demasiado altas, pero sí que existen posibilidades de que Irán alcance un compromiso con Occidente, en particular sobre el programa nuclear. Para ello, por ejemplo, bastaría con detener el proceso de enriquecimiento de uranio entre un 5 % y un 20 % a cambio de una suavización de las sanciones de la Unión Europea en el sector bancario y en el de los seguros del transporte marítimo.

Otro asunto es que el programa nuclear de la República Islámica está controlado directamente por el líder espiritual, el ayatolá Alí Jamenei, quien selecciona al jefe del grupo de negociación con los seis mediadores internacionales para la normalización de la crisis nuclear iraní. Actualmente, estas funciones las desempeña el secretario del Consejo Superior para la seguridad nacional de la República Islámica de Irán, Saíd Yalilí, el cual no está por la labor de alcanzar un compromiso real con Occidente.

Su sustitución, por ejemplo, por el hábil diplomático Alí Akbar Velayatí demostraría la voluntad del líder espiritual de ajustar el rumbo de la política exterior tanto a los intereses de Irán como a los de Occidente.

Sería ingenuo esperar unos resultados inmediatos del vencedor Hasán Rouhaní. Solo en agosto tendrá lugar su investidura y la formación del gabinete de ministros, cuya composición deberá aprobar la Asamblea Constitutiva Islámica (el parlamento) del país, lo que llevará varios meses más. Puede que el nuevo gobierno solo empiece a ejercer sus funciones a finales de 2013. Y eso siempre que los representantes del ejecutivo partidarios de Mahmud Ahmadineyad no decidan bloquear su actividad.

Cualquier intento por parte de Irán de eliminar tensiones innecesarias con Occidente y con las monarquías árabes siempre será bienvenido. Pero este rumbo no tiene un apoyo absoluto dentro del país.

La situación es aún peor en el entorno externo, donde, por un lado, Arabia Saudí y Turquía se disputan el liderazgo regional de Irán y, por otro, cualquier intento de intervención militar por parte de los países miembros de la OTAN en el conflicto armado de Siria amenaza directamente los intereses de Teherán en Oriente Medio.

Ante estas circunstancias será muy difícil restablecer las relaciones con el mundo exterior. 

Incertidumbre respecto a Rusia

Todo lo anterior está enlazado directamente con las relaciones ruso-iraníes, las cuales están entrando en un periodo de gran incertidumbre. Si durante el periodo de gobierno de Mahmud Ahmadineyad, Moscú se había centrado en impedir el cada vez más probable ataque israelí a los objetivos nucleares y militares iraníes y en evitar, por todos los medios, la confrontación con Occidente, ahora se plantea hasta dónde puede llegar el gobierno iraní con el objetivo de suavizar las graves sanciones económico-financieras impuestas por los EE UU, sus aliados y sus socios. Recelos estos que comparten algunos expertos extranjeros, quienes, cediendo a la retórica electoral y a su propia concepción imaginada del deseo de los iraníes de alcanzar una democracia al estilo occidental, tratan de imaginar a Hasán Rouhaní como el reformista que nunca ha sido.

En realidad, en el lado iraní se habla de compromiso, lo que Occidente interpreta como una concesión a cambio de suavizar las sanciones. Para los orgullosos iraníes, esto último es inaceptable. Es más, ese enfoque no tiene muy en cuenta la situación real, en la que las posibilidades de Occidente de reducir la exportación del petróleo iraní se han agotado completamente tras la negación de China, India, Japón, la República de Corea y Turquía a participar en ellas; además, el presupuesto iraní está obteniendo cada vez más fuentes de ingresos diferentes.

Sin duda, el estado de las relaciones ruso-iraníes depende fuertemente de la interacción de estos países con Washington. Se intensifica la necesidad de coordinar fuerzas, en caso de confrontación, para disuadir a los EE UU de una intervención a nivel regional.

Si la relación con los estadounidenses mejora, surgirá alguna posibilidad de cooperación a tres bandas. Será peor si Irán comienza a buscar el compromiso con Occidente y Rusia no puede alcanzarlo por las cuestiones relacionadas con la defensa antimisiles, en cuyo caso será inviable cualquier intento de negociación para la disminución de armamento no solo nuclear, sino también convencional.

En ese caso, surgirán tensiones entre Moscú y Teherán en un contexto de relaciones bilaterales ya de por sí bastante complejas, no solo a causa del acuerdo antiiraní alcanzado por la comisión ‘Gor-Chernomyrdin’ a mediados de los años 90, sino también por una serie de acontecimientos posteriores.

Concretamente, los iraníes no pueden perdonar la negativa rusa a suministrarle sistemas de misiles antiaéreos S-300, ni el retraso, en su opinión intencionado, de la construcción de la central nuclear de Bushehr.

El actual gobierno iraní también ha acarreado numerosos problemas para Moscú, como el incumplimiento de sus obligaciones en materia nuclear. Este hecho sentó las bases para el establecimiento de unas relaciones entre ambos países de carácter ‘prudente’.

Actualmente resulta bastante difícil prever el desarrollo de las relaciones ruso-iraníes, incluso a corto plazo. Su inestabilidad es evidente, no solo por los resultados de las elecciones presidenciales en Irán, sino también por la debilidad de sus relaciones económico-financieras, los diferentes intereses en Afganistán, Siria y otros estados, la intención de crear en Irán de un ciclo cerrado de combustible nuclear que podría servir como premisa científico-tecnológica para la fabricación de armas nucleares, y también por otras razones históricas y culturales.

Todo esto hace estrictamente necesario que Moscú y Teherán planteen un nuevo enfoque para el desarrollo de sus relaciones bilaterales, libre de consideraciones políticas y de las circunstancias regionales acumuladas. Solo entonces serán capaces de labrar una relación de cooperación real en la esfera política, económica y de la seguridad. 

Vladímir Yevséyev, director del Centro de investigaciones socio-políticas.

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