Fuente: Egor Aleev / Ria Novosti
Airat Mardéev procede de una familia de corredores. Se inició con el camión de su padre en una de las carreras más exigentes del mundo, debutando como piloto en 2012. La suerte no le acompañó en este primer intento y tuvo que abandonar la carrera. Al año siguiente Airat repitió en el Dakar, pero quedó segundo.
Una victoria cotidiana
El último día fue caótico. En un principio estaba prevista una etapa de 177 km, pero empezó a llover y se redujo a 100 km. Después la lluvia se intensificó y a los 35 km se dio por finalizada. Nosotros avanzábamos en silencio, sin saber que íbamos en primera posición. Lideramos la mayor parte de la carrera, de modo que solo teníamos que mantener la posición. Nuestros principales contrincantes eran los colegas Edik Nikoláev y Andréi Karguinov, así que sabíamos que si cometíamos algún fallo nos adelantarían los nuestros. Dentro del equipo no mantenemos ninguna lucha, trabajamos como una unidad para alcanzar el mejor resultado.
El momento clave de la carrera
En el famoso descenso de Iquique, el helicóptero vuela por debajo de nosotros y la gente y los coches parecen manchas en la lejanía. He participado en el Dakar desde 2012 y nunca había conseguido llegar a ese punto del mapa. Esta vez, mientras me acercaba, no dejaba de pensar: 'Seguro que pasa algo'. Pero no pasó nada, todo fue sobre ruedas, aunque íbamos los primeros y resultaba difícil orientarse.
Una dura prueba
Un día acabamos la etapa con dos ruedas pinchadas. Tenemos un sistema que permite inflar las ruedas sobre la marcha, pero no siempre sirve. Sabíamos que si nos parábamos a cambiar las ruedas perderíamos por lo menos 25 minutos. Así que avanzamos lentamente, pero llegamos a la meta.
Y luego vinieron los 35 km de la última jornada. Estaba todo muy resbaladizo por culpa de la lluvia y era una carretera estrecha campo a través. Vimos muchos camiones que se salieron de la pista. Mi mecánico dijo que le salieron canas en ese tramo.
Un legendario entrenador
Los cuatro pilotos rusos del Dakar salieron de los circuitos de karting de Naberezhnye Chelny (ciudad situada a 1.055 km al este de Moscú, donde se encuentra la fábrica de Kamaz y la base del equipo Kamaz-Master). Yo me subí a un kart por primera vez a los 9 años. Nos conocemos todos desde la infancia y ya entonces llamamos la atención de una leyenda del Dakar, el siete veces campeón Vladímir Chaguin. Al principio, en Kamaz-Master, nos dedicábamos a barrer el suelo y a observar cómo funcionaba aquello. Después nos confiaron el puesto de mecánicos para poner a prueba nuestra resistencia. La primera vez que me senté al volante como piloto tenía 19 años; esa fue mi primera carrera. En 2011, Chaguin me comunicó que lo dejaba, pero que seguiría siendo nuestro primer entrenador. Ningún equipo del mundo cuenta con un entrenador tan experimentado.
Los reyes del altiplano
Cada año viajamos a Marruecos para prepararnos en pistas de arena. Conducimos por el desierto entre 8 y 12 horas seguidas, así que estos terrenos se nos dan bien. El año pasado, nos entrenamos aparte para el altiplano en un área situada entre Argentina y Chile. Ascendimos de 3.800 m. a 4.200 m. y notamos la altitud en el comportamiento de los motores —por la falta de oxígeno—, pero nosotros nos encontrábamos bien.
Los años anteriores nos quedábamos dormidos y sufríamos dolor de cabeza y náuseas a esas altitudes. Nos hemos preparado en nuestro gimnasio con unas máscaras especiales. Además, hemos dormido todo el mes en una tienda en la que se puede reducir el nivel de oxígeno: empezamos por el nivel de los 2.000 m. y llegamos hasta los 4.000 m.
Pilotos autosuficientes
Nosotros mismos revisamos los camiones, los confeccionamos, nos aconsejamos sobre cómo mejorarlos, etc. No somos como los pilotos de Fórmula 1, que llegan a la pista, acaban la carrera y se vuelven a entrenarse al gimnasio. Hemos visto muchos casos de pilotos de renombre que tienen que salir de la pista por un problema técnico que podría haberse solucionado en cinco minutos.
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