El biocombustible brasileño tiene acento ruso

Fuente: PhotoXpress

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Ígor Polikárpov es el físico ruso que lleva casi 20 años ayudando al Brasil a convertirse en el cabeza mundial de la industria de biocombustibles, y afirma que Rusia podría aprovechar las pieles de patata del mismo modo en que ellos aprovechan las cañas del azúcar, para crear una alternativa verde al combustible fósil.

Polikárpov sabe de qué habla. Nacido en la ciudad de Uliánovsk, a orillas del Volga, Polikárpov está al frente del pionero impulso que el Brasil ha dado al uso de los llamados biocombustibles de segunda generación, que transforman residuos y materiales no comestibles en combustible.

Este científico con gafas, que inmigró al Brasil durante la fuga de cerebros de los años 90, está llevando a cabo investigaciones para reducir el coste de transformación de las cañas de azúcar en combustible y conseguir que el producto final sea más barato que la gasolina.

“Mis investigaciones no sólo son útiles para el Brasil, sino para todo el mundo, porque los retos son los mismos en todos los países que ya producen etanol celulósico, entre ellos Estados Unidos”, dice Polikárpov desde detrás de su escritorio en el Instituto de Física de la Universidad de Sao Paulo, donde ejerce su cátedra desde 1995.

“Se abaratará el precio de venta al público de los biocombustibles y, por ello, serán más competitivos en relación con los combustibles fósiles e incluso con los biocombustibles de primera generación”, explica.

Polikárpov dijo que su mayor desafío es la búsqueda de un método más económico para “romper” la celulosa de la caña de azúcar.

Mientras conserva la esperanza de que algún día su labor tenga acogida en Rusia, comenta que su país podría haber sido el líder mundial en nuevas tecnologías si hubiese iniciado las investigaciones en biocombustibles tras la Segunda Guerra Mundial, en lugar de optar por lo fácil: las perforaciones de petróleo.

Hoy, el combustible renovable representa sólo un 1,2 % de la matriz total de energía rusa y queda confinado a los sectores de la química y la calefacción, según un informe publicado en mayo de este año por el Departamento de Agricultura de EE UU. El informe mencionaba varias iniciativas en regiones de Rusia como Kaluga y Belgorod, pero señalaba que su trabajo se centraba en el biogás. 

Ayuda de Rusia

En Brasil, el combustible limpio más moderno se extrae del bagazo de la caña de azúcar, el material fibroso que queda después de machacar la caña del azúcar para extraer su jugo pegajoso. El método actual es relativamente caro, aunque el resultado es más respetuoso con el medio ambiente que los biocombustibles de primera generación, que utilizan el azúcar.

Se espera que Brasil produzca 27.100 millones de litros de biocombustible durante la cosecha de azúcar de caña 2013-2014, y el biocombustible celulósico de segunda generación supondría una fracción del total. De acuerdo con el Ministerio de Agricultura brasileño, la producción nacional de biocombustible celulósico debería alcanzar los 100 millones de litros al año en 2015.

Pero la demanda es alta mientras el resto de países buscan alternativas a los combustibles fósiles. Los Estados Unidos y la UE están exigiendo un uso creciente de etanol celulósico, y la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. ha solicitado el envío de 79 mil millones de litros de biocombustible para 2022.

Además de ayudar a reducir la contaminación, el etanol producido a partir de residuos agrícolas puede incrementar significativamente la disponibilidad de alimentos y ayudar a prevenir la deforestación.

Polikárpov afirma que Rusia debería invertir también en la producción de energías sostenibles, aunque no disponga de una biodiversidad tan rica y abundante como Brasil.

“El conocimiento adquirido por sus centros de investigación proporcionaría tecnología que utilizase biomasas más comunes en Rusia: forraje, grano, madera e incluso patatas”, explica. “Las empresas rusas que sufren falta de demanda nacional podrían exportar a las europeas, que tienen unos objetivos ambiciosos pero carencia de suministros”, añade.

“Y quizás algún día será Brasil quien exporte combustible al mercado ruso”, concluye Polikárpov con una sonrisa. 

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