En la década de los 60, Mao Zedong era muy popular entre determinados intelectuales progresistas occidentales como Jean Paul Sartre, que colocaron al líder chino en un pedestal en el que antes había estado Iósif Stalin. Percibían la Revolución Cultural como un experimento social a estudiar y quizá emulado en París y Bonn.
Pero en Moscú las cosas eran muy diferentes. Mao, y su modelo social, apenas tenían seguidores en la Unión Soviética de los años 60 y 70. De hecho, el Gran Timonel era uno de los políticos internacionales más desdeñados por los soviéticos. Cuando los intelectuales rusos descubrieron el interés de los europeos se quedaron perplejos. Para ellos la China de los años 60 era una pesadilla de primer orden.
Las relaciones entre la URSS y China se tensaron a finales de los 50 y para el año 1963-64 era obvia la hostilidad mutua. En su disputa con la China maoísta, el gobierno soviético tuvo apoyo de sus ciudadanos. Para la mayoría encarnaba todo lo que era erróneo en el propio sistema soviético y los mismo ocurría con la Corea del Norte de Kim Il Sung.
Los comunistas con cierta orientación liberal, que se convirtieron en una rara especie dentro de la intelligentsia soviética, veían en el régimen de Mao los peores excesos del estalinismo. Los comunistas nacionalistas, así como los nacionalistas en general, veían en él un peligroso e ingrato aliado dispuesto a morder la mano de la Madre Rusia, que le dada de comer.
La propaganda maoísta, que llegaba al público soviético con cuentagotas, solía ser ridiculizada y se reforzaba así la imagen negativa del gigante asiático.
Sin embargo, tras los ataques chinos en Damanski/Zhenbao de 1969 y el conflicto fronterizo que desencadenó, el ridículo dio paso al miedo. A pesar de que China fuese inferior militarmente, en la imaginación popular se veía como una seria amenaza, al mismo nivel que los EE UU y sus aliados.
En algunos casos, el miedo se mezclaba con una posible invasión asiática, que en realidad no iba a ocurrir. Además, el conflicto fronterizo de Zhenbao se convirtió en un incidente que alimentó el mito militar soviético. Hasta ahora, generaciones de soldados soviéticos y rusos han oído historias acerca de los valientes soldados que repelieron la agresión china en 1969.
Desde mediados de los años 60, los medios soviéticos quizá se ocuparon en realizar más arengas contra China que contra los EE UU y otros “regímenes imperialistas reaccionarios”. A mediados de los 60, entre la población soviética crecía el escepticismo acerca de las críticas a Occidente, mientras que las diatribas antimaoístas eran tomadas en serio, a pesar de que siguieran la retórica oficial.
Al mismo tiempo, los propagandistas soviéticos seguían el enfoque marxista, que dejaba clara la diferencia entre el “agresivo y hegemónico” Mao y la gente común, que simplemente “estaba explotaba y era llevaba por el mal camino por un grupo dirigente pseudocomunista”.
En los medios soviéticos, China siempre mantuvo su título de país socialista. Pero era presentado como un país socialista que se había extraviado a causa de la política de su líder sin escrúpulos. Al mismo tiempo, se decía que el camino hacia la reconciliación se mantenía abierto.
Conviene resaltar que durante este periodo hubo pocas obras de ficción soviéticas y solo una película que trataba a la China maoísta como una potencial amenaza para la seguridad de la URSS. Esto contrasta con la gran cantidad de obras en las que EE UU se presentaba como amenaza.
De modo que cuando el gobierno de Deng Xiaoping comenzó a bajar el tono de la retórica, los mandatarios soviéticos respondieron inmediatamente. A partir de 1985 las relaciones chino-soviéticas comenzaron a mejorar rápidamente.
Para entonces, el maoísmo se había quedado anticuado en la propia China y los soviéticos no tenían ningún problema con la emergencia del camarada Deng. De modo que 25 años de hostilidad mutua se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos.
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