“Me llamaron para decirme que podía estudiar en Rusia”

Bryan Andrés Caro García, en el Parque Gorki de Moscú. Fuente: Mark Boiarski

Bryan Andrés Caro García, en el Parque Gorki de Moscú. Fuente: Mark Boiarski

Bryan Andrés Caro García cuenta cómo se adaptó a su nueva vida en Rusia. Su primer viaje al extranjero fue a Moscú, para ingresar en la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos. En la actualidad está a punto de terminar el segundo curso en la Facultad de Ingeniería.

Bryan Andrés Caro García siempre sacaba las mejores notas en el colegio. De hecho, se graduó en uno de los más prestigiosos de su país, el Colegio Mayor Secundario Presidente de Perú.

Después ingresó en la Universidad de San Martín de Porres, donde empezó a estudiar arquitectura. “Un día recibí una llamada de la universidad. Me informaban sobre la posibilidad de hacer una carrera en Rusia”, cuenta. Se quedó boquiabierto. Hasta entonces nunca había estado en el extranjero. No obstante, pensó que no podía dejar pasar la oportunidad.

Los trámites, así como las pruebas médicas, la apostilla y la traducción de todos los documentos, le llevaron cuatro meses. Pero no fueron en vano: en otoño de 2012 Bryan aterrizaba en Moscú con una beca del Ministerio de Educación ruso. Estaba admitido en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos (RUDN, por sus siglas en ruso), una institución que cuenta con el mayor número de acuerdos con otros países para el intercambio de estudiantes, sobre todo de Latinoamérica.

Su beca cubre los gastos de licenciatura, además de 1.400 rublos (unos de 30 dólares) al mes. Al llegar, se hospedó en una residencia de estudiantes donde compartía un cuarto con otros cinco chicos extranjeros. “Tenía compañeros africanos que hablaban francés y amigos chinos. Nunca había visto tanta gente extranjera en la misma habitación”, recuerda.

Diversidad cultural

La variedad de culturas que encontró en la universidad y en la residencia estudiantil le impactó. “Aquí vi por primera vez a chicas que se cubren con un velo y a personas que rezan cinco y seis veces al día”.

El primer año en la RUDN le impresionó, como a todos, ya que durante esos doce meses solo se imparten clases de ruso. A partir del segundo año, los estudiantes avanzan en la carrera.

Fuente: Mark Boiarski

La primera impresión de Moscú fue contundente. Tanto, que al principio solo se comunicaba con los extranjeros, y aun así le pasaban cosas inesperadas. Una vez, un compañero colombiano le gastó una broma. “Fui con unos amigos al centro de la ciudad y nos recomendó: ‘Si no recuerdan el nombre de la estación de metro, súbanse a la línea marrón y bajen en la última estación’. Nos quedamos mucho rato allí viajando. No sabíamos que la línea marrón era circular”, recuerda con una sonrisa.

No todos aguantan

El sistema educativo le pareció diferente en todo, desde las calificaciones, que en Rusia son de 1 a 5 y al mismo tiempo de 1 a 100 (se compatibiliza el sistema soviético con el de Bolonia), hasta el método de enseñanza. “En la facultad de Arquitectura de Lima se hacen todos los días maquetas, y al final presentas una maqueta enorme. En cambio, aquí enseñan más a ver el espacio, uno aprende poco a poco”.

Ahora, a punto de acabar el segundo año en la universidad, se siente adaptado a las tradiciones rusas: “Aprendí a pedir a mis compañeros que me dejen copiar sus apuntes, porque al tenerlos ya te añaden 10 puntos a la nota final”.

Pero no todos llegan a la meta final. Según Bryan, de los cinco peruanos que conoció al ingresar en la universidad, dos regresaron a su país, quejándose de que la educación rusa no correspondía con sus expectativas.

Bailes y albóndigas

Fuente: Mark Boiarski

Al principio, a Bryan le molestaba mucho no poder caminar por la ciudad en busca de edificios que le inspirasen, como solía hacer en Lima. A veces no podía andar más de quince minutos por el frío invernal. Pero con la llegada del verano volvió a seguir con sus costumbres de siempre e incluso empezó a tener más actividades, por ejemplo, bailar e impartir clases de danza, con lo que gana un dinero extra en Moscú.

Más tarde aprendió a cocinar kotletas (albóndigas rusas), un plato que le enseñaron a hacer sus compañeras de la residencia. “Comer carne es crucial para sobrevivir a un invierno ruso”, bromea. Y cuando la nostalgia aprieta, visita un restaurante enfrente de la universidad donde sirven platos peruanos.

Tras terminar sus estudios, el joven piensa seguir de viaje y recorrer todos los rincones del planeta que pueda para quedarse en el que más le atraiga.

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