Yusitero Nakagawa, antiguo prisionero de guerra, decidió vivir en la URSS tras su cautiverio. Fuente: Tagir Rajávov / Rossiyskaya Gazeta
En el pequeño asentamiento Yúzhnoie, situado en las estepas de Kalmukia, todo el mundo conoce al anciano Sasha de 88 años, aunque son pocos los que pueden pronunciar su nombre real, Yusitero Nakagawa. Un intérprete coreano se confundió con el nombre del prisionero japonés, y fue así como Yusitero pasó a ser Sadao y posteriormente Sasha.
A pesar de su avanzada edad sigue pasando mucho tiempo trabajando en su huerto y es un maestro con la azada. Cuando nos encontramos viste una chaqueta de color khaki, gorra y botas de goma.
Aunque suene paradójico, Yusitero recuerda con cariño el tiempo que pasó en un campo de prisioneros plantando árboles y construyendo carreteras. "Los prisioneros eran tratados con respeto", dice sonriendo. "Incluso me ayudaron a aprender ruso".
Yusitero no quiso volver a Japón, ya que temía que iba a ser duro porque había sobrevivido al cautiverio. Posiblemente el destino le ayudó a tomar una decisión; cuando liberaron a los prisioneros en 1949, estaba enfermo por una las complicaciones de una antigua herida.
"Casi muero en el hospital. Estaba muy enfermo", recuerda. Lo salvó una médica soviética, que lo trató como a un niño. Yusitero se refiere a ella como "mi querida doctora". Se enamoraron y como muestra de gratitud por haberle salvado la vida, le entregó la única cosa de valor que tenía, sus coronas dentales de oro. Entonces se disiparon las posibles dudas acerca de abandonar o no la URSS. El antiguo oficial del Ejército japonés, adoptó la nacionalidad del país contra el que había luchado.
Fascinado por el gran tamaño de la nueva tierra, Yusitero comenzó a explorarla. "Viajé y trabajé mucho. Visité el Lejano Oriente, Siberia, Uzbekistán, Daguestán, Stávropol", dice mientras cuenta con sus dedos y ríe al perder el orden.
Su salvadora no podía hacer frente a sus obsesión por los viajes y acabaron separándose. Pronto Yusitero conoció a otra mujer y se casaron. Tuvieron dos hijos. Sin embargo, su nueva familia no siguió al samurái cuando hizo un nuevo viaje de exploración por el territorio soviético. Tras años de viajes, Yusitero se asentó en Kalmukia.
"Podía manejar bien un tractor y un bulldozer, así que me ofrecieron un trabajo de construcción en la reserva de Chograiskoie", cuenta. "Lo primero que pregunté es si era un buen lugar para la pesca, porque es algo que me encanta".
Entre los pescadores locales Sasha es conocido como el que más suerte tiene y está considerado un honor que enseñe a pescar.
Cuando terminó las construcción de la reserva, Yusitero se volvió a casar y encontró trabajo en una presa. En una ocasión descubrió una peligrosa fuga y salvó a los pueblos cercanos de unas peligrosas inundaciones.
Otra vez, un grupo borrachos que andaba por los alrededores de la presa trataron de saltar la barrera y acceder a la sala de control. Sasha, que ya tenía 67 años, trató de razonar con ellos, pero su respuesta fue pasar a los puños. No sabían con quién estaban tratando, un viejo samurái es todavía un samurái.
"Pegué a uno de ellos y a otro lo tiré por encima de mis hombros, así que acabaron huyendo", recuerda Yusitero. "No hay nada sorprendente en esto. A los niños en Japón les enseñaban a luchar en quinto grado. Si sigues practicando a lo largo de tu vida, puedes acabar siendo bastante bueno".
Cuando le preguntamos a Sasha cómo ha hecho para mantenerse tan bien a su edad y si sigue alguna rutina de samurái para estar en forma responde afirmativamente. "Siembro y riego las plantas, lucho contra las plagas y recojo mi cosecha", dice riendo. "Y disfruto con ello no menos que con la pesca". Pero entonces Yusitero se pone serio y dice: "Una persona tiene que tener algo que ame hacer. Solo eso nos mantiene vivos. Las personas que no hacen nada y no trabajan, mueren pronto. No tienen nada por lo que vivir".
Hace pocos años, Yusitero decidió visitar Japón. La llegada de un kamikaze samurái que se pensaba muerto causó cierta conmoción. Solamente tras una prueba de ADN puedo probarse a la parte japonesa que el Sasha era en realidad Yusitero Nakagawa.
"Me encontré con mis familiares y con oficiales, bebí sake con el primer ministro y visité mi propia tumba", cuenta. Decidió no quedarse en su país de origen aunque lo invitaron. "Japón ha cambiado mucho. Es como un país extranjero para mí. Nada me recuerda a lo que conocí y recordaba. Ahora hay otras cosas en mi cabeza...Antes de morir me gustaría encontrar a mis hijos, con los que he perdido contacto”.
Lea más: Cinco cosas que nunca le agradecimos a la Unión Soviética>>>
Publicado originalmente en ruso en Rossiyskaya Gazeta.
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: