Los horrores del fascismo en palabras de un superviviente

Fuente: archivo personal de Pável Rubínchik

Fuente: archivo personal de Pável Rubínchik

Pável Márkovich Rubinchik se llama a sí mismo un "superviviente por accidente". Veterano de la Segunda Guerra Mundial y prisionero del ghetto y de un campo de concentración es también el creado del Museo del Holocausto de San Petersburgo. RBTH charló con él en el año en el que se celebra el 70º aniversario de la victoria contra el nazismo.

Pável Márkovich se enfrentó a la guerra cuando tenía 13 años. Dos días antes del inicio del conflicto, enviaron al niño a un campamento de verano cerca de Minsk, acutalmente capital de Bielorrusia. La noche del 24 al 25 de junio, todo cambió: A las 11-12 de la noche, todo Minsk ardía por las bombas. Las llamas se alzaban 60 metros por encima de la ciudad", recuerda.

Se decidió que tenían que trasladarse en dirección a Moscú, huyendo de los alemanes. Huyeron durante varios días. "Los adultos nos despertaban por las noches para que nos fuéramos, dejando atrás a los nazis, pero de repente ellos ya estaban allí, con sus uniformes negros y las calaveras en las gorras. Así fue el primer encuentro con los nazis. Ordenaron a los niños y a las mujeres que volvieran a Minsk y se llevaron a los hombre. Bien los mataron o los hicieron prisioneros”.

Bautismo forzado

Los padres de Pável no estaban en Minsk y él tenía que buscar comida. "Como era judío me tenía que esconder de los alemanes. Se decidió que me bautizaran, para que así pudiera entrar en un orfanato. Pero el 19 de julio llegó la orden de que los judíos viviesen en una área separada de la ciudad, a la que se llamó "ghetto". Me dieron una carretilla y durante los próximos dos meses tuve que recoger esqueletos, demacrados por el hambre, y llevarlos al cementerio para dejarlos en las fosas comunes".

"Después nos mandaron a trabajar. Estábamos construyendo una prisión para alemanes: desertores, disidentes y cobardes. Nos volvieron a enviar al ghetto. Entonces nos dimos cuenta de que el viaje a través del bosque era demasiado largo y que la ciudad no estaba a la vista. Los adultos reconocieron el área y dijeron: 'No vamos al ghetto'. Por aquel entonces era conocido el campo de la muerte que había cerca de Minsk, donde quemaban y disparaban a la gente. Nadie volvía vivo de allí. Abrieron las puerta y nos despedimos los unos de los otros”. 

"Detrás de las alambradas comenzaron a contarnos. A uno de cada cinco le decían que se levantase. A tres de ellos les dijeron que se adelantasen, les colocaron una soga alrededor del cuello y los colgaron. Nos daba miedo movernos. Un alemán se acercó y dijo: 'Habéis venido a un lugar donde forjamos armas para derrotar al comunismo'. Fuimos obligados a trabajar en la producción de pistolas. Trabajábamos entre 14 y 16 horas al día. Solo nos daban de comer una vez al día. Era una sopa de cabezas de arenque. Sobreviví gracias a un alemán llamado Paul. Comenzó a traerme ollas para fregar y ahí quedaba algo de comida. Esta fue mi salvación". 

Y de nuevo, esquiva la muerte 

"Estábamos rodeados de varias hileras de alambre de espino y soldados con perros vigilaban el perímetro. Un amigo y yo planeamos huir una noche. De repente, nos reunieron al atardecer y resulta que alguien más había tratado de huir. Lo atraparon, lo pegaron y colgaron delante de nosotros. Aun así, decidimos escapar. Pensamos que estar ahí colgados era nuestro destino. 

Hicimos un agujero y escapamos hacia las vía. De repente, por puro azar, había allí un tren de carga. Nos agarramos a él y nos fuimos. Durante un tiempo mi compañero se iba arrastrando por el suelo, pero conseguí subirlo. Después de 20 km saltamos del tren en marcha y rodamos por la hierba. Comencé a sentirme vivo de nuevo, como si mis brazos y piernas estuvieran intactos. Sentí que estaba vivo. Después de vagar durante diez días por el bosque, nos encontramos con un grupo de partisanos. 

La primera medalla

Pável Markovich recuerda cómo ganó su primera medalla militar. "Después, cuando ya me había convertido en un soldado movilizado, transportaba obuses a la línea de frente. De repente estábamos bajo fuego enemigo, y pensé: 'vamos a morir'. Grité al conductor: 'Vamos ahora', pero él estaba en silencio. Lo miré y estaba cubierto de sangre. ¿Qué hacer? Me senté al volante y conduje 40 km en el momento de contraataque". 

"Durante la guerra me hirieron con metralla cuando tenía 17 años. Vinieron a enterrarme pero en el último momento se dieron cuenta de que seguía vivo. Me mandaron a un tratamiento y yo comencé a buscar a mis padres. Los encontré. Después de la guerra mi padre me obligó a estudiar. Pasé la guerra, pero se me había olvidado cómo leer y escribir. Solamente el profesor de alemán estaba contento conmigo. Después de todo, en el campo de concentración no podías equivocarte a la hora de cumplir una orden que te hubiese mandado un alemán. Memorizamos todo, de lo contrario, era la muerte. 

Superviviente 

Actualmente Pável Rubinchik es el director de la Sociedad Judía de San Petersburgo-Antiguos Prisioneros de los Ghettos y Campos de Concentración Fascistas, y el creador del Museo del Holocausto en San Petersburgo. Él mismo fue un prisionero del fascismo durante dos años. Decidió reunir a las personas que habían sobrevivido. Al principio había alrededor de 550 procedentes de San Petersburgo y unas 70 de la región del noroeste. En los últimos 20 años ese número se ha reducido a la mitad. 

"Muchos ya no salen de casa. Así que los tratamos de apoyar, y enviamos enfermeras para que los visiten. Tenemos incluso un voluntario alemán", explica. "Visitamos los cementerios tan a menudo que bromeamos y nos llamamos a nosotros mismos el equipo funerario. Mi turno vendrá dentro de poco. Le digo a la gente que es mi hora de partir, pero ellos no quieren separarse de mí". 

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