“Le hemos metido a Chéjov la fuerza de Lorca y Valle Inclán”

Ella es todo teatro. Es más, durante la entrevista, en un espacio desde el que desde hace una década programa tanto a Lorca como a Chéjov y que un día fue un taller de ferretería, lleno de espejos, cortinas y recovecos de donde salen disfraces e indumentarias de todo tipo, llega a decir que en la vida siempre estamos interpretando un papel. ¿Cuál? Irina Kouberskaya, actriz y moscovita, no lo deja claro, enarbola las cejas y responde con un: “Lo que pasa es que algunos no deberían salir al escenario o no con tan malos directores”, esboza enigmática.

Fuente: Julián Jaén

Su teatro, su compañía se llama Tribueñe. ¿De dónde viene el nombre?

Somos una tribu y defendemos la “ñ” como algo esencial de la lengua española. De alguna forma, el teatro defiende el alma del pueblo, y esa letra, la del español.

Irina Kouberskaya se licenció en 1968 con diploma de Honor en la Escuela Superior de Teatro, Música y Cinematografía de San Petersburgo. En 2003 abrió su propio teatro, Tribueñe, en un castizo Madrid pegado a la plaza de toros. 
Entre otros reconocimientos, cuenta con el premio Ojo Crítico 2012 de RNE en la categoría de Teatro por "su compromiso con un modo especial de concebir y de materializar el hecho teatral, al tiempo que investiga nuevos lenguajes escénicos, alternando textos ya consagrados con los de autores por descubrir". Lo comparte con el Hugo Pérez, que codirige el teatro con ella.

Extraña esa defensa de lo español en una mujer como usted. En lo físico (tan rubia, tan cristalina, tan ojos azules) y la fuerza y contundencia de su discurso severo, absolutista, tan de Crimen y castigo.

Al final yo soy de ambos países. Salí de la Rusia soviética para llegar a España con 27 años. Aterricé el día que voló por los aires Carrero Blanco. Yo ya era actriz, cantaba, bailaba y todo era muy irreal para mí.

Desconocía la realidad de aquí y que un guardia civil parase a la gente para pedir documentación no me resultaba extraño; no me parecía un hecho que tuviera que dar miedo. Pero una vez en España, me atrapó absolutamente su cultura. Tenía una ansiedad grandísima por conocer dónde estaba la Granada de Lorca, por dónde pasó le Quijote, qué contaba Valle Inclán… Gracias a ellos he descubierto un nuevo Chéjov y lo hemos podido descongelar, por ejemplo.

¿Y cómo ha descongelado al autor ruso?

Con Chéjov hay mucho esnobismo. Se pretende conmover al espectador desde su misterio, desde la soledad del alma. Se le interpreta con mucha telaraña y costumbrismo. Nosotros le hemos metido la fuerza de Lorca y Valle Inclán, maestros teatrales en valentía. Gracias a ellos, le hemos dado lirismo y poesía. En nuestro Jardín de los Cerezos, los cerezos son remos viejos, una metáfora de que todos estamos nadando en el aire.

Buscamos la capacidad de ansiar la aventura teatral con la base de Dostoieski y Tolstói. Y luego aparte, esta la actuación, la española, que es menos metódica que la nuestra. Yo, por ejemplo, según cumplo años, me “desmetodizo” para sacar el alma más viva de mi ser, para sacar todas las facetas, desde la más vil a la más bella. Aquí los actores carecen de escuela, si los comparamos con los nuestros. Y gracias a eso no salen asustados; son más seguros.

¿Cómo ve España hoy? ¿Y Rusia?

Ahora España vive un momento esperpéntico, mira al Pequeño Nicolás, es como el Lazarillo de Tormes, todo mentira, picaresca y corrupción. Es la cultura del pensamiento único, de aparentar y subir. Es tratarnos como ganado.

Y con respecto a mi país, creo que Europa está cometiendo una torpeza muy grande. Y es un drama que a ese gigante que es Rusia se le esté obligando a mirar a China. Hemos amado tanto a Europa. Hay que fundirse con la Rusia de Dostoyiski que dice que no queremos ser rusos, que queremos ser hombres de humanidad. Todos piensan, todos piensan, pero parece que nadie sabe prever. Yo creo que mi pueblo es muy ingenuo. ¿Quién se lo podría creer? Regalaron Alaska.  Echo de menos el alma en todos los países.

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