Historia y presente de las aldeas en Rusia

Las tradiciones rurales se mantuvieron durante siglos, hasta el siglo XX. En la actualidad son pocos los lugares que mantienen este modo de vida . Fuente: Ruslán Sujushin

Las tradiciones rurales se mantuvieron durante siglos, hasta el siglo XX. En la actualidad son pocos los lugares que mantienen este modo de vida . Fuente: Ruslán Sujushin

La aldea rusa tiene un modo de vida y una arquitectura singulares. Las tradiciones rurales se formaron a lo largo de muchos siglos, pero el siglo XX asestó un duro golpe a estas traduciones. RBTH trata de averiguar quién vive hoy en las aldeas rusas y dónde se puede sentir el espíritu rural.

La aldea como institución de la vida rural apareció en Rusia relativamente tarde. Hasta el siglo XIII los rusos vivían en las ciudades. Pero entonces llegó a Rusia la división feudal. La vida comenzó a discurrir en los confines de las grandes urbes: se podía trabajar la tierra, tener ganado, prosperar y no depender de la ciudad. Así aparecieron las aldeas.

Allí hay un orden de vida establecido. En primavera se trabaja la tierra, luego se planta. Se siembran centeno y trigo. En verano se cuida la cosecha, en otoño se recoge y en invierno se vive a expensas de lo hecho el resto del año. La recogida de la cosecha se consideraba un ritual muy importante, toda la aldea se involucraba. Durante el trabajo los vecinos se conocían. Los padres escogían novias para sus hijos y maridos para sus hijas, por eso recogían la cosecha con su mejor ropa.

Las bodas siempre se celebraban en otoño, justo después de la cosecha. A la nueva familia se le confiaba una isbá separada: una construcción sencilla de pino, abeto o alerce, una vivienda de una sola habitación y de una única planta. Las isbas se construían sin clavos. El tejado se hacía de paja, la ponían directamente en el suelo. El techo se cubría de arcilla.

 

Fuente: Sofía Tatárinova

La decoración interior rusa se arreglaba conforme a un canon preciso. La construían orientándola a los lados del horizonte. El “rincón rojo” es el lugar sagrado donde se colocaban los iconos, se instalaba en la esquina más retirada de la isbá, en diagonal con respecto al horno. Es la parte más iluminada de la casa: las dos paredes que forman la esquina tienen que tener ventanas.

Los iconos se alojaban de tal modo que fueran lo primero que centrara la atención de la persona al entrar en la estancia. En el centro de la isbá, por lo general, estaba la mesa para comer. El perímetro estaba enmarcado con bancos. El banco situado en la esquina roja era el "banco grande", donde tradicionalmente se sentaba el dueño de la casa. El resto de miembros de la familia se sentaban a la mesa por edad, los mayores cerca del cabeza de familia, y los demás, más lejos.

Un elemento de importancia vital en cualquier isbá era el horno. Gracias a él se calentaba la casa y se preparaba la comida, sobre él dormían cuando hacía frío. Además, tenía un sentido sagrado, ya que se consideraba la encarnación del pueblo pagano ruso. No se podía discutir ni reñir en su presencia y si alguien se permitía decir algo indecente, era llamado al orden con las siguientes palabras: “¡El horno está en la casa!”.

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Constantemente se alimentaba el fuego: incluso por la noche su “espíritu” debía estar en casa en forma de carbones calientes. Se esforzaban en que no fueran a parar a otra casa, de lo contrario junto con el fuego podía abandonar a la familia la abundancia y el bienestar. Se consideraba que en el horno vive el espíritu del fuego y de la casa: el “domovói”, al que había que tratar bien y alimentar copiosamente.

Por este motivo, el rincón rojo estaba en frente del horno. Este original altar casero equilibraba las tradiciones paganas.

 

El interior de una isbá. Fuente: Anastasía Tsáider

Las fachadas de la casa siempre se adornaban. Así, los jambajes pintados en las ventanas a menudo reflejaban la abundancia de su propietario. Tallados en madera, los motivos adornaban las puertas, las ventanas, las paredes. En el techo de la isbá se podía ver una figurita de madera de un gallo o de un caballo. Se consideraba que llevar esos animales a casa daba buena suerte.

Vida rural contemporánea

Desde principios del siglo XX, Rusia entró en una fase de vertiginosa industrialización. Las fábricas necesitaban obreros, la agricultura se mecanizó, así que muchos habitantes rurales tuvieron que trasladarse a las ciudades. En las aldeas que sobrevivieron apareció la electricidad, el agua corriente y el gas. Los habitantes empezaron a desmontar los hornos.

 

El interior de una isbá. Fuente: Anastasía Tsáider

Los refinamientos arquitectónicos de los patios de las aldeas dieron paso también a construcciones prácticas de ladrillo y metal. El tipo de vida también cambió: la cohesión de la comunidad rural se deterioraba a medida que se vaciaban las aldeas.

Para encontrar una auténtica aldea hay que alejarse como mínimo 150 kilómetros de Moscú. Sólo a esa distancia en los pueblos comienzan a surgir casitas aisladas, similares por su arquitectura a las clásicas isbás. En las casas de una sola planta de madera con postigos adornados ahora viven por lo general jubilados. Aunque su modo de vida se parece en muchos aspectos al de la ciudad, se percibe que la cordialidad rural tradicional aún permanece viva entre estas personas.

Irina Vladimírovna es una lugareña que conservó su isba rusa por milagro. Tiene 82 años, ha pasado toda su vida en el pueblo de Riazántsevo. “Mi marido y yo construimos la isbá en 1951, nos ayudaron nuestros padres. Entonces no teníamos electricidad ni gas. Nos construyeron el horno unos soldados alemanes cautivos. Cuando apareció el gas, dejó de tener sentido y acabamos quitándolo en 1992”.

 

Fuente: Sofía Tatárinova

“Nuestro pueblo era pequeño, en total seis casas. Ahora todo ha cambiado, por supuesto. Al principio se fueron unos a la ciudad, luego les siguieron otros.  Ahora sólo quedan casitas aisladas y parcelas".

Alrededor de la casa de Irina Vladímirovna se levantan nuevas casas de campo. “Las persianas, los jambajes… todo eso nos lo hizo un artesano que vivía en el pueblo de al lado. Adornaba las isbás de todos. Pero ahora somos los únicos que hemos mantenido la casa tal y como era”, cuenta la viejecita.

Irina Vladímirovna vive sola. Los hijos y los nietos hace mucho que viven en la ciudad y no van a visitarla a menudo. La jubilada administra la casa y se las arregla con todo. "En verano cavo una huerta, planto patatas, pepinos. En invierno es aburrido, claro, pero también encuentro con qué ocuparme: hay que quitar la nieve, caldear la isbá".

Hoy los turistas tienen la posibilidad de ver la decoración tradicional sin irse lejos de la capital: en el Museo Etnográfico de Moscú, Etnomir, está reconstruida una isbá según el modelo de Kostromá. Allí también están recogidos los objetos tradicionales de la vida cotidiana: planchas de metal de comienzos del siglo XX, cubiertos, juguetes infantiles.

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